Fray Marcos, el cura de MasterChef: «Fui al casting de incógnito, quería competir como uno más»
El sacerdote se propuso ir al programa para ser una ventana a la esperanza, dar una buena imagen de la Iglesia y decir a los jóvenes que pertenecen a un país que siempre ha sido evangelizador
Dice fray Marcos, aspirante de MasterChef XI, que su vocación se cocinó a fuego lento. El sacerdote, que vive desde hace casi tres años en Madrid y que pasó dos meses y una semana en el programa de Televisión Española, es también periodista y comunicador social. Le gusta cocinar, por supuesto, pero también cantar rancheras, bailar boleros y hacer deporte. En esta entrevista con El Debate confiesa que cree que Dios se hizo presente en las cocinas detrás de las cámaras y que sembró una semilla de la que está seguro, verá el fruto.
–¿Por qué decidió presentarse a ser aspirante en MasterChef?
–Desde pequeño me gusta mucho la cocina. Cuando me preguntan dónde he estudiado cocina siempre digo que en 'Fátima Gourmet International', porque cuando tenía 11 años era mi vecina la que me dejaba entrar en su cocina y prepararle lo que yo elegía. Así comienza la historia de los amores con la cocina y los desastres que hacía, pero que su marido Leonardo siempre tomaba. Fíjate lo importante que es decirle a un niño que está haciendo las cosas bien. La motivación que yo saqué de ahí fue muy importante. Hace tres años que me destinaron a España, primero a Ávila y luego a Madrid. En el monasterio de Santo Tomás de Aquino en el que vivía antes, tenía una cocina clandestina que el superior nos dejaba a los jóvenes. Allí preparaba platos típicos venezolanos. Algún amigo de Ávila ya me dijo que porqué no me presentaba a MasterChef. Pero no ha sido hasta que llegué a la parroquia de Sanchinarro en la que vivo ahora cuando comenzó a tomar forma. En casa del guitarrista del coro, que me invitó a preparar arepas venezolanas, una feligresa me dijo que las inscripciones para el programa, confieso que no lo veía habitualmente, pero sí de vez en cuando.
Fui al casting de incógnito. No le dije a nadie que era sacerdote. Cuando se siguieron interesando por mí tuve que contarlo a la producción del programa porque tenía que pedir permiso hasta a la señora que cuida la puerta del Vaticano. Como tenemos una España un poco reacia a la Iglesia y al catolicismo, pensaba que no me iban a coger. Yo me encargué de hablar con los superiores, pero les pedí que no le contaran a nadie que era sacerdote porque quería competir como uno más.
–¿Cómo se lo tomaron en su comunidad?
–No dije nada hasta que me dieron la cuchara de madera. Mi método fue que cuando estaba cortándole las uñas a un fraile de 90 añitos se la enseñé y le dije que no podía contárselo a nadie. Es como los niños cuando tú les dices que tienen que guardar el secreto como que les pica la lengua por decirlo. Esa misma tarde, tras la comida trajeron unas galletas muy ricas y comenté los ingredientes que podían llevar. Entonces, ese fraile anciano dijo: 'por aquí hay un paladar que parece de MasterChef' y aprovechando la ocasión les conté que estaba participando en la selección. Si me llamaban, entonces hablaríamos con el padre provincial. Los frailes le dijeron ‘oye, déjalo, es joven, está haciendo su trabajo de promoción vocacional juvenil'. Mi intención también era esa: que si algún joven me viese y se pudiese interesar por la vida religiosa.
–Dijo en su presentación que su objetivo era fusionar la cocina y la predicación del Evangelio, algo que llamó ‘predicocinar’.
–Cuando me preguntaron en el casting que qué haría yo si entrara en el programa dije que sería una ventana para muchas cosas, sobre todo en España, que fue tan tocada y maltratada por la pandemia. En los acompañamientos espirituales que hago escucho a mucha gente que ha perdido a sus familiares, que no pudo ver enterrar a sus padres o sus hermanos. El programa fue una gran oportunidad para un mensaje de esperanza, que ellos acogieron muy bien.
–¿Su vocación se cocinó a fuego lento? ¿O fue más comida rápida?
–Hablando de fogones y vida religiosa, mi vocación fue como cuando haces un plato que lo sacas del fuego y todavía no está listo. Lo vuelves a probar y le falta sal. Lo mueves y lo volteas. Entré en el convento con 17 años, en 1995, en una ciudad que se llama San Cristóbal, en Venezuela. Después de cinco años en la orden, me enamoré profundamente del periodismo y pedí permiso para salir a estudiar. Trabajé en la televisión y en la radio y ocho años después volví a la orden. Ellos me esperaban como si nunca me hubiese ido. En 2017 volví a pedir un permiso por unas hernias que tenía y Venezuela pasó una crisis horrible. Me fui a Bogotá, donde pude trabajar en otro canal de televisión. Un año después volví y me destinaron a España. Yo no quería ser sacerdote, sino quedarme como fraile, porque creía que iba a tener la oportunidad de cocinas y hacer otras cosas. Pero Dios me seguía llamando para esto. En 2020 me ordenaron diácono en Ávila y un año después sacerdote.
–¿Ha supuesto el programa una distracción para su vida de fe? ¿Ha sentido algún momento de debilidad?
–He aprendido mucho de MasterChef. Aprendí que cuando te pones en los zapatos del otro, cuando escuchas, entiendes su vida, su historia, te vuelves más comprensivo con el otro y contigo mismo. En los momentos de debilidad, cuando sientes que no encajas o ante las críticas o las mentiras que ha habido sobre mí, me ha ayudado mucho mantener silencio, para descubrir quien era yo y quien no. No es solo quedarte callado, el silencio es meditar sobre lo que estás escuchando sobre ti mismo. También me ha ayudado a descubrir que el otro en su sufrimiento dice cosas que no son, que han aprendido su vida a su manera, pero luego han abierto un espacio para resarcir y pedir disculpas y perdonarse a sí mismos.
Antes de entrar le pedí mucho a Dios que si era su voluntad que yo fuera a hacer un buen papel allí e intentar ayudar a la imagen de la Iglesia y hablarle a los jóvenes de que somos una institución de hombres, pero sujeta por el Espíritu Santo, de que España siempre ha sido evangelizadora. Le pedía a Dios que si iba a ser para eso, que me ayudase, pero si iba a ser para poner en jaque mi vocación, entonces que me arrancara de ahí.
–¿Cree que alguno de sus compañeros o de los espectadores se ha acercado un poco más a la Palabra de Dios gracias a su presencia en el programa?
–Creo que sí. Por ejemplo, con los compañeros con los que más relación tengo, no solo del concurso, sino cámaras o maquillaje, vestuario o directivos, han venido después a misa en mi parroquia. Samantha ha venido varias veces, por ejemplo, pero la directora del programa también. Se comentaba en redes que mi despedida había sido una de las más emocionantes y sentidas del programa, porque, como decía el chavo del ocho, sin querer queriendo uno va aceptando y acompañando. Cuando miré a toda la gente que trabaja allí, que es mucha, vi a muchos llorar, y eso me conmovió. Me quebré y cuando miré al frente estaban Pepe y Samantha llorando también, y Jordi que es así fuertote me dio un abrazo y me dio las gracias. Todos sus gestos me recordaron a una monja de clausura que hace muchos años cuando vivía en Bogotá me decía que hay que hablar de Dios sin decir su nombre: con una sonrisa, un saludo, una palabra oportuna, incluso un silencio. Dios se hizo presente allí y aumentó la fe. No significa que ahora todos van a misa los domingos y rezan el rosario, sino que se ha sembrado una semilla que estoy seguro que va a dar su fruto.