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Tabbula Evangelios, (586 d. C.) en el que aparece Estefanón, el soldado que dió a Jesús la esponja mojada en posca

Viernes Santo, y Jesús murió en la cruz con la bebida de los legionarios

Siempre creímos que aquella esponja que le acercaron los soldados romanos, empapada en vinagre fue una última crueldad añadida al dolor de la tortura y la muerte

El día solemne, triste y grande a la vez. El día del significado de la muerte, de la infamia y el rugido que rompió el mundo a las tres de la tarde, cuando hasta el velo del Templo de Jerusalén se rasgó.

Mi abuelo materno decía que «el Viernes Santo ayunan hasta los pajaritos». Hoy es una jornada de ayuno y abstinencia, bacalaos quizás y poca cosa. Mucho ruido en las calles de nuevo, turistas invadiendo en masa nuestras tradiciones, alucinados de su belleza, pero sin comprender el fondo. Nos convertimos en un teatro para ellos, en algo incomprensible y asombroso. Este fenómeno que invade Europa y que nos transformará en una cultura estática y restará vitalidad a las tradiciones ensalzando sólo las formas.

El Viernes Santo conmemoramos que Jesús murió en la Cruz. Siempre creímos que aquella esponja que le acercaron los soldados romanos, empapada en vinagre fue una última crueldad añadida al dolor de la tortura y la muerte. Sin embargo, como decía la profecía, no le quebraron ningún hueso, al contrario que ocurría con los condenados a muerte de crucifixión. El cordero pascual que habían comido todos los israelitas la noche anterior presentaba los huesos intactos, igualmente, pero no por azar.

Los soldados romanos, bastante ajenos a los tempestuosos israelitas, se compadecieron. Algo que era extraño en gente tan curtida y acostumbrada a ejecutar personas ¿Percibieron esa diferencia entre Jesús y los otros condenados? ¿Conocían la injusticia de la condena? Ellos eran ajenos a la ley, solamente la cumplían, pero sentían como seres humanos, y quizás esa tarde se conmovieron en su presencia. Y se estremecieron, nació la necesidad de aliviar de una forma posible en sus medios, los padecimientos de aquel crucificado, acercándole una esponja empapada en un líquido. La tradición ha llamado a este soldado Estefatón, y se solía representar junto a Longino, el otro soldado que alanceó el costado de Jesús.

Sin embargo, aquella esponja no llevaba solo vinagre. Estaba empapada en posca, la bebida que llevaban todos ellos y con la que se hidrataban en campaña, la que se bebía corrientemente en toda Roma, además del vino aguado. La anécdota la narran todos los evangelistas: Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Tras refrescarse, le llegó la muerte, pero antes pudo decir unas últimas palabras «todo está consumado».

La posca es el auténtico antecedente de los gazpachos andaluces

La caridad de los legionarios

La posca era una de las bebidas más corrientes en el mundo romano. Se podía adquirir ya preparada a vendedores ambulantes, pero también la podían elaborar cada uno de ellos, incluso en las casas de forma doméstica. En realidad, era una bebida isotónica, que hidrataba y reponía electrolitos. Se componía de agua, vinagre, sal y algunas hierbas y hortalizas cortadas muy finamente, seleccionadas a gusto de cada uno. Quizás ajos y cebolla, algún brote de poleo en verano o unas hojillas de tomillo o romero silvestres. La posca se transportaba en una cantimplora de barro, aunque lo hacía con más frecuencia en un recipiente muy ligero: una calabaza deshidratada y seca, con un tapón de corcho, que se podía colgar de la cintura o de algún correaje, incluso de la impedimenta. La posca es el auténtico antecedente de los gazpachos andaluces antes de la llegada de los tomates, ligero, refrescante, y que admitía mojar algunos trozos de pan para proporcionar un mejor sustento.

El acto de caridad de mojar los labios de Jesús con la posca representa el corazón de los legionarios, de los conmovidos ante uno que no era un crucificado más. De un mundo sin misericordia nace un universo de caridad. Unos hombres que tuvieron que sufrir una transformación a los pies de un condenado. Uno de los misterios de la Pasión.