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Fotograma de 'La comunidad del anillo'

Día Internacional de leer a Tolkien

¿Cómo leer 'El señor de los anillos' «en católico»… y respetando a Tolkien?

Cinco claves de interpretación para el Día Internacional de leer a Tolkien, desde su aversión por la alegoría hasta el sentido profundo de los cuentos de hadas

Los aficionados a El señor de los anillos tienen marcado en rojo el 25 de marzo en sus calendarios. Esta es la fecha en que el Anillo fue arrojado al Monte del Destino y también, desde 2003, el Día Internacional de leer a Tolkien, un autor que nunca ha dejado de estar de actualidad: este diciembre, sin ir más lejos, llega a los cines una nueva película de animación basada en su legendarium, La Guerra de los Rohirrim.

Para los católicos, el 25 de marzo tiene un sentido más profundo, ya que la Iglesia celebra este día la Anunciación del Señor. Uniendo todas estas dimensiones, y teniendo en cuenta que J.R.R. Tolkien fue un católico devoto durante la mayor parte de su vida, no son pocos los expertos y críticos que se acercan a El señor de los anillos, El hobbit o El Silmarillion buscando en ellas una lectura espiritual.

Así lo veía, por ejemplo, el sacerdote jesuita Robert Murray, amigo de la familia de Tolkien. El escritor le había enviado un manuscrito de la que sería su novela más famosa, y a Murray le produjo la fuerte sensación «de una compatibilidad positiva con el orden de la Gracia». Tolkien le respondió, en una célebre carta de 1953, que «El señor de los anillos es, por supuesto, una obra fundamentalmente religiosa y católica; de manera inconsciente al principio, pero luego cobré conciencia de ello en la revisión», aunque –advertía a continuación– «el elemento religioso queda absorbido en la historia y el simbolismo».

Al hacer una lectura desde la fe, no obstante, uno puede caer en algunas trampas de las que el propio Tolkien ya advirtió en su momento. Por eso, recogemos a continuación cinco breves reflexiones sobre cómo realizar fructíferamente una lectura en católico de sus obras respetando, a la vez, el criterio de su autor.

Ilustración de un dragón realizada por el propio J.R.R. Tolkien

1. No es una obra alegórica

«Detesto cordialmente la alegoría en todas sus manifestaciones, y siempre me ha parecido así desde que me hice bastante viejo y cauteloso como para detectarlas», escribía Tolkien en el prefacio a la edición revisada de El señor de los anillos, manifestando su rechazo a lecturas monolíticas de su obra, del estilo: «El Anillo Único es la bomba atómica», o «los cinco Magos representan a los cinco sentidos».

Una lectura católica de la obra de Tolkien, por tanto, no puede limitarse a encontrar paralelismos directos más o menos afortunados entre elementos del legendarium y elementos de la fe católica. El periodista Pablo Ginés, uno de los impulsores de la Asociación Tolkien Católica de España, decía en El Efecto Avestruz –un programa de la Asociación Católica de Propagandistas (ACdP)– que «el catolicismo en la obra de Tolkien está presente como una solución, como cuando le echas azúcar al agua».

2. ‘Lembas’, ángeles y el «fuego secreto»

Con todo, Tolkien sí defendía la «aplicabilidad» de su obra: el hecho de que los lectores, libremente, podían aplicar lo leído a su propia vida, también a la vida de fe. Así, por ejemplo, uno puede relacionar el Anillo Único y el Pecado Original, o el Monte del Destino y el Gólgota, como hace el profesor Joseph Pearce en su análisis para National Catholic Register.

Hay otras conexiones simbólicas que, sin ser directamente alegorías, sí fueron admitidas de alguna manera por Tolkien, como la condición angélica de Gandalf –«yo aventuraría a decir que era un ángel encarnado», escribía el británico en una carta– o el vínculo entre las lembas, el pan del camino de los elfos, y la Eucaristía. De hecho, otra palabra élfica para este alimento es coimas, o «pan de vida».

Otros elementos cristianos en El señor de los anillos no son alegorías, sino directamente referencias. El ejemplo más evidente es la existencia de Dios –Eru, o Ilúvatar, que en el mundo fantástico de Tolkien crea a los dioses menores–, pero también corresponde a esta categoría el «fuego secreto» que invoca Gandalf ante el Balrog. «Sabemos por lo que Tolkien le dijo a su amigo Kilby que concibió el fuego secreto como el Espíritu Santo, porque la Tierra Media es parte de nuestro propio mundo, así que este tiene que existir de algún modo», decía Holly Ordway, autora de La fe de Tolkien, en una entrevista para Omnes.

Detalle de una ilustración inspirada en el legendarium de TolkienGuillermo Altarriba

3. La liturgia católica, fuente de imaginación

Para el investigador Ben Reinhard, la obra de Tolkien es un ejemplo paradigmático de una «imaginación litúrgica». En la entrevista ya citada, Ordway asegura que «Tolkien tenía una devoción eucarística muy grande; decía que desde el principio se enamoró de la Eucaristía y que, por misericordia de Dios, nunca se alejó de ese amor». Fruto de este amor, elabora Reinhard, adoptó de forma natural en su obra patrones simbólicos propios de la liturgia.

Esto es, según explica Reinhard en el curso Tolkien's Liturgical Imagination del St. Paul Center, lo que significa que El señor de los anillos sea «fundamentalmente» —es decir, en sus fundamentos— católica. Este simbolismo litúrgico se expresa en la naturaleza, porque los elementos naturales como el fuego, el viento, el pan o el vino se ven imbuidos de un valor simbólico, pero también en las relaciones tipológicas: «Frodo, Gandalf y Aragorn no significan Cristo, pero nos recuerdan a Él».

Aragorn en 'La comunidad del anillo', dirigida por Peter Jackson

4. Frodo, Gandalf y Aragorn

En este último punto profundiza otro experto católico en Tolkien, Peter Kreeft, quien señala que las dimensiones cristológicas de sacerdote, profeta y rey son aplicables, respectivamente, a Frodo, Gandalf y Aragorn, lo que los convertiría en figuras tipológicas de Jesucristo. Los tres sufren, además, una suerte de muerte por sacrificio y una resurrección posterior: Frodo tras ser apuñalado por los Nazgûl, Gandalf tras caer en Moria y Aragorn al entrar en los Senderos de los Muertos.

Hay más: Ginés, por ejemplo, recuerda que Aragorn –como Cristo– manifiesta poderes sanadores, y también vuelve a su casa y no es reconocido por su gente. El encuentro de Gandalf tras su resurrección con los miembros de la Compañía recuerda poderosamente al de Jesús con los discípulos camino de Emaús. Como portador del anillo, –añade Pearce– Frodo puede ser visto como el portador de la cruz.

J.R.R. Tolkien, en 1920

5. Los cuentos de hadas y el Evangelio

Una última idea que puede ser útil en esta lectura de Tolkien es recordar su perspectiva sobre los cuentos de hadas, que para Tolkien no eran una deserción de la realidad ni un mero entretenimiento infantil. Para Tolkien, una característica crucial de los cuentos de hadas era su final feliz, que en su forma más plena adopta la forma de «Eucatástrofe»: un giro inesperado de los acontecimientos que da la vuelta a una situación donde todo parece perdido.

«Los Evangelios –escribe en su célebre ensayo Sobre los cuentos de hadas– contienen un cuento de hadas, o una historia mayor que abraza toda la esencia de los cuentos de hadas (...), y entre sus maravillas está la mayor y más completa Eucatástrofe concebible». La diferencia con otros relatos, añade, es que esta historia ha entrado en la Historia: es un cuento de hadas que, además, es verdad en nuestra realidad primaria.