La santa condesa de Córdoba que tras quedar viuda se entregó a Dios y se hizo clarisa
Con tan solo 25 años, perdió a su marido y a su primer hijo. Para superar el duelo fue temporalmente a vivir con las clarisas de Montilla, donde descubrió su vocación
La apodan popularmente la santa condesa, pero su nombre es en realidad Ana Ponce de León. Accedió a la familia Fernández de Córdoba y Figueroa, que ostentaba el título nobiliario de Feria, por matrimonio. Nacida en Marchena en 1527, y perdió a sus padres a la corta edad de tres años. Tras esto, fue criada por su tía Mencía de Guzmán, de la Casa de Medina Sidonia, en la villa de Arahal. Ella fue quien le enseño a leer y escribir en latín.
A los catorce años (en 1541), contrajo matrimonio con Pedro Fernández de Córdoba y Figueroa, IV conde de Feria, que en ese momento tenía 23. Durante sus primeros años como marido y mujer vivieron rodeados de lujos, que más tarde serían reprendidos por el confesor de la cabeza de la familia de Feria, san Juan de Ávila. La santa condesa conoció al místico en un viaje que hizo con su marido a Zafra, ya que le había llamado para predicar en tierras extremeñas durante la Cuaresma.
En 1552, Ana Ponce de León enviudó con tan solo 25 años. De sus dos hijos, había perdido al primogénito, Lorenzo. Se quedó sola con Catalina. Por consejo del santo abulense, para superar el duelo y el sufrimiento que la afligían, decidió retirarse de forma temporal al convento de Santa Clara de Montilla. Casi un año después, decidió convertirlo en su hogar y a pesar de la negativa de su suegra, Catalina Fernández de Córdoba, marquesa de Priego, tomó el hábito franciscano.
Es en este momento, la condesa dejó la ostentación y las comodidades a las que había estado acostumbrada y la cambió por una vida centrada en el espíritu. Pasó la mayor parte del tiempo en silencio y oración, hasta que en 1554 ingresó como novicia. Un año más tarde profesó los votos como monja con el nombre sor Ana de la Cruz.
Durante toda su etapa como clarisa, san Juan de Ávila la acompañó y guio espiritualmente. Al principio le aconsejó mantenerse junto a su familia ante la negativa de su suegra de que entrase a la orden de las clarisas, pero su vocación terminó por vencer.
Estando en el monasterio, supo la noticia de la muerte de san Juan de Ávila, además de los fallecimientos de su suegra, su hermano y su hija, con tan solo 27 años. En su segunda vida como religiosa, también conoció la noticia de la defunción de su nieta, que era monja en el convento de Santa Ana de Córdoba. Todas estas pérdidas, según recuerda su biógrafo, el padre Martín de Roa, las llevó con serenidad. A ella le llegaría la hora el 26 de abril de 1601, a los 74 años de edad, con fama de santidad entre quienes la conocieron.
En 1665 ya llegó a Roma su proceso de beatificación, que todavía hoy sigue en marcha. De hecho, este mes de mayo de 2024 se ha clausurado la fase diocesana de la causa. El obispo de Córdoba, Demetrio Fernández, ha indicado que este es un momento histórico, «no solo porque esta Causa fue paralizada hace siglos, sino porque estamos ante un personaje verdaderamente importante en la vida de la Iglesia y cuya fama de santidad llega hasta hoy».