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'Construyendo la Torre de Babel', por James Tissot (entre 1896 y 1902)

Arqueología bíblica: ¿qué pruebas históricas del Antiguo Testamento revelan las excavaciones en Oriente Medio?

El arqueólogo y coordinador del seminario ‘La Biblia: contexto, formación y mensaje’ Hipólito Sanchiz repasa la aportación arqueológica a los estudios bíblicos

«Puedes entender mucho mejor el Antiguo Testamento si te aproximas a la arqueología: muchos de los hallazgos de las excavaciones en Tierra Santa confirman, hasta cierto punto, el relato bíblico», asegura el arqueólogo y profesor de la Universidad CEU San Pablo Hipólito Sanchiz. Estas semanas, Sanchiz se encuentra coordinando el seminario La Biblia: contexto, formación y mensaje, organizado por el Instituto CEU de Humanidades Ángel Ayala y el Instituto Bíblico Oriental con intención de profundizar en una realidad a menudo árida y compleja.

Arqueología y Biblia, ¿en conflicto?

Desde el nacimiento de la arqueología moderna, la relación de los practicantes de esta disciplina con el texto bíblico ha sido compleja. Sanchiz identifica tres etapas: una primera en la que los arqueólogos iban «con la Biblia en una mano y el pico en la otra», cometiendo toda clase de errores; una segunda, a partir de 1950, en que se rechaza la Biblia como fuente de información histórica –«una estupidez», lamenta–, y la actual, en la que se ha llegado a un cierto entendimiento.

«La Biblia no es una guía arqueológica ni un libro de historia, pero cuando en ella se dice que en tal lugar había un pueblo, normalmente el pueblo está», explica Sanchiz. En este sentido, detalla que no hay constatación arqueológica previa a Abraham, y que la inspiración para relatos como el Diluvio Universal son otros. «El Diluvio es probablemente el recuerdo de unas inundaciones gigantescas que hubo en la época», señala, recordando que hay relatos similares en otras tradiciones religiosas.

'El ejército del faraón engullido por el Mar Rojo', por Frederick Arthru Bridgman (1900)

A partir de Abraham, continúa Sanchiz, los arqueólogos sí han constatado que el contexto de los libros bíblicos «es el correcto». Por ejemplo: durante la Ilustración había quien pensaba que los hititas a los que se refería la Biblia era un pueblo mítico, al estilo de las amazonas grecorromanas… hasta que a mediados del siglo XIX se encontraron las ruinas de este imperio. U otro: en el capítulo 37 del Génesis se cuenta que José fue vendido «por veinte monedas de plata». Se ha comprobado –dice el profesor– que ese es el precio adecuado para un esclavo en aquella época.

Un último ejemplo: frente a quienes defienden que reyes como Saúl, David o Salomón no existieron, en 1994 se desenterró al norte de Israel la «estela de Tel Dan», una piedra fechada en torno al 850 A.C. –casi contemporánea a Salomón– en la que se habla de «el rey de la casa de David». «Esto –apunta Sanchiz– demuestra, por lo menos, que en la conciencia colectiva del Oriente Próximo en esta época había una línea de reyes conocida como 'la casa de David', dando por sentado que David existió».

Una reconstrucción de la Jerusalén del siglo i, posible gracias a los aportes de la arqueología bíblica

El Nuevo Testamento, una «guía» de Jerusalén

Al pasar del Antiguo Testamento a los Evangelios y demás libros de la segunda parte de la Biblia cristiana, la cosa cambia. «El Nuevo Testamento es más reciente, y es como la Guía del trotamundos: con él puedes recorrer perfectamente Jerusalén», señala el profesor, y asegura que los arqueólogos han identificado muchos lugares como aquellos a los que se refiere el relato evangélico. «Hemos encontrado la tumba con los que probablemente sean los huesos de Caifás, el que condenó a Jesús, o la escalera por la que tuvieron que llevarle al palacio durante la Pasión… incluso sabemos cuál fue, casi con seguridad, la casa de la suegra de Pedro, ¡y la habitación de esa casa en la que estuvo Jesús!».

Todo este enfoque arqueológico tiene, para Sanchiz, un especial interés para los cristianos, en especial en lo referente al Antiguo Testamento. Este es, para muchos creyentes, un gran desconocido: un conjunto de relatos fundidos en la nebulosa de la primera lectura de la misa, sin profundizar en ellos. «Muchas veces no entendemos la Escritura, y tampoco nos la explican especialmente bien», lamenta Sanchiz, que observa un «paralelismo claro» entre la experiencia del pueblo de Israel con Yahvé y la relación de cada cristiano con Dios.

«Si has tenido un encuentro con Jesús, la Biblia te refuerza la fe», asegura, y lamenta –bebiendo de su propia experiencia personal– que hay alumnos de colegios católicos que llegan a la universidad «sin tener ni idea de Biblia». Para quien quiera profundizar en la cuestión, el investigador recomienda acudir a instituciones como el Instituto Bíblico Oriental o el Instituto Superior de Pastoral de la Universidad Pontificia de Salamanca, o leer a expertos como Pedro Cabello –autor de Arqueología bíblica– o Cayetana H. Johnson, autora de Historia antigua del pueblo hebreo.