Lilian Reyes: «Le dije a Dios que si Lucía se quedaba conmigo, la iba a cuidar con todo el amor»
A Lilian Reyes le cambió la vida en marzo de 2010, cuando su hija perdió la capacidad de andar, hablar o comer después de una infección muy grave
La vida de Lilian Reyes cambió radicalmente cuando su hija, Lucía, perdió la capacidad de andar, hablar o comer debido a una enfermedad repentina. No obstante, y paradójicamente, su testimonio –que reproducimos a continuación en primera persona– es una historia de superación, agradecimiento y amor incondicional.
La suya es una de las cuatro historias de acogida que protagoniza la nueva campaña de Navidad de la Asociación Católica de Propagandistas (ACdP). La entidad ha instalado carteles en las marquesinas y el metro de más de 80 ciudades en España con el mensaje «Pobre. Odiado. Marginado. Ha vuelto a nacer», con el que quieren invitar a todos a acoger al prójimo esta Navidad como a otro Cristo.
Meningitis
Hoy Lucía tiene 14 años, pero todo empezó cuando tenía 19 meses. Era una niña sana, feliz, que caminaba, decía «Mamá», pedía sus galletitas… Me acuerdo de que se acercaba a sacar la ropa de la lavadora si me veía colgándola. También recuerdo el día: el 31 de marzo de 2010 tuvimos que ingresar a Lucía en el hospital.
Por un catarro había desarrollado una sepsis, una infección generalizada, y los médicos no veían claro qué podía estar pasando. Nos trasladaron al hospital Niño Jesús, le hicieron pruebas… pero no evolucionaba favorablemente. Al final sufrió una meningitis que le provocó un daño cerebral importante, y por eso ha perdido movilidad, visión, el habla o el poder comer.
Recuerdo que me enfadé muchísimo con Dios –'Por qué a mí? ¿Por qué ella?'
UCI
Lucía estuvo en la UCI unos dos meses y medio. Hubo un momento en que tuvieron que entubarla, y nos dijeron que o moría o se quedaba así. En aquel momento recuerdo que fui junto a ella, llorando, destrozada, y la cogí de la mano y se la entregué a Dios: le dije que Él decidiera, que si se quedaba conmigo yo la iba a cuidar con todo el amor del mundo, pero que si decidía llevársela, iba a intentar aceptarlo.
También recuerdo que me enfadé muchísimo con Dios –«¿Por qué a mí? ¿Por qué ella?»–, y con el tiempo me fui dando cuenta de que era por algo. Después de aquello, el padre de Lucía decidió alejarse de nosotros. Yo creía tener una familia feliz, con mi hija sana y mi pareja, pero era una mentira… y lo que más me duele es que Lucía se haya tenido que poner mala para darme yo cuenta de eso.
Fue un año de bloqueo, de no saber qué hacer
Una nueva etapa
Después de la UCI, bajamos a planta casi un mes: ahí entró a nuestra vida el equipo de paliativos. Ellos han sido una columna muy importante, un apoyo: la psicóloga, los médicos que venían a casa, la enfermera disponible las 24 horas… Me ayudaron a estar segura, a enfrentarme a la nueva etapa. Vieron que yo podía atender a mi hija y me dijeron que había la opción de irme con ella a casa.
Sin mi pareja, yo no podía cubrir los gastos del apartamento, y tampoco podía cuidar sola de Lucía. Mi tía y mi prima me abrieron las puertas de su casa, y fui a vivir con ellas. Estuve una semana sin salir de casa, porque tenía miedo a exponerla, a salir con su sonda y que la vieran todos… hasta que un día dije «No». No podía quedarme en casa y quitarle a mi hija el mundo. Empezamos a salir y fue duro, porque hay personas que te preguntan, o te dicen «Acéptalo, es lo que hay».
Fue un año de bloqueo, de no saber qué hacer, pero poco a poco nos hemos ido acostumbrando a la nueva vida. A vivir en el mundo de Lucía. Y es duro tener un hijo así, es duro, pero todos los días doy gracias a Dios por estar juntas, y por tanta gente que está con nosotros. Personas que nos acompañan, que nos dan la mano, o un abrazo, que nos dicen «Aquí estoy».
Dios está conmigo, que me ayuda a mantenerme en este camino y a conservar la fe y la esperanza
De estar sin problemas, de repente me vi dependiente, y estoy muy agradecida a todos los que nos han acompañado y ayudado estos años. Me han dado la base para buscar ayudas y para vivir donde estoy ahora. Siempre digo que las personas que Dios ha puesto a nuestro lado en el camino son ángeles.
«¿De dónde sacas tanta fuerza?»
Muchas madres me preguntan «¿De dónde sacas tanta fuerza? Yo no lo haría». Pero siempre les respondo que no digan eso, porque una madre es capaz de eso y mucho más. A veces me sorprendo yo misma de cómo sale la leona que tenemos dentro. Aun así, creo que lo que me ha empujado durante esta situación es el amor.
Siento que Dios me ha dado un diamante que tengo que pulir cada día, para que esté bien. A veces me pongo a hablar con Él de ello y le digo «¿Por qué me has elegido a mí?», pero es verla y… ¡he recibido tanto de Lucía! He aprendido de la vida, a ser más humana, más persona, más solidaria. Y, aunque sufrimos, he aprendido a disfrutar todos los momentos, a disfrutar la vida con ella.
En casa, mi abuelo nos enseñaba a rezar el rosario, y no íbamos a la cama sin haber rezado y dado gracias. Muchas veces comparo mi vida con la forma en que Jesús vino a este mundo, en un pesebre, con gente que no le recibió bien… o con la Virgen María al pie de la Cruz, sufriendo por su hijo. Y sí, creo que Dios está conmigo, que me ayuda a mantenerme en este camino y a conservar la fe y la esperanza.
Dios nos dio mucho amor, y para mí –de nuevo– esta es la clave. Es lo que me ha acompañado a lo largo de estos 14 años: sin amor no puedes tratar bien a una persona, no la puedes cuidar. Yo doy gracias a Dios por tener a Lucía cada mañana, por verla sonreír cuando se despierta. Y tengo la esperanza de que un día –a su manera, claro– Lucía me dirá «mamá».