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El poeta cántabro, Gerardo Diego

La Navidad y Gerardo Diego, uno de sus temas religiosos preferidos

El elemento poético central del poema es la palmera, de la que Diego sabe extraer todo su potencial figurativo y metafórico, y sobre la que descansa el poder conmovedor de su Canción al Niño Jesús

Gerardo Diego (1896-1987) es un escritor de gran versatilidad: poeta, profesor, crítico literario, articulista en la prensa diaria, musicólogo, pianista, pintor...; y autor de cuarenta libros poéticos originales que le convierten en una de las figuras más destacadas de la poesía del siglo XX, que ha sido capaz de simultanear la poesía de vanguardia —Diego es el máximo representante español del Creacionismo— y la poesía clásica o tradicional; y en ambas direcciones poéticas se observa una singular destreza verbal —que se manifiesta en el impecable dominio de la metáfora–, un profundo conocimiento de los recursos técnicos del verso y un exquisito sentido musical. En algunos de los libros de su vertiente tradicional se aprecia una profunda religiosidad. Así, en la obra Versos divinos (1971), en la que Gerardo Diego quiere darle a la temática religiosa un cariz completamente distinto al que tenía en nuestra literatura tradicional, para lo cual se aleja de los tópicos y de la palabrería hueca -llena de expresiones grandilocuentes- que apartaban a algunos lectores de aquellas producciones; y lo hace con serenidad, alegría y elegancia, y desde ese fervor del creyente convencido, aunque con una visión moderna extraordinariamente original. Y de esta obra extraemos la célebre Canción al Niño Jesús.

Canción al Niño Jesús

Si la palmera pudiera
volverse tan niña, niña,
como cuando era una niña
con cintura de pulsera,
para que el Niño la viera...
Si la palmera tuviera
las patas de borriquillo,
las alas de Gabrielillo,
para cuando el Niño quisiera
correr, volar a su vera...
Si la palmera supiera
que sus palmas, algún día...
Si la palmera supiera
por qué la Virgen María
la mira... Si ella supiera...
Si la palmera pudiera...
... la palmera...

Esta Canción al Niño Jesús, por su agilidad, frescura y delicada ternura, se encuentra en la línea del mejor Lope de Vega. E incluso podría ponérsele música, ya que ofrece un ritmo melódico muy marcado, producido por la presencia, en todas las estrofas, de la rima /-era/; poema que concluye con un verso de pie quebrado -«... la palmera...»- que, como en los antiguos romances, parece invitar al lector a «cerrar» una composición en cierto modo «abierta», zambulléndose en una «recreación» personal de insospechadas resonancias líricas.

Y este ritmo melódico sostenido se ve reforzado por otro elemento básico en la concepción del poema: la inmensa ternura que derrochan todos sus versos; ternura que alcanza a los personajes (el Niño Jesús, el borriquillo, el ángel Gabriel, la Virgen María), a las sugerentes palabras elegidas para la construcción de unos versos que prolongan su significado emocional -más allá de los límites de la pausa versal- merced al uso magistral de los puntos suspensivos y, especialmente, a esos diminutivos con los que Diego dibuja a las dos criaturas más propiamente infantiles de la composición: el borrico que siempre figura en la estampa navideña del nacimiento de Jesús; y el angelote que tampoco puede faltar en el portal; borriquillo y angelote -Gabrielillo- que la magia de la palabra poética convierte en cómplices ideales para los juegos del Niño Jesús.

Pero el elemento poético central del poema es la palmera, de la que Diego sabe extraer todo su potencial figurativo y metafórico, y sobre la que descansa el poder conmovedor de esta «Canción al Niño Jesús». Y lo que puede parecer más audaz es el hecho de que, en una composición literaria de carácter religioso -y, además, navideño-, el contenido conceptual se concentre en torno a un elemento «tan poco divino» -por muy literario que resulte- y tan mundano como una simple palmera. Sin embargo, y de acuerdo con la intención última del poeta, ese protagonismo de la palmera, lejos de ser circunstancial, se convierte en necesario, ya que se erige en el hilo conductor del poema que nos va a permitir acompañar al Niño Jesús en todo su itinerario vital hacia su trágico destino.

En efecto, la palmera, que está junto al portal cuando nace el Niño, que le acompaña durante su infancia en sus juegos, reaparecerá cuando Jesús se acerca al final de sus días: «Al día siguiente, cuando la gran multitud de peregrinos que habían llegado a la ciudad para la fiesta, se enteraron de que Jesús se acercaba a Jerusalén, cortaron ramos de palmera y salieron a su encuentro, gritando: -¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito sea el rey de Israel!» (Juan 12-13). [Y también el borriquillo figura en distintos momentos clave de la vida de Jesús: junto al portal, durante la huida a Egipto, y la misma entrada en la ciudad de David: «Jesús encontró a mano un asno y montó sobre él. Así lo había predicho la Escritura: No temas, hija de Sión; / mira, tu rey viene a ti / montado sobre un asno.» (Juan 14-15)]. Y, todo ello, Gerardo Diego lo recoge al final del poema de modo sutil (versos 11-12):

Si la palmera supiera que sus palmas, algún día...

Reparemos, finalmente, en la belleza de la forma y en la calidad poética del lenguaje empleado por Diego para recrearnos el momento histórico en que nace el Niño llamado a transformar a la Humanidad. Baste con fijarnos en la primera estrofa, con esa bellísima metáfora que alude a la finura y esbeltez del tallo de la palmera:

Si la palmera pudiera volverse tan niña, niña, como cuando era una niña con cintura de pulsera. Para que el Niño la viera...

Una palmera omnipresente a lo largo del poema (hasta siete veces se repite el vocablo), y que lo impregna de suavidad y ternura; una ternura -insistimos una vez más- aderezada por la calidez que aportan el Niño, el borriquillo, el ángel Gabriel y la Virgen María, capaces de crear por sí mismos, y junto a la palmera, un cuadro tan bello como conmovedor.