Tres mujeres de hoy y su vida en clausura: ¿son felices?
El Debate ha querido hablar con tres monjas contemplativas, de tres órdenes religiosas diferentes, para responder mejor a esta pregunta
Tres mujeres, tres contemplativas, tres carismas… cuentan para El Debate los motivos que las han llevado a consagrar su vida a Dios en un convento. Las tres han respondido implícitamente a una pregunta: ¿Eres feliz?
¿Por qué motivo en pleno siglo XXI una mujer decide entrar en la clausura de un convento o monasterio?
El arte en clausura
La hermana Ana Isabel de la Cruz Salguero Guerrero es artista y religiosa de la comunidad de las Hermanas Clarisas de Madridejos, en Toledo.
Esta religiosa de la Orden de las Hermanas Pobres de Santa Clara (este es el nombre oficial), fundada por san Francisco de Asís y santa Clara de Asís en 1212, es muy seguida en Instagram por su cuenta @pinceladas_dedios.
Su arte nace de su unión con Dios: «Ha sido un descubrimiento maravilloso dentro del propio discernimiento de mi vocación y conocimiento propio de mi persona: un don de Dios maravilloso».
«Desde pequeña me ha gustado escribir y pintar, pero jamás pensé llegar a pintar y sobre todo pintar en mi propio estilo de vida», reconoce la religiosa.
La hermana recuerda: «Mis primeros dibujillos fueron realizados en mis primeros Ejercicios Espirituales. Al ser los primeros, estaba más en el bolígrafo que en la meditación. Allí fui descubriendo ambos deseos que se complementan, el de Dios y el de pintar».
A mis padres les costó un poco, pero el Señor me llamaba
A muchos les ha sorprendido encontrar el arte de sor Ana en Instagram. En su cuenta, también comparte fotos de la vida de la comunidad. Para ella es algo bastante lógico: «Sencillamente, es el medio por el que la sociedad se está moviendo más».
60 años de vocación
¿Cómo puede ser feliz una mujer que vive encerrada en un monasterio de clausura?
Sor Práxedes de San Agustín nos responde a esta pregunta: «La felicidad se siente siguiendo cada uno su vocación. Eso solo lo sabe quién lo vive».
Es la religiosa más veterana de la comunidad de las Hermanas Agustinas Descalzas de la localidad valenciana de Benigánim, Nació hace 87 años en Valdeltorno, Teruel. Su historia no es la de una vocación temprana: entró en el convento al cumplir los 27 años.
Con una gran sonrisa, explica, cómo fueron esos años, en los que sintió la llamada del Señor: «De pequeña yo no quería ser monja. Fue ya de mayor, con 27 años, Dios me llamó y estoy contentísima. Yo me dirigía espiritualmente con don Vicente Micó, director espiritual del seminario de Teruel. A mis padres les costó un poco, pero el Señor me llamaba y yo quería seguir mi vocación por encima de todo. En esos momentos, una hermana mía, que tenía once hijos, me animó a seguir adelante».
«Soy feliz pudiendo rezar por todos –añade–, para eso estamos aquí. Somos el corazón de la Iglesia, estamos calladitas, pero la oración, va y riega por todas partes. Jesús es muy grande: queremos amarle íntegramente, cada día más».
La comunidad de Sor Práxedes sabe cómo hacer que su vida y su mensaje llegue muy lejos: tienen un canal de YouTube (Agustinas Descalzas Benigánim), Instagram (@agustinasdescalzasbeniganim) Facebook (Agustinas Descalzas).
Yo quería ser partícipe de la alegría que había visto
La vocación mínima
La madre Rocío de Jesús, superiora del convento Nuestra Señora de la Victoria de las Monjas Mínimas, situado en la localidad española de Daimiel (Ciudad Real) también nos ha contado cómo decidió consagrar su vida a Dios.
La madre Rocío, que nació en Daimiel, tiene grabada en la cabeza la primera vez que vino tenía nueve años.
«Recuerdo entrar en el locutorio y no recordar nada de lo que me dijeron –confiesa–. Solo recuerdo la alegría de las monjas. Yo quería ser partícipe de la alegría que había visto tras las rejas».
Con 19 años ingresó en el monasterio. Su hermana había ingresado un año antes. Sus padres fueron decisivos en el paso que tomó, ya que siempre se sintió apoyada y animada a seguir su llamada. Algo que a veces chocaba con el sentir de amigos y vecinos.
«Nunca he tenido dudas, soy muy feliz… Una gracia de Dios», nos sigue diciendo. Su felicidad viene de haber encontrado su misión en la vida, por mucho que no se acostumbra a levantarse a las 6 de la mañana.
El convento de las Mínimas de Daimiel, como otros conventos, ha abierto sus ventanas a las redes sociales: cuentan con una página web, un canal de YouTube, y un perfil de Facebook, donde cuelgan sus videos caseros para compartir su día a día.
«Hay mucha gente que viene a pedir oración, bien por el torno, en el locutorio y otros por Internet. Nuestro convento, en su día, fue de los primeros en tener correo electrónico» cuenta la madre Rocío.