Traslatio: el último viaje de Santiago apóstol a España que ahora es ruta jacobea por mar
En el año 44 d.C., según cuentan los Hechos de los Apóstoles, el rey Herodes «hizo pasar a cuchillo a Santiago, hermano de Juan»
Dice la tradición que Santiago el Mayor fue el primero de los doce en salir de Jerusalén, desde donde llegó hasta el fin del mundo –el conocido en ese momento–. Su presencia en Hispania está llena de mitos y leyendas: no hay indicios materiales de que se construyesen muchas iglesias, ni un rastro de bautizados a su llegada. Ahora bien, la historia de su paso por España y sus restos, aquí depositados, han convocado desde hace siglos una peregrinación multitudinaria. El Camino de Santiago ha sido también una vía de expansión del conocimiento, de modas y corrientes literarias y artísticas que ha dejado un patrimonio único en el mundo.
Todos los caminos llevan a Roma, o a Santiago. Existen más de 10 rutas distintas para llegar a la ciudad compostelana a venerar los restos del apóstol. El Inglés, el Francés o el Primitivo son algunos de ellos, pero el que se dice que fue el primero, el germen de todos los demás, es la Traslatio, que sigue el viaje de los discípulos del Patrón de la Hispanidad en una barca de piedra para traer sus restos y sepultar su cuerpo en la Gallaecia.
En el año 44 d.C., según cuentan los Hechos de los Apóstoles, el rey Herodes «hizo pasar a cuchillo a Santiago, hermano de Juan» (Hch 12, 2). La Real Academia de la Historia afirma que todo lo demás que se sabe sobre su vida, además de lo que se cuenta en los Hechos y en algunos Evangelios sinópticos, son conjeturas con más o menos fundamento.
Una de ellas es la que cuenta que tras haber sido degollado por orden de Herodes sus discípulos Teodoro y Atanasio robaron su cuerpo tras el martirio, lo montaron en una barca de piedra y lo llevaron al lugar en el que Santiago había estado evangelizando. Su cabeza, por otro lado, fue entregada por Santiago el Menor a la Virgen María para que la custodiase. Hoy se conserva en la catedral de Santiago de Jerusalén.
Entre la historia y el mito, se dice que la embarcación no necesitaba ni tripulación ni guía. Desde la otra punta del Mediterráneo, lo cruzaron y se adentraron en aguas atlánticas para llegar hasta la costa gallega. Cuenta la leyenda que atravesaron la Ría de Arousa y que atracaron en el puerto de Iria Flavia, donde dejaron amarrada la barca a un poste de piedra –de ahí provendrá el nombre de la villa de Padrón (pedrón)–.
No tenían transporte para continuar su camino hacia el interior, por ello, le pidieron a Raíña Lupa (un personaje de la mitología gallega) que les prestase un carro y unos bueyes, según relata el Códice Calixtino. Lupa les tendió alguna que otra trampa, pero finalmente cedió ante las pruebas de las que Teodoro y Atanasio salieron milagrosamente victoriosos e ilesos. Y lo que es más, les pidió ser bautizada en el cristianismo.
Santo en carreta y en camino, a las reses no les hizo falta guía. Después de su largo camino hasta llegar, Teodoro y Atanasio quedaron como custodios del Arca Marmórica. Durante varios siglos quedó olvidado entre la frondosa vegetación del monte Libredón hasta que un eremita que se llamaba Paio y allí habitaba vio una noche un resplandor que indicaba el lugar donde el apóstol estaba enterrado y el resto es historia.