«Jesús, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña él solo»
Cuando una relación entre dos personas solo se da por interés se convierte en un asunto meramente comercial y desaparece el distintivo propio del amor: la gratuidad
Al acabar la multiplicación de los panes y peces, las personas que se habían beneficiado del milagro querían proclamar rey a Jesús, ante lo cual el Maestro huye y se esconde. Porque Él no quiere que le sigamos por los beneficios que nos pueda reportar su proximidad, ya que esta razón enturbiaría el amor. Cuando una relación entre dos personas solo se da por interés se convierte en un asunto meramente comercial y desaparece el distintivo propio del amor: la gratuidad.
Y es que Jesucristo tiene mucho más que ofrecer al hombre que un bienestar material o incluso psicológico: nos ofrece la salvación integra de nuestro ser. Quiere rescatar nuestra vida de cualquier esclavitud o adicción que nos ata a nuestro egoísmo y hace que seamos capaces de destruir a los demás o a nosotros mismos con tal de saciar nuestras «necesidades» más inmediatas.
No podemos olvidar que Jesús repetía en numerosas ocasiones a sus discípulos que había venido para darnos vida, es más, una vida en plenitud; para lo cual fue capaz de olvidarse de sí mismo y ofrecer su vida –de un valor infinito– en el altar de la Cruz.
Por esta razón todos estamos llamados a revisar nuestra relación con el Señor y preguntarnos si tal vez le seguimos solo por los beneficios que nos reporta estar con Él. La prueba más evidente que esto no es así la podemos encontrar cuando nos visita la cruz o el dolor y no le abandonamos o reprochamos nuestro malestar, sino que aceptamos el misterio del dolor del mismo modo que aceptamos también el gozo. Todos los discípulos de Jesús huyeron ante su Cruz, solo quedaron aquellos que le amaban aunque tuvieran miedo y en un primer momento desaparecieron, pero el amor les trajo de vuelta a Él.