Lluís Petit, exorcista
«El mayor problema no es ver al demonio en todos lados, sino no verlo en ninguno»
«No era exorcista, pero me encontré casos y tuve que hacerlo», explica. Hace unos años volvió a su Barcelona natal y aceptó la encomienda del obispo de ejercer como exorcista de la archidiócesis
El sacerdote, misionero en Perú durante 11 años y exorcista en la archidiócesis de Barcelona, inaugura la tercera temporada de ‘El Efecto Avestruz’, el programa de entrevistas de la ACdP.
Lluís Petit sirvió durante once años como sacerdote misionero en la selva de Perú. «No era exorcista, pero me encontré casos y tuve que hacerlo», explica. Hace unos años volvió a su Barcelona natal y aceptó la encomienda del obispo de ejercer como exorcista de la archidiócesis. «Es un ministerio de misericordia hacia personas que están sufriendo, es muy bonito», asegura Petit en el arranque de la tercera temporada de El Efecto Avestruz, el programa de entrevistas de la Asociación Católica de Propagandistas (ACdP).
–Comencemos por la premisa: ¿es necesario hablar del demonio?
–Bueno, en el Evangelio se habla de él, y también en los Hechos de los Apóstoles y las cartas de san Pablo. Por tanto, la existencia y la acción del demonio entran dentro de la predicación y el anuncio del Evangelio. Es un tema que da un poco de morbo, pero yo creo que lo importante es saber que el protagonista es Dios. Decía santa Teresa de Jesús que algunos están todo el día diciendo «¡Demonio, demonio!», pero que deberían decir «¡Dios, Dios!».
–Hablando de morbo, en la mayoría de películas sobre exorcismos el protagonismo parece tenerlo el diablo.
Sí, porque tienen que vender y ser espectaculares. Hay alguna que no está mal, como El exorcismo de Emily Rose, pero suelen pecar de dar demasiado poder al demonio, demasiada fuerza. Le ponen a hacer cosas que en realidad no puede, y el exorcista siempre sale perdiendo… pero esa no es la realidad que yo he visto en los exorcismos. Es Satanás quien tiene miedo al sacerdote.
–¿Usted tiene miedo al demonio?
–Cuando se termina un exorcismo, el sacerdote da una bendición, y una de las cosas que se piden –según el ritual–es que esa persona «pierda el temor al Maligno». No hay que tenerle miedo, eso es una tentación. Lo que ocurre es que el demonio es un poco serpiente y un poco dragón, así aparece en la Biblia: primero intenta ocultarse, pero cuando está al descubierto, ataca. Y consigue su objetivo, porque la mayoría de sacerdotes no quiere hacer exorcismos. Unos porque no creen en ello, pero otros –que sí creen– porque les da miedo.
Varios exorcistas han advertido en libros o artículos que la magia o ciertas prácticas espirituales –como el reiki–pueden dar pie a la afectación demoníaca. ¿Ha aumentado la demanda de exorcistas en los últimos años?
–Los exorcismos o liberaciones que aparecen en el Evangelio normalmente son de paganos, no de judíos, y en la historia de la Iglesia se han visto muy relacionados los exorcismos con las misiones. En los lugares donde el Evangelio no ha llegado hay un dominio del demonio, y conforme la fe se va asentando, su influencia va desapareciendo. Por tanto, en una sociedad que se descristianiza es normal que vuelvan a aparecer prácticas que abren la puerta al demonio, y la Iglesia se encuentra ahora con más casos de este tipo que hace unos años. Sobre las prácticas… hay que ver cada caso, pero sí advierto de que hay que tener cuidado cuando estas son de tipo espiritual, cuando se invocan energías. Por ejemplo, creo que el reiki es peligroso.
Al final se trata de orar por personas que sufren
–En los últimos tiempos hay una cierta reivindicación de la brujería, a menudo banalizándola o incluso reivindicándola. ¿Ve un peligro en este fenómeno?
–En este campo, he tenido una evolución, porque a mí estas cosas de la brujería me parecían cuentos, me daban un poco de risa, pero en la selva de Perú vi a través de experiencias que la brujería es real. Fue poco a poco, a base de experiencias. Quien lo haga como juego está jugando con algo peligroso… y muchos no lo hacen por juego, sino por beneficiarse o por hacer daño a otra persona. Ahí está metido el demonio.
–Hablaba de «abrir puertas». En su experiencia, una persona puede sufrir una afectación demoníaca sin haber abierto alguna?
–En principio no: si algo te afecta, es porque no tienes defensa. Lo que pasa es que una persona puede no tener culpa pero no estar bautizada ni nada, y entonces ser susceptible de que le hagan una brujería. Piensa que en todo bautismo se practica un exorcismo menor: se considera que al bautizado se le va a arrancar del dominio de Satanás. Pero también los bautizados, si no viven en gracia de Dios, están expuestos. Aún así, si una persona lleva una vida cristiana normal y no hace cosas raras, no le va a pasar nada, salvo permisiones especiales de Dios, como ha ocurrido con algunos santos.
Si el demonio está, sale. El problema es que a menudo las personas no acuden a ti de primeras
–Hay muchos mitos y prejuicios, pero ¿ cómo es el trabajo real de un exorcista?
–Bueno, no es tan espectacular como en las películas, es algo más sencillo. Al final se trata de orar por personas que sufren, y de hacer un discernimiento de si ese sufrimiento viene del demonio o de otras causas. Y en algunos casos, cuando hay una posesión –que es un dominio del demonio sobre esa persona– se hace el exorcismo. La diferencia es que en la oración te diriges a Dios y en el exorcismo, al demonio: esto último es lo que la Iglesia, por prudencia, reserva solo a los exorcistas designados por el obispo.
–Hay sacerdotes que dan credibilidad a cosas que han escuchado durante los exorcismos.
–En el ritual antiguo había muchas preguntas, casi un diálogo con el demonio. «¿Cómo te llamas?», «¿cómo has entrado?», «¿cuándo vas a salir?». En el ritual nuevo ya no hay ese diálogo, sólo una orden: «En el nombre del Señor, vete». A lo que oigas en el exorcismo no hay que hacer caso, porque tanto puede ser verdadero como falso. El demonio es un mentiroso, siempre va a mezclar ambas cosas para confundir.
–¿Cómo se puede distinguir entre una enfermedad mental –como una esquizofrenia– y una afectación demoníaca?
–Hay que ver cada caso, y también hay grados. Uno puede venir con obsesiones, o con unos dolores, y creer que le vienen del demonio… pero en cualquier caso, que ores por esa persona no le va a hacer daño. Ahora bien, en los casos de posesión –que, como decía, es lo reservado al exorcista– no hay tanta confusión: si el demonio está, sale. El problema es que a menudo las personas no acuden a ti de primeras, sino que igual eres el octavo en la cadena de intentos de solución: ya han pasado –sin resultados– por el neurólogo, el psiquiatra, el psicólogo, el terapeuta y el brujo. Y esa psicología ya está muy tocada, ha habido mucha medicación, muchos intentos de solución… y por eso los casos muchas veces son complicados. Pero realmente es más peligroso tomar a un endemoniado por un enfermo mental que a un enfermo mental por un endemoniado.
–Una entrevista hablando del demonio puede chocar en una época que tiende a explicarlo todo desde lo material. ¿Piensa que falta sentido sobrenatural en la sociedad?
–El problema que más encuentro no es el de ver al demonio en todos lados, sino el de no verlo en ninguno. Lo percibo incluso a nivel de Iglesia. Yo creo que el demonio está también en el mundo, detrás de esas ideologías que buscan destruir la naturaleza humana. Para mí no es cosa de este político o de aquel otro, o de este banquero o este partido… Nuestra lucha al final es contra el demonio.