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Rubén DaríoEditorial Alma

El cuento de Navidad de Rubén Darío: los Reyes contemplan el triunfo del amor en la figura de Cristo

Leer a Rubén Darío es entrar en un mundo artístico de exquisita perfección: renovó el léxico con cultismos, arcaísmos y atrevidos neologismos; concedió a las experiencias sensoriales —musicalidad, colorido...— una relevante importancia; enriqueció el verso con nuevos ritmos; revolucionó la temática de la poesía, que pasó de lo cotidiano y vulgar a lo exótico y refinado... Y de Darío —y de su estética modernista— hemos seleccionado dos textos propios de la Navidad: el poema Los tres Reyes Magos y un fragmento del Cuento de Nochebuena.

Los tres Reyes Magos

— Yo soy Gaspar. Aquí traigo el incienso.
Vengo a decir: La vida es pura y bella.
Existe Dios. El amor es inmenso.
¡Todo lo sé por la divina estrella!

— Yo soy Melchor. Mi mirra aroma todo.

Existe Dios. Él es la luz del día.
La blanca flor tiene sus pies en lodo.
¡Y en el placer hay la melancolía!

— Yo soy Baltasar. Traigo el oro.

Aseguro que existe Dios. Él es el grande y fuerte.
Todo lo sé por el lucero puro
que brilla en la diadema de la Muerte.

— Gaspar, Melchor y Baltasar, callaos.

Triunfa el amor, y a su fiesta os convida.
Cristo resurge, hace la luz del caos

y tiene la corona de la vida.

El poema está tomado de la obra Cantos de vida y esperanza; y está formado por cuatro serventesios de perfecta andadura rítmica. El poeta se acerca al tema de los Reyes Magos, unos reyes que contemplan en silencio el triunfo del amor en la figura de Cristo. Cada Rey Mago trae a Dios su ofrenda: Gaspar, el incienso; Melchor, la mirra; y Baltasar, el oro; y los tres coinciden en afirmar su existencia: «Existe Dios» —versos 3 y 6, puestos respectivamente en boca de Gaspar y de Melchor—; y «Aseguro / que existe Dios» —versos 9 y 10, y ahora es Baltasar quien habla—. Pero lo importante en el poema es la irrupción, en el último serventesio, y tras el soliloquio de cada uno de los tres Reyes Magos, de una voz —celestial— que les ordena callar, para identificar a Cristo con el amor, del que todos estamos llamados a participar —dándole un carácter universal al contenido del verso 14: «que a su fiesta os convida»—; Cristo vencedor de las tinieblas («hace la luz del caos» —verso 15—, iluminando el camino de la Verdad, expresado en términos metafóricos); y también de la muerte, ya que «tiene la corona de la vida» —verso 16—, que alude a la vida eterna).