Fundado en 1910

Pablo Delclaux, responsable de Patrimonio de la Diócesis de MadridJosé Mª Visiers

Pablo Delclaux: «Económicamente, el patrimonio de la Iglesia aporta más a la sociedad que viceversa»

El director del Secretariado de Patrimonio Cultural de la CEE reflexiona sobre el valor espiritual del turismo y sobre el destino de los bienes de la Iglesia

Pablo Delclaux es sacerdote y director del Secretariado de Patrimonio Cultural de la Conferencia Episcopal Española (CEE). A las puertas de las vacaciones de Navidad, Declaux visita El avestruz, la serie de entrevistas de la Asociación Católica de Propagandistas (ACdP), para hablar del valor espiritual del turismo, por qué la Iglesia no vende sus obras de arte o la necesidad de pagar por entrar en un templo.

–Le pregunto como sacerdote: ¿el turismo es una oportunidad para evangelizar?

–Hay varios tipos de visitantes: todos aportan mucho y a todos les aportamos mucho. Por un lado, están los peregrinos o quienes optan por el turismo religioso, como la ruta de Santa Teresa o la de San Ignacio. Y luego están los turistas propiamente dichos, que van a la playa o la montaña y aprovechan para ver un monumento eclesiástico. Todos reciben una importante información cultural y -depende de su intención y de la acción del Espíritu Santo- pueden recibir un impacto espiritual bastante grande.

–¿Por qué un católico ha de pagar entrada para entrar en una iglesia?

–Porque el patrimonio tiene un desgaste y un coste económico. Hay que restaurar, iluminar, hacer audioguías, preparar folletos, contratar personal… Y es verdad que hay a quien le cuesta entender que haya que pagar entrada, o te dicen «¡Si he puesto la X en la declaración de la renta..!», pero a veces es la única fuente de ingresos que tiene ese monumento. Y, si no, no se podría conservar ni abrir al público.

–No obstante, a menudo hay polémica en torno a los beneficios fiscales de la Iglesia…

Sí, la sociedad suele tener cierta sospecha sobre la economía de la Iglesia, y hay protestas de por qué tiene beneficios fiscales. Pero esto no es un privilegio exclusivo de la Iglesia: el único beneficio fiscal que tiene es que no paga el impuesto sobre bienes inmuebles, el IBI, para aquellos edificios que cumplen la función propia de la institución. Esto es propio de cualquier ONG.

–Otro tema recurrente es la cuestión de las inmatriculaciones de las propiedades eclesiásticas. ¿Hay aquí un privilegio?

–La inmatriculación es un concepto moderno, de finales del siglo XIX. La Iglesia goza de la posesión de sus bienes desde hace siglos, mucho antes de que existieran los títulos de propiedad tal y como los entendemos ahora. Ante esta imposibilidad, cuando nace el Registro de la Propiedad, se dice que la Iglesia no tiene que inmatricular, porque se da por hecho que los edificios eclesiásticos pertenecen a las instituciones eclesiásticas. Es una problemática que a veces a la gente le cuesta entender, y recomiendo entrar en el portal de transparencia de la CEE; allí todo está explicado perfectamente.

Desde la CEE intentamos que el patrimonio eclesiástico ayude a fijar la población, a evitar que se vaya, aunque no es fácil.Pablo Delclaux

–¿La Iglesia tiene demasiados bienes?

Bueno, en primer lugar es incorrecto decir «la Iglesia tiene mucho patrimonio», porque técnicamente la Iglesia -como tal- no es persona jurídica. Las que tienen patrimonio son las distintas instituciones eclesiásticas. Sería como decir que la familia García es la más rica de España, porque si te pones a sumar Garcías… Además, el patrimonio de la Iglesia no solo es material, también es inmaterial: hay un conjunto de fiestas íntimamente unidas a la Iglesia Católica que generan mucho en la sociedad. Pensemos en Navidad, Semana Santa o las fiestas populares de los pueblos. Yo creo que, económicamente, aporta mucho más la Iglesia a la sociedad de lo que la misma sociedad aporta a la Iglesia para la conservación y restauración de su patrimonio cultural.

España tiene una característica: vayas donde vayas, hay algo impresionante, ¡único!Pablo Delclaux

–Muchas ermitas y capillas se encuentran en pueblos de la llamada 'España vaciada', ¿es un problema o una oportunidad?

–Nuestro país tiene un problema grave con la despoblación, y desde la CEE intentamos que el patrimonio eclesiástico ayude a fijar la población, a evitar que se vaya, aunque no es fácil. Lo que tenemos que hacer es sumar fuerzas, crear rutas turísticas que nos lleven desde un sitio importante a otros lugares de interés. Y que no sean simplemente ir de un edificio eclesiástico a otro, sino que también muestren la gastronomía del lugar, la artesanía…

–Vale: llegan las vacaciones de Navidad. ¿Alguna recomendación para una escapada?

–Me gustaría recomendar un sitio concreto, pero es muy difícil, porque España tiene una característica: vayas donde vayas, hay algo impresionante, ¡único! Lo que sí recomendaría siempre es preparar la visita, porque la experiencia estética no solo es sensorial. No es solo una cuestión de si me gusta o no, sino que es importante racionalizarlo y entender lo que estamos viendo. Es importante que el visitante esté formado, porque estamos empapados de muchas ideologías -muchas en contra de la Iglesia-, y a veces uno escucha todo tipo de improperios en los monumentos.

–¿Por ejemplo?

–Es muy típico escuchar: «¡Que la Iglesia venda esto y dé el dinero a los pobres!». Y vamos a ver: la pobreza en el mundo no es cuestión de dinero, sino de justicia social, de reparto. Es una cuestión de la conversión personal de cada uno. Hombre, se podría vender algo para ayudar a los pobres, pero si se vende todo, las cosas van a perder su significado, se van a desubicar… y al cabo de unos años no tendremos obras de arte, iglesias ni dinero. Y seguirán habiendo pobres. También hay que entender el contexto histórico en el que ha sido realizada una obra de arte. «¿Cómo se os ocurre hacer unos candelabros de plata?», te dicen. Porque estamos en otra época, y por eso es importante que el visitante tenga ya no solo los ojos y los oídos abiertos, sino también el alma, para entender bien lo que se le está enseñando.