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Las hermanas Prudencio, de Veracruz

Lo tenían todo pero les faltaba Dios: hoy las tres hermanas Prudencio son Clarisas Capuchinas

María Saraí, Ana Laura y Karina pasaron de triunfar en los escenarios de todo México para entrar en el convento de las Clarisas Capuchinas de Veracruz

Las tres hermanas Hernández Prudencio, de Veracruz (México), trabajaban como cantantes en su orquesta Esencia Musical. No paraban de hacer conciertos por todo México. Su mundo lo llenaba la fama y lo superficial por ser la orquesta de moda en todas las fiestas. Las tres tenían novio y vivían un sueño, pero nunca imaginaron que un día dejarían todo por Él y fueran llamadas a la vida religiosa.

Decidieron bajarse de los escenarios y dejaron de cantarle al mundo, para entregarse por completo a la adoración perpetua y la vida consagrada de clausura con las Hermanas Clarisas Capuchinas de Perote, Veracruz.

–¿Cómo era su vida antes de estar en el convento?

–Karina: Desde niñas mis papás nos decían: «Oigan, verdad que ustedes van a ser monjitas», porque nos educaron en la fe, íbamos a misa, pero a fuerza porque de niños no nos gusta mucho ir.

La posibilidad de ser monjita sí la meditaba, pero pasó el tiempo, crecí y se vino el desvío. Aprendimos a tocar instrumentos, porque nuestra familia es de músicos; y formamos un grupo, comenzamos a tocar en bodas y todo tipo de fiestas, yo tocaba el bajo.

Además, como nos educaron en la fe, tocábamos como ministerio musical, y fue ahí que vino el llamado.

–Ana Laura: Recuerdo que mi papá empezó a formar el grupo, que en un principio se llamaba Enviados del amor y después se llamó Esencia musical. Y preguntó que quién quería cantar y a mí desde chiquita me gustaba cantar, entonces, sin pensarlo dije «yo quiero» y empecé a ensayar.

Llegamos a ser el grupo número uno de la región. Sí, tuve novios cuando salí de la secundaria y novios formales, tal es así, que con uno de ellos pensé en casarme; pero resultó el llamado del Señor y el chico fue muy comprensivo.

–María Saraí: Siempre fui introvertida y me costaba entrar en ese ambiente, pero sí me gustaba lo que hacían y aprendí a tocar las percusiones. Recuerdo que comencé a tocar a los ocho o nueve años. Me daba mucha pena y mi papá me decía que tenía que bailar y sonreír, pero a mí me costaba trabajo. Tuve novio, pero muy poco tiempo porque no era lo que me llenaba, sentía que mi felicidad no dependía de ello.

Esencia MusicalCedida

–¿Cómo fue el momento de la llamada?

–María Saraí: Una vez, en un curso, una psicóloga nos puso unas preguntas donde nos pedía que contestáramos qué queríamos hacer en un futuro y respondí que quería ser músico, que quería estudiar guitarra clásica, pero me pregunté «¿Eso me hará feliz?». También pensé en poner que quería ser una gran religiosa y lo escribí, y fue la primera vez que me surgió esa inquietud.

Más adelante, platiqué con un sacerdote al que le conté cómo me sentía, que no encontraba sentido a mi vida y sentía que algo me faltaba. Él me orientó y me sugirió la vida religiosa, me dijo que podía ser una posibilidad.

Vine a conocer a las hermanas Clarisas Capuchinas de Perote, Veracruz, cuyo carisma es la vida contemplativa, la intensa oración, la vida de pobreza, de austeridad, de fraternidad. Me sentí muy motivada por esta forma de vida, por la alegría que vi en las hermanas y porque no era lo que imaginaba.

Me llamó mucho la atención cómo vivían las hermanas, con esa alegría, hice una experiencia de quince días. Me fui, pero me quedó la inquietud, la espinita de querer volver y no sabía si por la comunidad o por Dios, pero solo sabía que quería estar aquí. Cuando regresé a casa les decía a mis hermanas que había experimentado la alegría, que vinieran conmigo, yo tenía 17 años, y me dijeron que no. A veces sentía que me veían como la loca. Terminé mi preparatoria, seguí trabajando y en ese lapso tomé una decisión, decidí que iría al convento por tres meses y esos tres meses ya se volvieron cinco años. Nueve meses después de que llegué, llegaron mis hermanas.

–Ana Laura: Llevábamos una vida muy mundana porque andábamos en la «fama». El grupo creció muy rápido y cuando bajó su intensidad un padre nos invitó al coro de la parroquia y la verdad yo no quería. Pasaron dos años, aceptamos la invitación y, cuando lo hicimos, dejamos de estudiar la música del mundo para centramos en la Iglesia.

Un día llegó la invitación del convento, dudamos, porque no queríamos dejar la música, además de que me sentía grande, tenía 24 años y no había podido estudiar por situaciones económicas. Estaba la tentación y decidí que iba a estudiar la prepa abierta, pero cuando Saraí vive la experiencia y la veo regresar feliz después de verla llorar en ocasiones, me entró la inquietud.

Yo aparentemente era feliz, pero en el fondo tenía un vacío, siempre traté de no hacerle caso y ser feliz de manera superficial. Así que, cuando vi la felicidad auténtica de mi hermana, empecé a pensarlo. Por eso decidí venir a hacer la experiencia, porque la inquietud era más fuerte.

Me di un tiempo para pensarlo mientras estudiaba, pero estaba con el corazón dividido porque quería estar en el convento, pero también estudiando. Un 28 de octubre, tomé la decisión y el 1 de noviembre ya estaba aquí, en el convento. Hice mi experiencia de tres meses y me quedé.

Las hermanas PrudencioCedida

–Karina: Cuando María Saraí vino al convento, le dije que estaba bien, pero que yo ya no tenía edad para eso. Y cuando la vi que regresó alegre y feliz, yo seguía diciendo que no. Después pasó un tiempo y el padre me decía que fuera a una experiencia y yo seguía diciendo que no, que ya estaba grande tenía 27 años. Con el coro veníamos a cantar al convento y me sentía extraña alrededor de las monjitas y, al verlas, decía que yo no quería estar vestida así.

Lo pensé mucho, pero de tanto venir a cantar las empecé a conocer y, la convivencia, la oración, fueron ablandando mi corazón; fue una experiencia más íntima. Al igual que Ana Laura tenía que tomar la decisión de estudiar la Licenciatura en Canto o entrar al convento. Entonces, hice la experiencia y también me quedé.

Yo siento que descubrí mi vocación cuando fui a confesarme un Jueves Santo. Una noche antes de confesarme le pregunté al Señor si quería que fuera al convento. Entonces, en la confesión, el sacerdote me dijo: «¿No te gustaría ir a conocer la vida religiosa?» Le conté mis dudas y me dijo que fuera, que viviera la experiencia y tomara una decisión.

–¿Qué pasó con sus padres y hermanos? ¿Cómo reaccionaron?

–María Saraí: Les costó mucho porque fuimos tres, pero jamás se opusieron ni hicieron comentarios negativos, aunque sí fue difícil la separación de sus hijas. A nosotras también nos costó, pero es un ofrecimiento que le hacemos al Señor. Actualmente, ellos siguen cantando en la parroquia y creo que van aprendiendo que ya no estemos con ellos y van caminando en la vida.

–Ana Laura: Mi papá me ha comentado que uno de sus hermanos le dijo: «¿Qué hiciste tú para tener tres hijas religiosas?» Y mi papá le dijo que nada, que solo le pedía mucho al Señor para que sus hijos se acercaran, porque había un tiempo en que no íbamos a misa y él nunca dejó de ir. Alguna vez me dijo: «¿No te gustaría mejor casarte? Porque así te vería más». Le costó, pero ahora está contento.

–Karina: Invitamos a los jóvenes a que descubran ese camino, que se den la oportunidad de experimentar. Soy de la idea de que todo joven debe tener una experiencia vocacional, ya sea hombre o mujer, para descubrir hacia donde van. Los padres deben educar a sus hijos en la fe, por eso me gusta mucho el testimonio de mis papás.