Cura francés célebre por sus retiros
Jacques Philippe: «Hay hambre de rezar, veo mucho laico muy comprometido con la Iglesia»
El sacerdote francés recorre el mundo impartiendo charlas y retiros. Su radiografía de la Iglesia es que parece hoy más frágil de lo que ha sido, pero es optimista: «Tengo una profunda confianza en la fidelidad de Dios hacia la Iglesia»
El sacerdote francés Jacques Philippe es el autor de espiritualidad más leído en el mundo, un Kempis de hoy que agota plazas en cada retiro que imparte y convierte en best sellers temas como la confianza en Dios, la paz interior o la apertura al Espíritu Santo. Recientemente visitó España, invitado por la Universidad Eclesiástica San Dámaso, y habló en exclusiva para El Debate.
–Usted recorre el mundo impartiendo charlas y retiros. ¿Qué radiografía tiene de la salud espiritual de la Iglesia?
–La pregunta no es fácil. Tengo la impresión de que la Iglesia está más en sufrimiento, hay tensiones, hay divergencias en puntos de vista sobre temas importantes... Por eso, la Iglesia parece hoy más frágil de lo que ha podido ser antaño. Dicho esto, creo que no debemos preocuparnos. Tengo una profunda confianza en la fidelidad de Dios hacia la Iglesia, que no se funda solo en realidades humanas, sino en la roca que es Cristo. Jesús prometió que las puertas del infierno no prevalecerían contra su Iglesia. Además, también veo muchas cosas hermosas.
–¿Por ejemplo?
–Hay sed por rezar, hay deseo de adoración, veo mucho laico muy comprometido y con muchos deseos de participar en la misión de la Iglesia, con muchos deseos de anunciar el Evangelio. Hay muchas cosas hermosas. Es verdad que hay un panorama de conjunto que no es ninguna maravilla. Pero al mismo tiempo hay muchos puntos de luz. Hoy la Iglesia es como un gran edificio cuya fachada está un poco oscura, pero al mismo tiempo tiene muchas ventanas con lucecitas que brillan.
–Usted tuvo un primer inicio vocacional con los maristas. Pero tras mayo del 68 y el Concilio Vaticano II terminó por alejarse de la congregación e incluso de la Iglesia...
–Sí, durante un año más o menos. Y desde luego, no fue lo mejor que hice en mi vida (ríe).
–Aquel alejamiento lo hizo por la confusión que veía en ese momento dentro de la Iglesia. Incluso su formador dejó el sacerdocio. ¿Ve algún paralelismo entre aquel momento y esas tensiones que ve hoy en la Iglesia?
–No, la situación es muy diferente. El problema de aquella época es que el Concilio Vaticano II tuvo muchas interpretaciones que eran excesivas. Sobre todo en Francia, hubo una voluntad social y eclesial de querer cambiarlo todo. Había también mucha confusión a nivel de la teología, de la interpretación de la Escritura… Hoy me parece que en los problemas relativos a la teología la situación es más sana. La mayoría de los cristianos que solemos llamar «practicantes», al menos de los que yo conozco, son fieles a la tradición de la Iglesia y entre ellos no hay tanta confusión. En aquellos años lo que faltó, sobre todo, fue oración. En los 70 se discutía mucho, pero se rezaba poco. Hoy, en las reuniones pastorales en las que participo siempre hay un hermoso momento de oración, hay una profundidad mayor de las que existían entonces. Esto se ve muy bien entre el clero. Hoy, en Francia y en España, la mayoría de los sacerdotes son hombres de oración. En los 70, conocí a muchos sacerdotes que no rezaban nunca. Así que los problemas son de naturaleza diferente.
–Ha puesto algunos ejemplos de cosas hermosas en la Iglesia. No quiero insistir en lo negativo, pero ¿cuáles son los aspectos más oscuros, para saber detectarlos?
–Está todo lo que se ha revelado con respecto a los abusos. Es un problema gordo, serio y bastante desagradable, pero a la vez la Iglesia lo está enfrentando con valentía y se está haciendo un trabajo grande de purificación. En realidad, creo que muchos de los problemas de la Iglesia son, de hecho, problemas de la sociedad. Uno de los más complejos es la confusión generalizada. Miremos, por ejemplo, los medios de comunicación o las redes: hay todo tipo de opiniones y se ponen en el mismo plano. Vale lo mismo lo que dice una persona que ha trabajado 50 años en un campo, que lo que opina el primero que llega. Hoy hay una confusión intelectual muy grande para saber dónde está la verdad, dónde la mentira y quién está equivocado.
–¿También en la Iglesia?
–Sí. Una de las mayores dificultades de hoy es el clima general de confusión, tanto en la Iglesia como en la sociedad. Vivimos en un mundo que está perdiendo la razón y vive en una mezcla de confusión y falta de racionalidad. Hemos podido verlo en Francia, que ha incluido el derecho al aborto en la Constitución. Y este clima de confusión también está en la Iglesia. Ante esto, tengo mucha esperanza porque veo la urgencia de muchas personas por rezar, por nutrirse del diálogo con Dios, del Magisterio y de la tradición de la Iglesia, y por buscar la verdad, precisamente para hacer frente a este mundo que pierde la razón. De todos modos, nunca ha habido épocas fáciles en la historia de la Iglesia. Lo que sí ha habido son primaveras muy hermosas, que han dado origen a despertares espirituales. No hay que desanimarse, ni preocuparse demasiado: hay que ser fieles a las llamadas del Espíritu y ver cómo es Él quien nos conduce para responder a las necesidades de nuestro tiempo.
–¿Y cómo podemos los católicos discernir lo que nos pide el Espíritu para este momento?
–Esa es una gran pregunta. Creo que uno de los mayores retos de la Iglesia, y no es fácil, es el de encontrar el equilibrio entre la fidelidad a la Escritura, a la enseñanza y a la Tradición, y la libertad de espíritu, para que esa fidelidad no se enquiste. Tal vez lo más delicado sea hacer caso al Espíritu Santo, pero sabiendo encontrar la manera en la que Dios quiere estar en la Iglesia. Es decir, cómo estar bien enraizados en la tradición cristiana, dando libertad al Espíritu. Es un reto bello, rico y, al mismo tiempo, difícil para un cristianismo.
–¿Existe hoy la tentación de no hablar de temas polémicos, como la transexualidad o el aborto, para no caer antipáticos al mundo y tener más fieles, o incluso confundir la apertura que nos pide el Espíritu con adaptarnos a modas o ideologías?
–Sí, existe. Y la verdad es que es un tema delicado porque son cuestiones que no hay que evitar para ser simpáticos. Sin embargo, hay que empezar por lo esencial, porque hay una jerarquía de verdades. Tenemos que empezar por el anuncio de que Dios nos ha creado porque nos ama, y Cristo nos ha salvado porque no somos capaces de redimirnos solos. Entrar en la relación con Dios, conocer su amor, dejarse amar y transformar por Él: ahí es hacia donde tenemos que conducir a la gente. Una vez en ese camino, podemos llevarles a la moral, sin rebajarla, pero sabiendo en qué punto está la persona.
–¿Habría que cambiar la moral de la Iglesia para no perder fieles?
–No podemos renunciar ni rebajar la propuesta del Evangelio y del Magisterio de la Iglesia. Pero tenemos que saber esperar al momento oportuno para proponérselas a las personas, después de haber anunciado el amor de Dios, y respetar el proceso de cada uno. Hay temas morales que muchas personas no están preparadas para vivir en ciertos momentos de su vida, y tenemos que esperar a que su fe sea más viva y su integración en la Iglesia sea más fuerte. Pero sin proponer a la gente un Evangelio rebajado, ni abaratar las enseñanzas de la Iglesia para ser simpático y que todo el mundo lo acoja sin resistencias. Tenemos que anunciar la verdad sin intentar agradar al mundo, y a la vez respetar el caminar de cada uno. Esto no es fácil, pero es necesario
–¿Cree que el Espíritu Santo está soplando hoy especialmente en aspectos como la espiritualidad conyugal, el empuje de los laicos, la búsqueda de la belleza frente al feísmo…?
–El Espíritu sopla ahí donde nos encontramos con gentes que buscan a Dios de forma sincera, que entran en una vida de oración, que forman comunidades, que se apoyan unos a otros. Y hoy se está dando un despertar de personas que buscan anclarse en la Iglesia para encontrarse con Dios. Llama mucho la atención que, en Francia, cada año crece el número de personas que piden el bautismo. Mucha gente busca una alternativa a nuestra sociedad, tan descompuesta y carente de sentido. La gente se pregunta por Dios, tiene interés en la vida espiritual. Y eso nos pone más fácil hablar de Cristo y del Evangelio, porque hay una mayor apertura y deseo. Sin embargo, a veces no nos atrevemos a hacerlo.
–¿Por qué?
–Porque pensamos que tenemos que responder a la llamada de Dios de forma individual. Los cristianos nos hemos contagiado del individualismo de la sociedad. Y es esencial que la evangelización se haga personalmente, pero también en comunidad. Es irremplazable el testimonio de comunidad, sea pequeña o grande, en este mundo tan individualista. No podemos ser cristianos solos, que como mucho nos juntamos para celebrar la misa del domingo sin más. Eso hoy no se sostiene, ni atrae.
–Usted estudió la carrera de Matemáticas. ¿Existe algo así como una fórmula matemática para tener una relación personal con Dios?
–(Ríe) No hay una fórmula matemática para eso. Pero la regla fundamental es la que dice Jesús en el Evangelio: «El que busca, encuentra; a quien llama, se le abre. Pedid y recibiréis». Simplemente hay que llamar, buscar, pedir a Dios que satisfaga esa demanda sincera de nuestro corazón. Y Dios nos conducirá hasta Él. Eso sí, el punto de partida es un corazón abierto a encontrarle. Por eso es tan importante la comunidad. Cuando una persona empieza a buscar a Dios, es esencial que pueda hablar con personas que ya tienen experiencia.
–Pero no todas las personas están preparadas para dar ese acompañamiento y ese primer anuncio…
–No. Y por ese motivo, cada vez es más importante que la Iglesia cuente con personas que tengan una buena vida espiritual, bien formadas, pero que también sean capaces de acoger y escuchar a quienes que vienen buscando al Señor. Personas que acojan y anuncien a Cristo, sin imponerles un camino, sino ayudando a cada uno a dar con el suyo, dentro de la Iglesia, para conducirles a Jesucristo.
–Muchas personas buscan la paz espiritual o el equilibrio interior a través del yoga, el mindfullness…. ¿Por qué no se percibe igual de atractiva la propuesta de espiritualidad cristiana?
–Porque la gente cree conocer el cristianismo, aunque no lo conozca de verdad, ni haya experimentado su riqueza espiritual. Desde el Concilio, hemos propuesto muchas cosas a nivel social y moral, pero no a nivel espiritual. Hemos dejado de enseñar las grandes tradiciones espirituales del cristianismo, los grandes tesoros de nuestra tradición espiritual católica, y eso arroja a las personas a prácticas como el yoga. Lo que atrae a la gente son las realidades en las que hay vida y autenticidad, no solo palabras. Lo que evangeliza de verdad a las personas para llevarlas hacia el Señor es nuestra forma de vivir la fe de forma auténtica y sincera.
–¿Y qué diferencia hay entre la espiritualidad católica y ese tipo de prácticas?
–Tenemos puntos comunes: querer vivir el momento presente, que existe algo en nosotros que es importante y que está por descubrir... Pero en el yoga o el mindfullnes falta lo más importante: el encuentro personal con Jesús. La originalidad del cristianismo es el aspecto personal del encuentro con Cristo, el amor recíproco entre Dios y cada uno de sus hijos, entre Cristo y cada uno de sus fieles. Mucha gente está dispuesta a pagar 500 € por una semana de meditación, pagan por ir a clases de yoga… pero lo dejan cuando se topan con los obstáculos de la vida espiritual. En estas modas, uno intenta ser el único dueño de su vida, y no se reconoce que el único Señor es Dios.
–¿Qué es lo que no le he preguntado y quiere decir para terminar esta entrevista?
–Hoy vivimos tiempos difíciles, pero no carecemos de recursos: tenemos la oración, la Palabra, la Eucaristía… Y uno de los recursos importantes de la vida espiritual hoy es la presencia de María. Creo que la Virgen tiene una presencia especial en nuestro mundo, y no es por casualidad ni es algo superfluo. La presencia de María forma parte del designio profundo de Dios en medio de las tragedias que estamos viviendo. Dios no nos abandona y uno de los auxilios más preciosos que nos ofrece es saber que ella es nuestra Madre, que podemos confiar en ella, y que podemos pedir su intercesión para mantenernos en pie y con esperanza.