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Jesús Sánchez Adalid junto al Papa Francisco

Jesús Sánchez Adalid, junto al Papa Francisco

Entrevista

Jesús Sánchez Adalid, el sacerdote escritor de 'bestsellers'

El sacerdote y escritor, Jesús Sánchez Adalid, acaba de publicar Una luz en la noche de Roma, novela desarrollada durante la ocupación nazi, en 1943, en el Hospital de la Isla Tiberina, que se convirtió en refugio de cientos de judíos

Una luz en la noche de Roma, la última novela de Jesús Sánchez Adalid, se desarrolla en el verano de 1943. Gina, estudiante de familia acomodada, se enamora perdidamente de Betto, un intrépido muchacho judío que forma parte de una organización clandestina. Entre ambos surge una original, intensa y prohibida relación.

Tras la estrambótica caída de Mussolini, Roma cae bajo la ocupación nazi. En paralelo se narra la historia, de la captura de los judíos del «gueto hebreo», por parte de las SS. En el hospital de la Isla Tiberina será ideado un sofisticado engaño para salvar la vida de los perseguidos: el llamado «Síndrome K».

Esta formidable historia surge cuando alguien se puso en contacto con el escritor y le informó de la existencia de unos documentos de valor inestimable. Tras una investigación apasionante, encontró a los descendientes de los protagonistas reales.

Pero dejemos que sea el mismo Jesús Sánchez Adalid, quien ejerce su ministerio sacerdotal en Mérida, como párroco de la Parroquia de San José, Canónigo del Cabildo de la Concatedral de Santa María la Mayor de Mérida y como delegado episcopal en la Pastoral Universitaria.

¿Cómo descubrió usted esta historia y por qué decidió contarla?

–Recibí una carta del director del hospital de la Isla Tiberina de Roma, conocido como Fate Bene Fratelli, que significa literalmente «haced el bien hermanos». En esta carta, se hacía referencia a un acontecimiento extraordinario, que había tenido lugar durante la Segunda Guerra Mundial en Roma, en ese hospital, y me lo ofrecía como posible fondo para una de mis novelas.

Normalmente no me interesaba la época, pero, gracias a Dios, le presté atención a esta maravillosa historia de la invención de una epidemia para librar de la Gestapo a un montón de judíos, entre los cuales había muchos niños.

Me puse a investigar y me encontré con otros elementos que me parecían interesantísimps para la escritura de la novela.

¿Ha podido contactar con los descendientes de los protagonistas de esta historia? ¿Le han ayudado a documentar el libro?

–No fue fácil en un primer momento. Yo necesitaba encontrar los nombres de esas personas, saber dónde estaban. Tuve que acudir a los archivos del Holocausto, de la Fundación Steven Spielberg: tienen 52 mil documentos. También fui al archivo histórico italiano de la Segunda Guerra Mundial y el Archivo Vaticano.

Cuando ya tuve los nombres, me encontré con la primera barrera y es que estas personas no querían hablar. Los descendientes no querían hablar. Les insistí mucho, alegando que su participación era necesaria. Después de mucha insistencia, por fin me llamaron. Me obligaron a firmar un documento notarial, según el cual no podía desvelar los nombres de las familias. Ellos viven ahora en América. Están muy bien posicionados socialmente y, como es natural, no querían que les molestaran periodistas y cámaras, con una historia que ellos no podían contar más de lo que me han contado a mí.

El momento más emocionante tuvo lugar cuando encontré estos dos protagonistas, Betto y Gina. Ella, una chica de familia aristocrática, muy joven, diecinueve años, que iba a empezar la carrera de Farmacia, y el muchacho judío, revolucionario anarquista, que formaba parte de la resistencia. Ahí es cuando me dije: «¡esta es la historia!». La historia no era la del «virus K» o la generosidad humana, el bien, la fraternidad, o los principios cristianos... Necesitaba también aventura, intensidad, juventud. Es una novela, no un libro, en la que hay documentación histórica.

¿Tiene algún método para escribir?

–Yo he ido elaborando un método a lo largo de muchos años. Trabajo primero una investigación exhaustiva para poder cumplir con el principio de verosimilitud.

El lector tiene que sentir en todo momento que le está contando una historia creíble y eso tiene su trabajo.

En la novela incorporo un apéndice, al final, donde están todos los acontecimientos históricos. La fuente de investigación, los archivos, un mapa de Roma en esa época.

El Vaticano ha abierto los archivos secretos relativos a la época del Papa Pío XII, que es el Papa de esa época.

¿Cuál fue la posición de ese Papa ante la persecución de los judíos?

–Agradezco que me haga esta pregunta, porque es una pregunta polémica. Creo que mi novela va a contribuir a dar luz sobre este tema. El archivo llamado Archivo Secreto Vaticano del pontificado de Pío XII se guardó, se clasificó como secreto, no había acceso libre a él. Esto puede generar sospecha: si una cosa se guarda, la gente piensa que es porque se oculta algo. El Papa Francisco decidió, en 2019, que se abriera ese archivo, que ahora ha pasado a llamarse Archivo Histórico Vaticano del pontificado de Pío XII.

Los responsables me explicaron que el hecho de mantenerlo catalogado o secreto era porque se contenían los nombres, las vidas y referencias a muchas personas que estaban vivas, en un momento muy convulso y muy peligroso, incluso tras la guerra. Cuando terminó la guerra, no vino la paz definitiva, empezó la venganza, la reconstrucción nacional y los rencores. El Vaticano trató de proteger los nombres y la historia de las personas, lo que hace ahora la ley, con la protección de datos.

El Papa Francisco decide que, transcurridos ochenta años desde los hechos, es tiempo suficiente para que ya se pueda conocer. Es algo excepcional, porque, entre otras cosas, nos hemos enterado de que los católicos de Roma salvaron a la inmensa mayoría de la población judía.

Cuando se produce la redada del 16 octubre de 1943, los judíos, en su mayoría, unos 4.483, se refugian en las casas de católicos. Salvaron entre ellos al gran rabino de Roma, que se ocultó en el Vaticano, y después de la guerra, se bautizó, y se puso el nombre de Eugenio, adoptando el nombre del Papa Eugenio Pacelli.

Aun así, mil fueron deportados, de los cuales sólo regresaron dieciséis supervivientes.

Al Vaticano, en ese momento, le faltó una declaración pública de condena de la persecución de los judíos. Roma estaba rodeada por las tropas alemanas. El Papa necesitaba tener una posición neutral, pero el que permaneciera en silencio no significó que permaneciera de brazos cruzados: la Iglesia trabajó en silencio.

Fue un proceso interno, muy misterioso, muy hermoso, difícil de ponerle palabrasJesús Sánchez Adalid

Le entregó la novela del Papa Francisco, ¿Tuvieron algún tiempo para comentarla?

–Tuvimos una conversación muy interesante en la cual el Papa me dijo que me leía, que le gustaba mucho y me animaba a seguir escribiendo. Dijo literalmente: «Esto también es evangelización».

¿Cómo compagina sus dos vocaciones, el sacerdocio y la escritura?

–Yo nunca pensé en ser escritor, como nunca había pensado en ser sacerdote. Yo fui juez civil. Cuando uno trata de explicar una vocación, siempre acaba recurriendo a tópicos, a cursilerías de la vocación. Fue un proceso interno, muy misterioso, muy hermoso, difícil de ponerle palabras. Con la escritura, me pasó algo parecido. Yo he tenido vida pastoral ininterrumpida, solo que no sabe la gente. La gente piensa que yo me dedico a escribir sólo libros. Yo me dedico a mi parroquia de diecinueve mil habitantes en Mérida, la parroquia de San José, que quede muy claro. Tengo una vida muy rica, hago deporte. Tengo dos perros lobos maravillosos y nos damos unos paseos descomunales por el campo. Me encanta la oración en la naturaleza. También me encanta la gastronomía. Salgo con mis amigos de mi parroquia. No soy mucho de despacho parroquial.

Claro que hay mal en el mundo, pero tiene más fuerza el bienJesús Sánchez Adalid

Tras su investigación para esta novela, ¿ha cambiado la idea que tenía antes sobre la persecución de los judíos?

–Hay algo que me he repetido todo el tiempo y es que, en los momentos más difíciles, hay que tener una mirada positiva sobre el mundo. Claro que hay mal en el mundo, pero tiene más fuerza el bien. En los momentos más oscuros y terroríficos, hay que hacer resplandecer lo mejor del alma humana. Esa es la llamada principal de nuestra fe. La fe en Jesucristo es fraternidad: somos hermanos, y ser hermano es hacer el bien. Eso solamente se puede hacer ejercitando el amor, que es lo que falta cuando hay una guerra, que es un periodo oscuridad, un vacío terrible en el amor. La vida no tenía valor ninguno en ese momento: ochenta millones de muertos, que es una barbaridad, pues no solamente murieron por la acción directa de las bombas o de los combates; también hay que contar el hambre, las enfermedades, la desolación... Eran ideologías terribles que pretendían anular la voluntad, la espiritualidad de la gente. Esto hizo que, al finalizar, se diera un vacío en las conciencias. Las personas que sobrevivieron estaban agotadas física, mental y espiritualmente.

¿Cómo surgió la idea de inventar un virus mortal, llamado «K», para evitar que los ocupantes nazis se acercaran a quienes supuestamente lo padecían, los judíos?

–Lo inventaron los propios médicos del hospital de la Isla Tiberina: era un guiño al bacilo de Koch. Cuando llegaba la Gestapo, decían que el virus estaba en investigación, y que era muy contagioso. La letra «K» la escogieron en referencia a tres jerarcas nazis.

Los nazis estaban capturando judíos y en el hospital milagrosamente pudieron mantener esa trama durante todo el tiempo, hasta el final de la guerra, con dos inspecciones de la Gestapo de por medio.

¿Ya tiene próxima novela?

–La próxima novela no tendrá que ver, con esta. Es sobre la guerra de la Independencia, y era la que iba a escribir antes de que me entregan esta información sobre el «virus K».

Esta novela me ha hecho pensar mucho, tenía que construir los personajes, darles forma, que hablaran, que el lector los sintiera reales.

En unos meses presentaremos este libro en la embajada de España en Roma. Para la comunidad judía romana será un acto muy bonito, en el cual el gran rabino de Roma y yo haremos una oración ecuménica por las personas que salvaron judíos y por los protagonistas de la novela.

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