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Mañana es domingoJesús Higueras

«Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos»

Es la ocasión para que Jesús les recuerde que para ser el primero hay que convertirse en el último y que lo que nos hace grandes como seres humanos es nuestra capacidad de servir y dar la vida con sencillez por los demás

Es frecuente que las empresas contraten servicios de consultoría para comprobar si están realizando bien su trabajo o, si es el caso, para mejorar sus recursos y así llegar más lejos en sus metas comerciales. También los cristianos de vez en cuando debemos preguntarnos cómo va la empresa de nuestra vida, es decir, ver si ésta tiene valor y si realmente estamos cumpliendo la misión para la que fuimos llamados a la existencia.

Jesús instruye a sus discípulos y les recuerda que su triunfo definitivo ha de pasar por la incomprensión y la dureza de corazón de los demás. Curiosamente, ante esta afirmación, ellos discuten acerca de quién será el más importante y el más grande en el futuro reino de Cristo, pues seguían los esquemas mundanos que entienden al más grande como el más poderoso y el que está por encima de los demás, sea en la disciplina que sea.

Es la ocasión para que Jesús les recuerde que para ser el primero hay que convertirse en el último y que lo que nos hace grandes como seres humanos es nuestra capacidad de servir y dar la vida con sencillez por los demás. Esta afirmación nos lleva a preguntarnos si realmente por el hecho de ser discípulos de Cristo somos servidores de Dios y de los hombres. Además, también nos debe llevar a considerar cuáles son las cosas que hacemos por los nuestros y de qué modo las hacemos.

Esto supone hacer una consultoría a nuestra vida espiritual con el fin de mejorarla, no tanto para hacer nuevas cosas cuanto para mejorar las que ya estamos haciendo. Es muy frecuente que abnegados profesores, sacerdotes, trabajadores, padres o madres de familia gasten sus energías en los suyos, pero no dejen de quejarse o recordar constantemente a los demás cuánto sufren y qué poco disfrutan. Cuando el servicio se convierte en algo amargo que me lleva a enfadarme o a comparar cuánto hago yo y qué poco hacen los demás, ese servicio deja de tener valor sobrenatural, pues lo estoy haciendo desde un esquema mundano y me lleva a la más profunda insatisfacción.

Para un creyente servir es un privilegio y la mejor manera de llegar a ser grandes, pues la grandeza del corazón es muy superior a cualquier grandeza humana y al final solo nos llevaremos al cielo lo que hemos regalado, por amor, a los demás.