¿Cómo hacer una buena confesión sin escrúpulos ni vergüenzas?
En el sacramento de la confesión, se pone a prueba nuestra verdadera confianza en el amor de Dios y en su misericordia
En muchas ocasiones, salimos del confesionario con sentimientos encontrados: contentos y, sin embargo, con una sensación de que falta algo más espectacular en esa acción que ha pasado demasiado deprisa para la importancia que tiene.
Hay que confesar lo que se ha hecho
Pueden asaltarnos las preguntas sobre si se ha hecho adecuadamente, o no. «¿Me habré confesado bien?», o los «siempre digo lo mismo...» nos acosan en la conciencia.
Quizá el propio sacerdote no nos gusta, o sus palabras no han sido las que esperábamos...
Todas estas palabras y pensamientos no significan nada, porque confesarse es abrirse a la medida infinita del Evangelio, es decir, a la Palabra de Dios, a la mirada de Dios, no a la nuestra, pequeña y en tantas ocasiones, devastadora. ¿Por qué?
Probablemente, no nos vemos realmente tal como somos. Si no nos remitimos al Evangelio, es decir, a la mirada de Jesús sobre la condición humana, no tardaremos en introducir la medida extraña, la duda sobre la infinita misericordia de Jesús («siete veces siete»).
Abandonarse a Dios
¿Cómo confesarnos, entonces? La confesión no consiste en soltar un peso, sino en la aceptación del Evangelio que nos enseña a mostrar nuestro corazón a un Hombre que nos mira bien; más profunda y amorosamente que nosotros mismos.
Eso es lo que más cuesta: desvelar lo que no es capaz de vivir en nosotros, según la mirada de Jesús.
Por eso, es importante preguntarnos cómo pensamos en Dios, cómo pensamos en los demás y cómo pensamos en nosotros mismos para ver si nuestra mirada concuerda con la mirada del Evangelio.
Esta es la primera consecuencia de la entrada de la misericordia y la bondad de Jesús en nuestro corazón
Dios es el centro
Por eso, para confesarse hay que prepararse. La liturgia nos puede ayudar a ello y a hacernos las preguntas adecuadas, sin negatividad ni juicios excesivos contra nosotros mismos.
Leer la Palabra de Dios despierta el espíritu; lo vuelve sensible y atento al perdón, ya que todo lo que forma parte de la alegría de Dios, forma parte del sacramento del perdón.
De hecho, nos vuelve capaces de desnudar el propio corazón a la verdad de nuestra vida; es poner a Dios en el centro, en lo más profundo y por encima de nuestra soberbia, de nuestra timidez, de nuestra querencia a ocultarnos, como Adán, de la bondad de Dios.
Aprender a perdonar
La confesión no está hecha, por tanto, para quedar bien ante el sacerdote, o para sentir emocionalmente cosas extraordinarias, sino para ponernos bajo la sombra misericordiosa de Dios.
Un buen criterio para ello consiste en si esta entrega de nuestras miserias en el sacramento de la Confesión, genera en nosotros la capacidad de llegar a perdonarnos a nosotros mismos y a los demás; a quiénes nos han hecho daño.
En definitiva, sucede una buena confesión cuando nos cambia, nos abre y nos hace sentir simpatía por nosotros mismos y por aquellos que, quizá nos hayan hecho daño, ya que esta es la primera consecuencia de la entrada de la misericordia y la bondad de Jesús en nuestro corazón.