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Los trece patronos de la JMJ 2023 de Lisboa

Conoce a los santos patronos que cuidarán de la próxima JMJ 2023

Cada diócesis ha elegido a los santos que son referencia para cada realidad diocesana y que, con su ejemplo y protección, ayudarán en el camino hacia la JMJ de Lisboa 2023

El comité organizador local de la JMJ Lisboa 2023 ha anunciado los santos y beatos patronos a los que confía la edición de esta Jornada Mundial, que tendrá lugar en la capital portuguesa del 1 al 6 de agosto de 2023.

Cada diócesis ha elegido a los santos que son referencia para cada realidad diocesana y que, con su ejemplo y protección, ayudarán en el camino hacia la JMJ de Lisboa 2023.

Estos nombres, que serán un modelo para los jóvenes, se hacen públicos el 18 de mayo, día en el que se celebra el aniversario del nacimiento de San Juan Pablo II, fundador de la Jornada Mundial de la Juventud.

¿Quiénes son?

Los presenta el Patriarca de Lisboa, cardenal Manuel Clemente, quien señala las principales referencias históricas de cada uno, así como su importancia pastoral y espiritual para la preparación y celebración de la próxima Jornada Mundial de la Juventud.

La patrona por excelencia de la próxima Jornada Mundial de la Juventud es la Virgen María, la joven que aceptó ser la madre del Hijo de Dios encarnado. Ella, que se levantó y se dirigió apresuradamente a la montaña, para encontrarse con su prima Isabel, llevándole al Jesús que había concebido. De este modo, enseña a los jóvenes de cada tiempo y lugar a llevar a Jesús a otros que ¡Le esperan, tanto ahora como entonces!

San Juan Pablo II es también patrón. A él le debemos la iniciativa de las Jornadas, en las que se han reunido y animado millones de jóvenes de los cinco continentes.

Los santos patronos son todos aquellos que se han dedicado al servicio de la juventud, especialmente San Juan Bosco, a quien San Juan Pablo II declaró «Padre y Maestro de la Juventud». A los formadores les propuso su «sistema preventivo», de permanente actualidad: «Acompañad a los jóvenes, evitad el pecado mediante la razón, la religión y la bondad. Convertiros en santos, en educadores de santos. Que nuestros jóvenes sientan que se les quiere».

Contamos también con la protección de San Vicente, diácono y mártir del siglo IV. Él, como patrón de la diócesis, acogerá y fortalecerá a todos con su caridad y testimonio evangélico.

Santos de Lisboa

Al celebrarse en Lisboa, la Jornada contará con el apoyo celestial de algunos santos lisboetas, los cuales partieron de aquí para anunciar a Cristo.

San Antonio – nacido hacia 1190 – que como franciscano iría primero a Marruecos, después a Italia y luego al sur de Francia para luego volver a Italia, convirtiendo a muchas personas al Evangelio que vivía y predicaba. Murió en Padua en 1231 y tan seguros estaban de su santidad que fue canonizado solo un año después. El Papa León XIII lo llamó «el santo de todo el mundo».

Siglos después, San Bartolomé de los Mártires, dominico y arzobispo de Braga, también era lisboeta. Se fue a Trento para participar en la última fase (1562-63) del Concilio que quería reformar la Iglesia acercando los pastores a las ovejas, como exige el Evangelio y como tanto insiste el Papa Francisco. San Bartolomé, tanto en el Concilio como después, fue decisivo en este sentido y aún hoy nos motiva a todos.

Un siglo después, otro joven lisboeta, San Juan de Brito, jesuita, partió a la India para anunciar a Cristo. Imparable en su proclamación y en sus difíciles trayectos, se vistió y habló pensando en llegar a todos los grupos y clases sociales. Fue martirizado en Oriur, en 1693.

Beatos

Además nos acompañan algunos bienaventurados (beatificados), también de Lisboa.

La primera, Joana de Portugal, hija del rey Alfonso V, que podría haber sido reina de varios reinos de Europa, pero prefirió estar unida a Cristo y a su Pasión, marchándose al claustro a los diecinueve años. Murió en Aveiro, en el convento de las monjas dominicas, en 1490. La llamamos Santa Juana la Princesa y nos impulsa a tomar decisiones radicales.

En 1570, João Fernandes, un joven jesuita, fue martirizado frente a las costas de las Islas Canarias, cuando se dirigía a misionar a Brasil. Fue uno de los cuarenta mártires de la época, grupo encabezado por el beato Inácio de Azevedo. Habían partido en respuesta a su llamada misionera y ciertamente contribuyeron así en el Cielo a la misión que no pudieron cumplir en la tierra.

En la montaña

Más tarde, María Clara del Niño Jesús – una joven aristócrata nacida en las afueras de la capital – quedó huérfana muy pronto, pero decidió convertirse en «madre» de los indigentes. En una época en la que esto estaba oficialmente prohibido, consiguió fundar una congregación religiosa dedicada a esta causa (Hospitalarias Franciscanas de la Inmaculada Concepción). Hasta su muerte en 1899, superó toda oposición, repitiendo: «¡Donde haya que hacer el bien, que se haga!».

A estos jóvenes lisboetas que «partieron» como la Madre de Jesús – tanto en la geografía del mundo como en la del alma para llevar a Cristo a muchos otros – se unen Santos Patronos de otros orígenes, pero del mismo Reino.

Como el beato Pedro Jorge Frassati que, hasta su muerte en Turín en 1925 a los 24 años, conmovió a todos con el dinamismo, la alegría y la caridad con que vivió el Evangelio, tanto escalando los Alpes como sirviendo a los pobres. San Juan Pablo II lo llamó «el hombre de las ocho bienaventuranzas».

En el campo de concentración

Con la misma juventud y generosidad tenemos al beato Marcel Callo, nacido en Rennes y que murió en el campo de concentración de Mauthausen en 1945. Fue scout y luego jocista (Juventud Obrera Católica) y cuando a los 22 años, fue llamado a realizar un trabajo obligatorio en Alemania, partió de allí con la firme intención de continuar el apostolado en esta durísima condición. Por eso fue llevado más tarde al campo de concentración donde murió.

En la enfermedad

También contamos con la protección de dos benditos jóvenes que también «partieron», incluso cuando la enfermedad inmovilizó sus cuerpos, pero no sus corazones, como Cristo clavado en la cruz, que luego fue al Padre y nos salvó a todos con la vida que dio.

Con Cristo abandonado en la cruz se identificó la beata Chiara Badano, una joven focolarina, cuando a los 16 años fue golpeada por una enfermedad. Murió dos años después, en 1990, irradiando siempre una luminosa alegría que confirmaba el nombre de «Luce» que le había puesto Chiara Lubich.

Al año siguiente, 1991, nació el beato Carlo Acutis, que murió de leucemia en Monza a los 15 años. Su corta vida estuve llena de una gran devoción a María y a la Eucaristía, que sus conocimientos informáticos le permitieron difundir, incluso durante su enfermedad. Hizo de su sufrimiento una ofrenda y se fue feliz con el Padre.