Una fe en las alturas: así son las duras condiciones de vida de los cristianos en los Andes
No solo la altitud o la explotación laboral suponen un reto para la evangelización: los fieles de esta prelatura, además de español, hablan quechua y aimara, lenguas indígenas en muchas regiones andinas
Entre cultivos de coca, explotaciones ilegales de oro y la escasez vocacional, Giovanni Cefai, obispo de la prelatura de Santiago Apóstol de Huancané en Perú, explica cómo son las duras condiciones de vida de religiosos y fieles que buscan evangelizar en esta zona tan desafiante.
Con una población de aproximadamente 200.000 habitantes, la prelatura de Santiago Apóstol de Huancané, erigida en el año 2019 y sufragánea de la arquidiócesis de Arequipa, abarca un extenso territorio que incluye selva, zonas montañosas de los Andes, agrestes y accidentadas, así como áreas junto al lago Titicaca. Algunas de estas áreas se sitúan en altitudes extremas, que van desde los 3.800 hasta los 5.000 metros sobre el nivel del mar. A partir de los 2.500 metros ya se experimentan dificultades para respirar y el frío es implacable.
A 5.100 metros de altura en la región de Puno, en los Andes peruanos, se alza el poblado La Rinconada, el lugar más alto del mundo habitado de forma permanente. Se trata de una ciudad de mineros, que trabajan extrayendo oro, a veces en explotaciones ilegales. Las condiciones de vida son aterradoras e inhumanas: no hay sistema de alcantarillado, ni recolección de basura, muchas casas ni siquiera tienen ventanas y existen lagos contaminados con mercurio. Estas condiciones tienen consecuencias desastrosas para la salud de las casi 30.000 personas que habitan en este lugar.
Monseñor Giovanni Cefai, sacerdote maltés, perteneciente a la Sociedad Misionera de San Pablo, es el primer obispo de prelatura de Huancané. Se siente «agradecido a Dios» por haber sido llamado a servir allí, y subraya lo importante que es evangelizar en La Rinconada: «Muchas de estas personas se sienten abandonadas. Por eso, debemos, como dice el Papa Francisco, ir hasta el último rincón del mundo para encontrar al pueblo de Dios y decirles: ‘Ánimo, hermanos. Dios es misericordioso, Dios es amor y nunca los abandonará’», cuenta el obispo.
En regiones como La Rinconada, donde las oportunidades económicas son limitadas, el cultivo de coca se presenta como una opción para generar ingresos. «Hay muchos cultivos de coca que lamentablemente luego se usa para hacer cocaína», explica Mons. Giovanni.
Por ello, uno de los proyectos de la diócesis es tratar de que las personas tengan otras fuentes de ingresos, para «evitar que las personas se dediquen a cosas que realmente causan una tragedia ecológica, como las minas, y también humana, como la droga. Por ejemplo, nosotros estamos promoviendo la siembra y la cosecha de nuestro propio café. Nuestro propósito es dar los primeros pasos para producir y elaborar lo que llamaremos ‘el café del fraile’», cuenta el obispo con entusiasmo.
No solo las alturas o las explotaciones laborales suponen un reto para la evangelización: los fieles de esta prelatura, además de español, hablan quechua y aimara, lenguas indígenas en muchas regiones andinas. La Iglesia ha desempeñado un papel importante en la conservación y promoción de estas, gracias a la educación bilingüe, la traducción del catecismo a las lenguas originarias o el apoyo a la cultura indígena.
La escasez de sacerdotes
Desde su creación, la prelatura enfrenta un desafío significativo: «Estamos empezando desde cero. Nos faltan aulas, colegios, capillas, casas para que sacerdotes vivan dignamente… pero el misionero nunca deja de soñar, nunca deja de esperar. Pone su esperanza en Dios y también en los bienhechores», afirma monseñor Cefai.
Con solo 16 sacerdotes diocesanos, cinco religiosas y cuatro seminaristas, la labor de atender a los fieles, dispersos en esta gran extensión territorial, se vuelve un desafío constante. Por ello, Ayuda a la Iglesia Necesitada ha financiado, entre otros proyectos, vehículos para facilitar el acceso a las zonas más alejadas. Uno de los sacerdotes de la diócesis, el padre Yohan, originario de Colombia, explica que «se trata de una misión que supone mucho desgaste y esfuerzo, ya que las comunidades se encuentran en lugares muy distantes. Se tarda 10 horas en llegar a algunos poblados. Pero gracias al Señor, aquí aún se conserva una fe popular y mucha gente experimenta el hambre y la sed de Dios».
Monseñor Giovanni subraya que necesita «misioneros, personas que estén dispuestas a renunciar a lo material. Creo que esto es la Iglesia; ser misionero que no conoce fronteras, como dice san Pablo: a pesar del cansancio, a pesar de los viajes, uno está preparado para todo. Ser misionero es bello. No tiene sentido que yo viva cómodo con mi fe; la fe es bella cuando la comparto con los demás».
«Desde casa también se puede ser misionero, orando y apoyando. Solo me queda animarlos y dar las gracias: gracias por ser parte de nuestra misión, gracias por unirse con sus oraciones y apoyo. Les digo desde aquí: vengan, sean parte de esta misión, únanse y que Dios les bendiga», anima el obispo a todos los benefactores y amigos de ACN.