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El emperador Carlos I en la batalla de Mühlberg por TicianoWikimedia Commons

El papel fundamental del emperador Carlos I de España en el Concilio de Trento

España participó de manera extraordinaria en el Concilio de Trento gracias a su emperador y por ello es recordada como «martillo de herejes, luz de Trento y espada de Roma»

Sin la incansable insistencia del emperador de España, Carlos I, no habría sido posible celebrar el famoso Concilio de Trento, que marcó para siempre la historia de la Iglesia.

Las 95 tesis de Lutero marcaron un antes y un después para la Iglesia católica. Tras su publicación y difusión, las teorías reformistas se expandieron por el centro de Europa, siendo acogidas y defendidas, entre otros, por los príncipes alemanes.

Las tesis luteranas les otorgaban poder religioso, antes ostentado por Roma, y poder político frente al emperador, que por aquel entonces era Carlos I de España y V de Alemania.

Ante el desafío al poder eclesiástico e imperial, el emperador trató de convocar un concilio para estudiar la situación y solventar la rebeldía reformista.

Carlos I recomendó al Papa Clemente VII convocar un concilio general, proponiendo la ciudad de Trento. Pero debido a la presión otomana al este, no se pudo celebrar.

Además, por no fiarse de los protestantes, el cardenal Lorenzo Campeggio se oponía a la convocatoria del concilio que solicitaban tanto luteranos como el emperador y otros católicos.

Por otro lado, algunos príncipes alemanes que se mantuvieron fieles a la fe católica, como los duques de Baviera, veían con buenos ojos la convocatoria de un concilio que reformara la Iglesia. Carlos V nunca abandonó la intención de celebrar el concilio en cuanto las circunstancias en Europa lo permitiesen.

Con la llegada de Pablo III en 1534, se trató de convocar el concilio, pero fue rechazado en 1535 por los príncipes alemanes y los gobernantes protestantes apoyados por Francisco I y Enrique VIII, quien había fundado un año antes su propia iglesia nacional, la anglicana. Los constantes desencuentros fueron prorrogando la celebración del concilio hasta que en 1539 se pospuso indefinidamente.

Escasa asistencia

Tres años después, Pablo III convocó un concilio ecuménico que se reuniría en Trento el 1 de noviembre 1542. Sin embargo, el rey francés y los protestantes rechazaron el concilio, uno por enemistad con Carlos I y los otros por rebeldía contra la Iglesia.

Finalmente, el 19 de noviembre de 1544, se promulgó la bula Laetare Hierusalem con la que se convocaba el concilio en Trento para el 15 de marzo de 1545. En febrero se nombró a los legados papales que debían presidirlo. Pero se volvió a posponer por la escasa asistencia.

Carlos V deseaba inaugurarlo rápidamente y fijó el 13 de diciembre como fecha límite para la primera sesión formal, que, finalmente se celebró en el coro de la catedral de Trento después de la celebración de la Misa del Espíritu Santo.

El Concilio de Trento fue de gran importancia para el desarrollo de la vida interior de la Iglesia. Nunca se ha desarrollado un concilio en circunstancias tan complejas, ni se han discutido y resuelto tantas cuestiones vitales para la Iglesia.

A pesar de la propagación de la apostasía por Europa central, existía mucha fuerza religiosa para la fiel defensa de los principios inmutables del catolicismo.

No obstante, no fue posible curar las diferencias religiosas que dividieron Europa, antaño unificada en Cristo y su Iglesia. La verdad divina fue claramente proclamada en oposición a las falsas doctrinas y se establecieron unos fundamentos firmes para vencer la herejía.

A pesar de que algunos, envenenados del iluminismo ilustrado y el materialismo más simple, se lamenten del protagonismo de España en este acontecimiento histórico y consideren «una losa» haber elegido el lado correcto; esta es quizás una de las gestas más grandes protagonizadas por nuestros antepasados, una gesta intelectual que se suma a las grandes gestas bélicas, que demuestran la naturaleza guerrera e intelectual de nuestro pueblo.