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Carmen Conde

La exquisita sensibilidad de Carmen Conde para la expresión de la temática navideña

Carmen Conde Abellán (1907-1996) -conocida en el ámbito de literario con los pseudónimos de Florentina del Mar -para las obras de carácter infantil y juvenil-, y de Magdalena Noguera para obras de contenido religioso-, dedicó su vida por entero a la creación literaria, que resulta muy voluminosa, cultivando diferentes géneros: la novela, el cuento breve, el teatro tanto infantil y juvenil como para adultos-, la poesía…

Fue la primera mujer en ser elegida académica de número de la Real Academia Española, en 1978, y pronunció su discurso de ingreso el 28 de enero de 1979, titulado «Poesía ante el tiempo y la inmortalidad».

Entre sus muchos premios destacan los siguientes: Premio Elisenda de Moncada (con la novela Las oscuras raíces, 1953); Premio Nacional Simón Bolívar de poesía (con Vivientes de los siglos, 1954); Premio Doncel de Teatro Juvenil (con A la estrella por la cometa, 1961); Premio Nacional de Poesía 1967 (por Obra poética, 1929-1966, donde se recogen una veintena de poemarios); Premio Ateneo de Sevilla de novela (con Soy la madre, 1980); y Premio Nacional de Literatura Infantil (con Canciones de nana y desvelo, 1987).

La publicación de la Obra poética, en 1967, pone de manifiesto el amor a la vida de Carmen Conde, expresado en versos de una gran pasión, a través de los cuales emerge un intenso mundo interior, lleno de emociones, sentimientos, deseos y evocaciones personales. Pero es, sin duda, la expresividad de su peculiar lenguaje -con un dominio de las formas gramaticales que se pliegan a las necesidades de sus intuiciones poéticas, así como del poder evocador del significado de las palabras, transidas de las más insospechadas connotaciones- lo que cautiva al lector; un lenguaje rico en brillantes metáforas, de enorme capacidad sugeridora.

Con independencia de que en su obra poética esté muy presente «la experiencia de Dios», resultan muy afortunadas las composiciones poéticas relativas a la Navidad, por la sencillez de su lenguaje y el dominio de la versificación. Buena muestra de ello es el tríptico de villancicos escrito en 1982 -y concretamente el 7 de diciembre-, con el que la editorial Bruño iniciaba su colección «Altamar». De esos tres villancicos reproducimos dos: el «Villancico del hallazgo» y el «Villancico del despertar» que, junto al «Villancico del silencio», conforman el citado tríptico.

Villancico del hallazgo

Aún no sabía que estaba
tan dormidito en mi lecho,
pues aunque ya lo buscaba
no se movía en mi pecho.

Dije: ¿por qué te tardaste,
por qué no me contestaste?


Cuando por fin despertabas
para despertarte en mí;
cuando por fin te encontraba
«toda me entregué y di…»

Dije: ¿por qué te tardaste,
por qué no me contestaste?

Cantas conmigo sin canto,

gracias por poder hallarte.
Si este es el día más santo
es porque de ti me llenaste.

Dime por qué te tardaste

en venir a completarme.

Hemos respetado, en la transcripción del «Villancico del hallazgo», la propia disposición tipográfica original de la autora, que no es algo baladí, porque ayuda a sugerir ese «diálogo interior» que mantiene con el Niño de Belén. Y de ahí la continua presencia de los pronombres personales de primera y segunda persona (primera persona: «me», versos 5, 10, 12, 16 y 18; «mí», verso 8; «conmigo» verso 13; y segunda persona: «te», versos 4, 9, 11, 14 y 17; «ti», verso 16).

El poema, escrito en versos octosílabos, está compuesto por tres cuartetas con rimas cruzadas: primera cuarteta: /-ába/-écho/ (versos 1 y 3: «estába»/ «buscaba»; versos 2 y 4: «hécho»/«pécho»); segunda cuarteta: [/á-a/-í/] (versos 7 y 9: «despertábas»/«encontrába» (adviértase que ahora la rima es asonante, porque solo afecta a las vocales-; versos 8 y 10: «mí»/«dí »); tercera cuarteta: /-ánto/ (versos 13 y 15: «cánto»/«sánto»); [/á-a/á-a/] (versos 14 y 16: «hallárte» «llenáste»; y la rima asonante, la misma que en la cuarteta anterior, afecta a los versos pares).

En cualquier caso, las rimas, que combinan consonancia y asonancia, de forma alternativa, en las cuartetas segunda y tercera, son muy perceptibles, y se ven enriquecidas por el pareado monorrimo (/-áste/), que, en calidad de estribillo, se repite dos veces de forma idéntica, intercalado entre las cuartetas primera y segunda (versos 5 y 6), y segunda y tercera (versos 11 y 12) [«tardáste»/«contestáste»] . Y precisamente la rima del verso que cierra la tercera cuarteta anticipa la del estribillo que remata el poema, aunque ahora la rima del estribillo cambia de consonante a asonante (versos 17 y 18: /á-e/ [«tardáste»/«completárme»]. Sin duda, la destreza técnica en el terreno de la métrica resulta cuanto menos sorprendente; y se advierte con claridad siguiendo el contenido del villancico. Porque en esos dos versos finales (17 y 18 «Dime por qué te tardaste / en venir a completarme») se concentra toda la carga emocional del villancico: la autora se siente complementada por el Niño de Belén (aludido, pero no expresamente citado en el poema) y, por tanto, plenamente realizada (verso 16 «es porque de ti me llenaste», una vez que lo descubre en el interior de su corazón. Y para expresarlo, Carmen Conde ha recurrido a la intertextualidad, entrecomillando un verso tomado de santa Teresa de Jesús, el que inicia este poema: «Ya toda me entregué y dí, / y de tal suerte he trocado, / que mi Amado es para mí / y yo soy para mi Amado». E impregnada por cierto «misticismo», incluso recurre a un oxímoron como el que figura en el verso 13, en el que percibimos, además, una aliteración del fonema /k/ («Cantas conmigo sin canto») A partir de aquí, finaliza su búsqueda en un día calificado, por tanto, de «santo». Las interrogaciones retóricas -en las que figura el pronombre personal átono de segunda persona «te», haciendo las veces de dativo ético o de interés -porque con él se señala una participación afectiva en la acción que el verbo indica- han contribuido a recalcar la intensidad de esa búsqueda felizmente resuelta. Y de ahí lo acertado del título del villancico.

Villancico del despertar

El llanto del niño oía
sin acertar a encontrarle:
muy lejos yo le creía.

Dijo mi nombre, llorando...
Entonces corrí a buscarle para intentar consolarlo.

Imposible vi de lejos
a quien se hizo pequeño
para caber en mi pecho.

El «Villancico del despertar» complementa, de algún modo, el «Villancico del hallazgo» y, desde el punto de vista «técnico», su complejidad es menor De nuevo es el verso octosílabo el empleado, esta vez agrupado en tres estrofas de tres versos con rima asonante en los impares (la estrofa se denomina soleá): soleá primera: ríma asonante /ía/ (versos 1 y 3: «oía»/ «creía»); soleá segunda: rima asonante /á-o/ (versos 4 y 6: «llorándo»/ «consolarlo»); soleá tercera: rima asonante /é-o/ (versos 7 y 9: «léjos»/ «pécho»).

Tres estrofas cargadas de sugerencias, que desbordan en los dos últimos versos: el Niño se hizo pequeño para caber en el pecho de la escritora, que pretendía consolar su llanto sin acertar a encontrarlo, hasta que «halla el camino» acudiendo a la llamada del propio Jesús. Resulta casi imposible expresar con menos palabras, y sujetas a las exigencias de la métrica popular, una emoción espiritual de tal intensidad, sentida y vivida. Y de nuevo el título del villancico es un verdadero acierto.