Las cuatro razones por las que los cristianos se avergüenzan y abandonan la Iglesia
Joseph Ratzinger apunta cuatro razones para comprender el fenómeno contemporáneo del abandono de la fe y de la pertenencia a la Iglesia
La increencia campa en la vida contemporánea como una mentalidad para la que Dios no existe o, de existir, no es útil para la vida real.
Esta afirmación late en los comportamientos del hombre de hoy y, tácitamente en el cristiano, influido por esta cultura indiferente y contraria a la iglesia y la fe cristiana. En el poema Los coros de la Roca, T.S. Eliot se pregunta «¿es la humanidad la que ha abandonado a la Iglesia, o la Iglesia la que ha abandonado a la humanidad?».
Del mismo modo, en la obra conjunta de Joseph Ratzinger y Hans Urs von Balthasar, Por qué soy cristiano/ Por qué permanezco en la Iglesia de la editorial Sígueme, el Papa emérito Benedicto XVI apunta cuatro razones que subyacen en la dramática pregunta del poeta británico y en la mentalidad del hombre de hoy, que desdeña el mensaje de la Iglesia o que, influido por la mentalidad común, termina por abandonar la fe y la pertenencia a la comunidad eclesial.
Eficacia sin conversión
- «Hoy prácticamente sólo vemos la Iglesia desde el punto de vista de la eficacia, preocupados por descubrir qué es lo que podemos hacer con ella».
- «Hoy no es nada más que una organización que se puede transformar, y nuestro gran problema es el de determinar cuáles son los cambios que la harían «más eficaz» para los objetivos particulares que cada uno se propone».
De este modo, la conversión personal pasa a un segundo plano, siendo esta para Ratzinger el fundamento de la vida cristiana:
- «Solamente a través de la conversión se llega a ser cristianos; esto vale tanto para la vida particular de cada uno como para la historia de toda la Iglesia».
La Iglesia queda reducida a esa realidad institucional que solo se plantea en términos de organización
Cambiar las estructuras
Como consecuencia de lo anterior, Ratzinger apunta que abandonado el «esfuerzo y el deseo de conversión», se espera la salvación «del cambio de los demás, de la transformación de las estructuras, de formas siempre nuevas de adaptación a los tiempos». Lo reformable son entonces solo «las realidades secundarias y menos importantes de la Iglesia. No es de extrañar, por tanto, que la misma Iglesia aparezca en definitiva como algo secundario».
La tensión por cambiar «las estructuras» se convierte en:
- «Una sobrevaloración del elemento institucional de la Iglesia.»
- «La Iglesia queda reducida a esa realidad institucional» que solo se plantea en «términos de organización».
Interpretaciones subjetivas
Ratzinger alerta de que dentro de la Iglesia se ha introducido la incertidumbre que produce las distintas interpretaciones de la fe:
- «Las verdades pierden sus propios contornos», con lo cual «los límites entre la interpretación y la negación de las verdades principales se hacen cada vez más difíciles de reconocer».
- Como consecuencia, «la incredulidad (...) vuelve la situación cada vez más insoportable».
Despreciar la historia de la Iglesia
Al mismo tiempo los católicos aceptan e incluso propagan el relato anticatólico sobre el pasado de la Iglesia, sembrando la semilla del escándalo y del abandono de la fe.
- Por una parte, la Iglesia era «el gran estandarte escatológico visible desde lejos que convocaba y reunía a los hombres; ella era el signo esperado por el profeta Isaías (11,12), (...). Con su maravillosa propagación, su eminente santidad, su fecundidad para todo lo bueno y su profunda estabilidad, ella representaba el verdadero milagro del cristianismo, la mejor prueba de su credibilidad ante la historia».
- Sin embargo, se termina trasladando desde fuera de la Iglesia y desde dentro la idea de que es «no una comunidad maravillosamente difundida, sino una asociación estancada».
- «No ya una profunda santidad, sino un conjunto de debilidades humanas, una historia vergonzosa y humillante, en la que no ha faltado ningún escándalo», de modo que quien «pertenece a esa historia no puede hacer otra cosa que cubrirse vergonzosamente la cara».
- Así, la Iglesia no aparece ya como el signo que invita a la fe, sino precisamente como el obstáculo principal para su aceptación», lamenta Ratzinger.