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La catedral de Hiroshima ante las ruinas de la ciudad

El milagro de Hiroshima: la historia de cuatro jesuitas que sobrevivieron a la bomba

Más de tres décadas después, uno de ellos dio su testimonio en el Congreso Eucarístico Nacional de Estados Unidos, donde atestiguó que los cuatro seguían vivos

el 6 de agosto de 1945, Hugo, Hubertm, Wilhelm y Cieslik despertaron como cualquier otro día. Era temprano todavía, no tenían que abrir la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, así que se quedaron en la casa parroquial.

Mientras uno desayunaba y los otros atendían sus quehaceres, el cuarto celebraba la Eucaristía. En ese momento, los cristales de todas las ventanas estallaron. Ellos no lo sabían pero a escasos metros de allí había caído Little boy, la primera de las dos bombas nucleares que Estados Unidos tiró sobre Japón.

Hugo Lasalle era provincial de los jesuitas en Japón en 1945

Los cuatro jesuitas de origen alemán habían sobrevivido a la implosión de la bomba. Según escribió Hubert Cieslik en su diario, tan solo sufrieron heridas debido al impacto de los cristales, pero no padecieron ningún daño derivado de la energía de la implosión ni de la radiación. Todos los médicos les comunicaron que podrían enfermar o incluso morir en los siguientes meses.

Más de tres décadas después, uno de ellos dio su testimonio en el Congreso Eucarístico Nacional de Estados Unidos, donde atestiguó que los cuatro seguían vivos y no habían sido víctimas de ninguna dolencia. A lo largo de los años, llegaron a realizárseles 200 exámenes médicos y en ninguno de ellos hallaron restos de la radiación en sus cuerpos.

Hugo Lassalle, Hubert Schiffer, Wilhelm Kleinsorge y Hubert Cieslik nunca tuvieron ninguna duda de que si habían sobrevivido a lo que 140.000 no habían podido, fue gracias a la madre de Dios. «Vivíamos el mensaje de Fátima y rezábamos juntos el Rosario todos los días», contaron entonces.

Pedro Arrupe, en Roma

El héroe español de Hiroshima

Aquel mismo día, pero un poco más alejado de la zona cero de la explosión, se encontraba el misionero español y también jesuita, Pedro Arrupe. El bilbaíno vivía entonces en el noviciado de Nagatsuka, a unos seis kilómetros de donde cayó la bomba. Él sobrevivió, pero el edificio quedó prácticamente en ruinas. Según contaría años después, a las ocho y cuarto de la mañana de aquel fatídico día de agosto vio a través de la ventana una potente luz, «como un fogonazo de magnesio disparado ante nuestros ojos».

Cuando todos salieron a la calle para ver qué ocurría, oyeron la explosión. «Parecida al mugido de un terrible huracán que se llevó por delante puertas, ventanas, cristales, paredes», recordaría. Según dejó por escrito en su obra Yo viví la bomba atómica, no sabe con exactitud si se tiró al suelo o lo tiró la onda expansiva. Llovieron sobre ellos las tejas, los ladrillos y los vidrios. Arrupe tenía a su cargo a 35 novicios y por suerte ninguno de ellos había resultado herido.

El sacerdote, cuya causa de beatificación se abrió en Roma en 2019, reunió a todos los jesuitas que pudo y se dispuso a entrar en Hiroshima para atender a los damnificados. En lugar de la ciudad que conocían, encontraron solo ruinas, sobre las que no podrían caminar y de las que los heridos salían a duras penas. En palabras del padre Arrupe: «Nunca olvidaré aquel grupo de muchachas jóvenes, que venían agarradas unas a otras, arrastrándose. Una de ellas tenía una ampolla que le cubría todo el pecho. Tenía además la mitad del rostro quemado y un corte de una teja que había caído desgarrándole el cuero cabelludo y dejaba ver el hueso».

El héroe de Hiroshima atendió a los heridos en el noviciado

Los estudios de medicina de Arrupe le valieron en su misión de poder ayudar a los heridos. Volvió corriendo al noviciado y cogió todo lo que creyó que les podía ayudar: yodo, algunas aspirinas, sal de frutas y bicarbonato era todo lo que guardaban en el botiquín. «Esos eran mis poderes, cuando estaban esperando 200.000 víctimas a quienes auxiliar. ¿Qué hacer? ¿Por dónde empezar? Caí de nuevo de rodillas y me encomendé a Dios», escribiría. En ese momento, se le ocurrió preparar la casa de novicios para acoger a los enfermos y heridos que cupiesen. Terminaron siendo más de 150.

Mientras él limpiaba las quemaduras y ampollas, sus novicios recorrieron los alrededores de la ciudad en busca de alimentos. En pocas horas, el centenar de personas allí atendidas tenían la piel en carne viva debido a las radiaciones atómicas, pero en la casa no se oía un quejido. «Sufrimientos espantosos, dolores terribles que hacían retorcerse a los cuerpos como serpientes y, sin embargo, todos sufrían en silencio», escribió Arrupe.

Su labor le llevó a ser conocido como el héroe de Hiroshima y años más tarde fue también reconocido como superior general de la Compañía de Jesús. Arrupe permaneció en Japón hasta 1965, cuando viajó a Roma para afrontar otros retos, sobre todo para acompañar a su orden en el viaje posterior al Concilio Vaticano II. Allí moriría finalmente en 1991, tras diez años de lenta agonía al haber sufrido una trombosis cerebral.