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La adoración de los pastores de Giorgione

Las coplas de Navidad de un poeta cortesano que acabó siendo monje cisterciense

Aunque como humanista, el espíritu, los géneros y la temática de sus obras son plenamente renacentistas, como poeta se inscribe en la línea de la lírica cancioneril del siglo XV

Cristóbal de Castillejo (¿1490?-1550) llevó una ajetreada vida cortesana, recorriendo diferentes lugares de Europa —murió en Viena—, hasta que, desengañado del mundo, tomó el hábito del Císter en febrero de 1520 en el convento de Santa María de Valdeiglesias (en Pelayos de la Presa, en la Comunidad de Madrid, hoy en ruinas), integrándose en la rígida disciplina monástica basada en la oración y en la piedad.

Aunque como humanista, el espíritu, los géneros y la temática de sus obras son plenamente renacentistas, como poeta se inscribe en la línea de la lírica cancioneril del siglo XV, si bien alejada de su conceptismo, en razón de una mayor claridad en la expresión, tal y como preconizaba Juan Valdés en su Diálogo de la lengua; de ahí que empleara el verso octosílabo, y a veces el dodecasílabo, y se alineara en contra del nuevo lenguaje de del petrarquismo y de las formas métricas venidas de Italia, a las que consideraba innecesarias. Incluso escribió una obra frente a la estética petrarquista, titulada Contra los que dexan los metros castellanos y siguen los italianos, que incluye un célebre soneto en endecasílabos zahiriendo a Juan Boscán y a Garcilaso de la Vega («Garcilaso y Boscán, siendo llegados / al lugar donde están los trovadores…»), aunque a la larga no dejó de reconocer su talento poético.

Él mismo reunió todas sus obras en tres grupos: Obras de amores —algunas de ellas expurgadas por la Inquisición—, Obras de conversación y pasatiempo, y Obras morales y de devoción, escritas ya en su etapa conventual, y entre las que destacan las ocho que integran «A las pinturas de una iglesia», la última de las cuales es el poema de 66 versos titulado En una aldea para cantar la noche de Navidad.

Ofrecemos las cuatro composiciones iniciales de «A las pinturas de una iglesia», escritas en octosílabos agrupados en la estrofa de nueve versos denominada copla novena o eneagésima.

A la Salutación

Todo el mundo está esperando
Virgen santa vuestro sí,
no detengáis mas ahí

al mensajero dudando,
dad presto consentimiento,

sabed que está tan contento
de vuestra persona Dios
que no demanda de vos
otra cosa en casamiento.

Castillejo ha empleado, en efecto, la estrofa de nueve versos, compuesta por una redondilla seguida de una quintilla (cinco octosílabos con dos diferentes consonancias, y ordenados de manera que no vayan juntos los tres a que corresponde una de ellas, ni los dos últimos sean pareados. Y este es el esquema al que se ajusta la estrofa de los cuatro poemas seleccionados.

Por otra parte, esta es la única estrofa en la que figuran rimas ya usabas con anterioridad, en concreto la rima «/-ento/», que ya figura en la quintilla de la estrofa «A la Salutación», por lo cual le hemos asignado la misma letra [c]. Todo lo cual pone de manifiesto la capacidad para obtener una grata, eufonía si consideramos los cuatro poemas en versos octosílabos en su conjunto, ajenos, por otra parte, a alambicamientos conceptistas tan propios de la poesía cancioneril de finales de la Edad Media. Y lo que queda claro es que Castillejo tiene del ritmo del octosílabo un dominio similar al de Garcilaso de la Vega con sus endecasílabos. Además, el poeta, toledano, como señala Azorín, nunca escribió un solo verso de contenido religioso —ni tampoco poético, pese a ser un relevante soldado al servicio del Emperador Carlos I.

Al Nacimiento

Para estar tan bien parida
y tan bien acompañada,
mal estáis aposentada,
Virgen, y mal proveída.
Yo no sé, ni nadie sabe,
de qué manera os alabe;
que sin sentir embarazo
tenéis en vuestro regazo
al que en el Cielo no cabe.

El poema «A la Salutación» viene a sintetizar el pasaje del Evangelio de San Lucas con que la iglesia católica celebra el IV domingo de Adviento (1:26-38): «El Espíritu Santo descenderá sobre ti [le dijo a María el ángel san Gabriel], y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso, el que nacerá Santo será llamado Hijo de Dios. […] porque para Dios no hay nada imposible. / Dijo entonces María: / —He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra. Y el ángel se retiró de su presencia». Castillejo utiliza las formas verbales con especial habilidad, creando una expectación en torno a la respuesta de la Virgen María, para que no se haga esperar; y de ahí el empleo de la perífrasis verbal continuativa «estar+gerundio» (verso 1: «Todo el mundo está esperando»), del gerundio con carácter imperfectivo (verso 3: «al mensajero dudando»), y de las formas verbales imperativas (verso 2. «no detengáis más ahí); (verso 4: «dad presto vuestro consentimiento»), cuyo carácter va más allá de la simple exhortación. Los versos que cierran la estrofa y el poema están en las líneas del texto evangélico: […] «Dios / que no demanda de vos / otra cosa en casamiento» (versos 7, 8 y 9). ¡En 72 sílabas métricas, Castillejo ha encerrado todo el misterio de la Anunciación!

El poema «Al Nacimiento», es, sin duda, una continuación del anterior, y focaliza la atención en los versos 7, 8 y 9: «que sin sentir embarazo / tenéis en vuestro regazo / al que en el Cielo no cabe», y que recogen el misterio de la Encarnación, ante el cual el autor expresa su carácter inexplicable (verso 5: «Yo no sé, ni nadie sabe»). En la redondilla inicial, el autor se extraña de que, siendo quien es la Virgen, esté «mal aposentada» (verso 3) y «mal proveída» [carente de lo necesario] (verso 4); y para recalcarlo, usa el autor la construcción bimembre adverbio mal [contrariamente a lo que es debido]+participio con valor adjetival.

A la circuncisión

Para darnos a entender
que no venís a holgar,
queréis luego comenzar,
Rey de gloria, a padecer:
y ponéis en amargura
vuestra carne tierna y pura
para mostrarnos, Señor,
lo que, siendo criador,
sufrís por la criatura.

El tercero de los poemas, «A la circuncisión», muestra una práctica habitual en varias religiones y —en este caso, aplicada a Jesucristo—, consistente en la ablación ritual del prepucio. En el Génesis (17:11-12) se lee lo que le dijo Dios a Abraham: «Circuncidaréis la carne de vuestro prepucio, y será por señal del pacto entre mí y vosotros. A los ocho días de edad será circuncidado todo varón entre vosotros, de generación en generación». Y en Nuevo Testamento, el Evangelio de San Lucas (2:21) trata el tema de manera muy simplificada: «Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidarle, le pusieron por nombre Jesús, como le había llamado el ángel antes de que fuera concebido en el seno materno».

Castillejo, influido quizá por la iconografía medieval que presentaba la circuncisión como un acto de crueldad, se centra en su poema en el carácter humano de Jesús, por el sufrimiento que comporta: «y ponéis en amargura / vuestra carne tierna y pura» (versos 5-6); es decir, que el Creador de todas las criaturas padece los dolores propios de cualquier criatura, lo que manifiesta su humanidad (versos 7-9: «para mostrarnos, Señor, / lo que, siendo criador, / sufrís por la criatura»). La circuncisión, a partir del Concilio de Jerusalén, celebrado en torno al año 50, fue reemplazada por el bautismo cristiano, mediante el que gentiles y no gentiles establecían una «nueva alianza» con Dios al ingresar en la Iglesia.

A los Reyes

¿En qué conocéis que es Rey,
Reyes este que adoráis?
Pues lo más que le halláis,
es un asna con un buey.
Mas vuestro conocimiento
no es de humano acertamiento:
la estrella os muestra el camino,
y el Espíritu Divino
alumbra el entendimiento.

Y quizá Castillejo, en los versos iniciales de la redondilla, esté aludiendo a la futura Pasión de Cristo como Redentor, citado como «Dios de la gloria» (versos 1-4: como Redentor (versos: «Para darnos a entender / que no venís a holgar, / queréis luego comenzar, / Rey de gloria, a padecer». Y muy sugestivos son los adjetivos «tierna y pura» aplicados a «carne» (verso 6), pues se supone que es la primera vez que Jesús derramó su sangre en el acto de la circuncisión.

El cuarto de los poemas lleva por título «A lo Reyes», que fueron a adorar al Rey —de Reyes—, siguiendo al Espíritu Divino, que está fuera del alcance humano, y encaminados por una estrella (versos 5-9: «Mas vuestro conocimiento / no es de humano acertamiento: / la estrella os muestra el camino, / y el Espíritu Divino / alumbra el entendimiento»). Esta es la respuesta sabida a la interrogación retórica con la que se inicia el poema (versos 1-2: «En qué conocéis que es Rey, / Reyes que a este adoráis?»). Porque lo van a encontrar en un humilde establo en el que, aparte de José y María, el recién nacido solo tiene la compañía de una mula y un buey; y pese a todo, lo reconocen por obra celestial [como más adelante se pondrá de manifiesto en la quintilla] (versos 3-4: «Pues lo más que le halláis / es un asna con un buey»). La aparente perplejidad que el autor refleja es el exponente de su convencimiento del carácter celestial de los Santos Reyes y de ahí que el Espíritu Divino les alumbre el conocimiento (versos 8-9).