Ante la mujer indígena María Mueses y su hija Rosa se apareció la Virgen del Rosario en 1754. Iban caminando por el lugar donde se encuentra hoy la basílica cuando madre e hija se refugiaron en una cueva a descansar. La creencia popular era que en la zona se aparecía el demonio y María, asustada, le rezó a la Virgen. En ese momento, alguien le tocó la espalda, y del susto salió de allí. Días más tarde, volvieron, y la pequeña Rosa, que era sordomuda de nacimiento, le dijo a su madre: «Mamá, veo esa mestiza que se ha despeñado con un mesticito en brazos y dos mestizos a los lados». Era la primera vez que escuchaba hablar a su hija, pero ella no veía lo que le contaba. Al cabo de otro par de días, volvieron a pasar por allí, y Rosa dijo: «mamá, la mestiza me llama». Pero siguieron rumbo a su casa. Al rato de llegar, María no encontraba a la niña por ninguna parte y fruto de la intuición volvió al valle y en la cueva encontró a su hija Rosa arrodillada ante la mestiza, jugando con un niño rubio desprendido de los brazos de su madre.