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San Vicente de Paúl, con una de las hijas de la Caridad, recogiendo niños abandonados en las calles de París

De esclavo en Túnez a precursor del trabajo social: curiosidades sobre la vida de san Vicente de Paúl

Tras un encuentro casual con un moribundo al que ayudó a confesarse, el santo dedicó su vida a los pobres

En la Francia secularizada de 2024 ya nadie se acuerda del padre del trabajo social, el santo que dedicó toda su vida al cuidado de los más pobres y necesitados en una época en la que todos sufrían hambre y pobreza. Vicente de Paúl, cuya festividad se celebra cada 27 de septiembre, es considerado un maestro de caridad y fe más de tres siglos después de su muerte.

De sus orígenes familiares se conoce más bien poco. Se cree que nació en el pueblo de Pouy, cerca de Dax, en las Landas francesas, aunque sus padres podrían provenir de Teruel. Entonces no existían todavía partidas de nacimiento y los documentos que podían haber existido en España de sus antepasados probablemente se quemaron durante la Guerra Civil. De hecho, su biógrafo Luis Abelly viajó a la aldea natal del santo cuatro años después de su muerte y no halló registro alguno de los padres ni de los abuelos de Vicente de Paúl, lo que ha confirmado la sospecha de que en realidad no eran originarios de la zona.

El santo, retratado en una de sus obras de caridad

Desde muy niño tuvo que contribuir con su trabajo de pastor a la economía familiar, pero pronto su padre se dio cuenta de las inquietudes de Vicente y le instó a encaminar su vida hacia la carrera eclesiástica. Estudió durante siete años entre Toulouse y Zaragoza, donde cursó Humanidades y Teología, y apenas contaba los 20 años cuando se ordenó sacerdote. Su plan era comenzar en una parroquia lo antes posible y seguir contribuyendo al sustento de sus seres queridos, pero un viaje inesperado truncó el futuro que había proyectado.

En el año 1605, se trasladó a Marsella para resolver un asunto de una herencia, pero no pudo regresar. Durante su estancia en la ciudad fue apresado por unos piratas turcos y lo llevaron hasta Túnez, donde fue vendido como esclavo. Tras dos años en cautividad, pudo escapar junto a su amo, al que convirtió al cristianismo.

Los pobres son nuestros señores y maestros. Maestros de vida y pensamiento.
San Vicente de Paúl

Tuvo la oportunidad de viajar a Roma para ampliar sus estudios, pero pronto regreso a su país natal en una misión secreta cerca de Enrique IV. En estos días fue capellán de la reina Margarita de Valois. En París, se le encargó también la actividad de la parroquia de Clichy, pero pronto comenzó a trabajar para la familia Gondi.

Su vocación por los pobres le llegó con un insospechado encuentro. En enero de 1617, estaba caminando por una finca de los Gondi cuando vio en el suelo a un moribundo. El hombre deseaba confesarse y el párroco le ayudó con un examen de conciencia. Liberado de sus pecados, el moribundo contó a la duquesa Margarita que sin ese fortuito tropiezo habría ido al infierno. Tras este episodio, surgió en Vicente el deseo de acercar la confesión y la guía espiritual a todo el mundo, lo que le impulsó a iniciar sus misiones populares, que se dedican desde entonces a predicar y ofrecer los sacramentos en zonas rurales desatendidas.

El Papa Francisco, rezando ante el corazón de san Vicente de Paúl

Durante el resto de su vida, su obra estuvo dedicada a los pobres. Gracias a una suma de dinero que los Gondi le donaron, fundó la Congregación de la Misión, una sociedad apostólica de sacerdotes que nace con el deseo de evangelizar entre los necesitados. Con este mismo espíritu, confundó junto con santa Luisa de Marillac la Compañía de las Hijas de la Caridad. Este grupo de mujeres se encargaban en origen de recoger a los niños abandonados por París, los expósitos.

Dicen que san Vicente de Paúl murió exhausto de caridad en 1660. Su gran corazón le fue extraído del cuerpo y todavía hoy se venera en la casa madre de las Hijas de la Caridad en París. En el año 2017, el órgano del padre de los pobres fue llevado al Vaticano para conmemorar los 400 años desde la fundación del carisma vicentino. Entonces, Francisco aprovechó para rezar ante la reliquia, que santa Catalina Laburé, tras una de sus visiones de la Virgen Milagrosa, contó que había visto en tres colores distintos.