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Beato José Gregorio

Beato José Gregorio: «Los buenos no lo son sino con la ayuda de Dios»

El Papa ha querido recordar la figura de este médico venezolano para mostrar que el don de la gracia de Dios florece en las obras de caridad, y puede llevar también a «ensuciarse las manos»

«Los buenos no lo son sino con la ayuda de Dios». Así lo decía el médico venezolano José Gregorio Hernández Cisneros, proclamado beato por la Iglesia, figura que el Papa Francisco ha querido volver a proponer en la catequesis pronunciada durante la audiencia general del pasado miércoles 13 de septiembre. Ante la multitud congregada en la Plaza de San Pedro, y continuando con la serie de catequesis dedicadas a figuras de testigos apasionados del anuncio del Evangelio, el obispo de Roma ha recorrido la vida del venezolano para mostrar que el don de la gracia de Dios florece en las obras de caridad, y puede llevar también a «ensuciarse las manos» mostrando compromiso ante «las grandes cuestiones sociales, económicas y políticas de hoy».

El beato José Gregorio vivió a finales del siglo XIX y principios del XX, con la caridad como ‘la estrella polar’ que orientaba su existencia. Era conocido en su patria como ‘el médico de los pobres’. Y «en los pobres, en los enfermos, en los migrantes, en los que sufren» ha remarcado el Pontífice «José Gregorio veía a Jesús».

Varias veces, José Gregorio había intentado hacerse religioso y sacerdote, «pero varios problemas de salud se lo impidieron». Pero como don de la gracia, su fragilidad física «no lo llevó a cerrarse en sí mismo, sino a convertirse en un médico aún más sensible a las necesidades de los demás», «socorriendo a los que sufren, dando esperanza a los pobres, testimoniando la fe no de palabra sino con el ejemplo».

Mendigo de Dios

La fuente de la caridad del beato venezolano –ha señalado el Papa Francisco– «era la gracia de Dios. Él escribió que si en el mundo hay buenos y malos, los malos lo son porque ellos mismos se han hecho malos: pero los buenos no lo son sino con la ayuda de Dios».

El mismo José Gregorio se sentía necesitado de gracia, mendigo de Dios. Por eso, era natural que se preocupara por los que mendigaban por las calles y necesitaban desesperadamente el amor que él recibía gratuitamente cada día de Jesús. «Y esta es la fuerza a la que recurría: la intimidad con Dios. Era un hombre de oración que participaba en la misa», ha afirmado Francisco. En la misa unía la ofrenda de Jesús con todo lo que vivía: llevaba a los enfermos y a los pobres a los que ayudaba, a sus alumnos, las investigaciones que emprendía, los problemas que le preocupaban.

El doctor José Gregorio Hernández, el doctor Emilio Ochoa y el doctor Francisco Antonio Rizquez (1890)

En el vínculo de amor que lo unía a Cristo –ha proseguido el Papa Francisco–, José Gregorio «se sentía llamado a ofrecer su vida por la paz». Cuando estalló la Primera Guerra Mundial, el futuro beato se trasladó a Europa, que no era su continente, para servir como médico en las nuevas fronteras de sufrimiento y muerte causadas por el conflicto.

El Papa Francisco se ha detenido especialmente en el final de la vida del médico venezolano, que tuvo lugar el 29 de junio de 1919, el día en que se firmó el tratado que ponía fin a la guerra: «Esa mañana, como era habitual», ha dicho el Papa, «va a misa y luego baja por la calle para llevar una medicina a un enfermo. Pero mientras atraviesa la calle, es atropellado por un vehículo; llevado al hospital, muere pronunciando el nombre de la Virgen. Su camino terreno concluye así, en una calle mientras realiza una obra de misericordia, y en un hospital, donde había hecho de su trabajo una obra maestra como médico».

Ante los conflictos y las emergencias sociales y políticas que afligen a los pueblos –ha subrayado el Pontífice en la parte final de la catequesis– «Muchos hablan, muchos hablan mal, muchos critican y dicen que todo va mal. Pero el cristiano no está llamado a esto, sino a ocuparse, a ensuciarse las manos: sobre todo, como nos ha dicho san Pablo, a rezar, y después a comprometerse no en chismorreos (el chismorreo es una peste) sino a promover el bien y a construir la paz y la justicia en la verdad. También esto es celo apostólico, es anuncio del Evangelio, y es bienaventuranza cristiana: «bienaventurados los que trabajan por la paz».