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Ignacio Crespí de Valldaura

Bienaventurados los viejóvenes

De ellos es el trono de la sabiduría. El viejoven, como consecuencia de ser alguien basado y versado, es reticente a endiosar la ciencia y la tecnología; es decir, a pensar que pueden ser utilizadas a cualquier precio, al margen de la ética, el bien de las personas y las buenas costumbres

Prolifera un concepto alumbrado por las lenguas modernas, que es el de viejoven, que es utilizado en referencia a aquellos jóvenes que adoptan una vestimenta, inquietudes, valores y registro lingüístico de mayor antigüedad que el de sus coetáneos. Como es de esperar, esta terminología se suele emplear de manera burlesca y peyorativa, puesto que parece que, para algunos, ser moderno por el mero hecho de ser moderno ya es, de por sí, una virtud.

Quienes tienden a utilizar este concepto con hilaridad y desdén son dados a pensar que el viejoven es un ser inmovilista, impermeable a todo cambio, reticente a cualquier atisbo de progreso. De ahí, la razón de que sea tan caricaturizado.

En primer lugar, resulta incongruente poner al viejoven el estigma o marchamo de inmovilista, puesto que, al caracterizarse por ser una persona cultivada, no es precisamente contrario a la eclosión de nuevos descubrimientos científicos y tecnológicos. Más bien, su portentoso intelecto es lo que verdaderamente coadyuva al desarrollo y profusión de estos. Sin la existencia de viejóvenes, los grandes hallazgos jamás hubiesen visto la luz del sol (ojo al dato).

Ahora bien, el viejoven, como consecuencia de ser alguien basado y versado, es reticente a endiosar la ciencia y la tecnología; es decir, a pensar que pueden ser utilizadas a cualquier precio, al margen de la ética, el bien de las personas y las buenas costumbres. Por el mero hecho de ser precavidos, se les adjudica el sambenito de retrógrados.

Este estigma social es consecuencia de la ideología progresista, esa que hunde sus raíces en el pensamiento del filósofo presocrático Heráclito de Éfeso. Se trata de una quimera que fue ideada antes de que los griegos descubriesen la razón; véase que es una creencia mitológica, véase sin un bagaje racional, en un ideal de progreso indefinido que no posa la mirada atrás, como un fuego que camina hacia adelante por el mero hecho de caminar hacia adelante, sin un punto de partida concreto ni un horizonte definido. De esta falacia irracional, se empapó el pensador Friedrich Hegel, para darle cuerpo y forma ideológica durante las postrimerías del siglo XVIII y albores del XIX.

En cambio, el viejoven se rige más por la palabra «tradición», concepto que, por su origen lingüístico u etimología, no puede ser confundido con el inmovilismo y el retroceso; porque el término «tradición» viene de traditio, que significa transmisión o entrega. Así pues, algo que está hecho para ser transmitido, más bien, es una cosa futurible, con vocación de continuidad y perdurabilidad; algo que supone lo contrario de retroceder o de permanecer inmóvil. Porque, como supuestamente dijo el músico y director de orquesta Gustav Mahler, «la tradición no es la adoración de las cenizas, sino la transmisión del fuego».

Por tanto, frente a ese fuego figurado que proponía Heráclito, orientado a abrasarlo todo para caminar hacia adelante, la Tradición aboga por uno que ilumine a las generaciones pasadas, presentes y venideras. De esta guisa, el viejoven es alguien con un pie en las virtudes del pasado y otro, en el mundo actual, de tal modo que no se quede estabulado en el pleistoceno y a su vez, corra un menor riesgo de contaminarse con los vicios de las modas pasajeras.

El viejoven es un espíritu atemporal, que no juzga las cosas por su temporalidad, sino en base a su contenido; véase a su belleza, valor, virtud y conveniencia; porque, como muy certeramente decía Oscar Wilde, «todo lo bello pertenece a la misma época»; y, como muy atinadamente sentenció G.K. Chesterton, «a cada época la salva un pequeño puñado de hombres que tienen el coraje de ser inactuales».