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Vista aérea de Masada, la fortaleza de Herodes con vistas al mar Muerto

Vista aérea de Masada, la fortaleza de Herodes con vistas al mar Muerto

Escuela de verano de la Biblia

La ciudad en la que trabajó Jesús y la fortaleza de Herodes que explican un extraño versículo de la Biblia

Un enclave comercial muy próximo a Nazaret y el castillo de Herodes excavado en una montaña fueron los ejemplos que Jesús usó crípticamente en una enigmática cita, recogida por los evangelistas Lucas y Mateo

Séforis, también conocida como Zippori, y la fortaleza de Herodes en Masada están vinculadas no solo por su proximidad geográfica en la región de Galilea y Judea, sino también por su presencia en el contexto histórico y cultural del tiempo de Jesús.

Sus restos son hoy ampliamente reconocidos por la arqueología, y apuntan a que ambos enclaves, especialmente el primero, pudieron tener un notable impacto en la vida de Jesucristo durante sus primeros 30 años de anonimato. Algo que, además, explicaría una enigmática expresión del propio Jesús, recogida por los evangelistas Mateo y Lucas.

Séforis, la ciudad del pajarillo

Ubicada tan solo a unos 6 kilómetros al noroeste de Nazaret, se levanta la ciudad de Séforis. Su nombre (en griego, Sepphoris) podría derivarse de la palabra hebrea «tzippori,» que significa «pájaro» o «pajarillo», posiblemente debido a su posición elevada, que se asemeja a un nido de pájaro en la cima de una colina.

Historiadores como Flavio Josefo la definieron como «la perla de Galilea» por su esplendor, y durante décadas ejerció de capital administrativa, cultural y económica de la región.

En tiempos de Jesús, la ciudad era un próspero centro de comercio que bullía de actividad y que era reconocido por sus edificios públicos de corte helenístico, como teatros y mercados. Además, un incendio había asolado parte de la urbe, lo que obligó a que fuese reconstruida por Herodes Antipas, el hijo de Herodes el Grande que mandaría decapitar a Juan el Bautista, hasta convertirla en la capital de Galilea.

La tradición sitúa en Séforis la ciudad natal de santa Ana, madre de la Virgen María y, por tanto, abuela materna de Jesús. De modo que esta familiaridad, sumada a la proximidad de Nazaret y a la actividad constructora tan propicia para unos artesanos como san José y el propio Jesús, han llevado a los arqueólogos a dar por sentado que, casi con toda seguridad, durante sus años de vida oculta Jesús visitó, y muy probablemente también trabajó, en la «ciudad del pajarillo».

Una de las excavaciones en Séforis

Una de las excavaciones en Séforis

Fortaleza de Herodes: Masada

Pero para descifrar el extraño versículo que los evangelistas Lucas y Mateo recogen de boca de Jesús, y en el que se menciona crípticamente a Séforis, es necesario desplazarse unos 150 kilómetros al Sur, hasta la fortaleza herodiana de Masada.

Construida sobre una montaña amesetada en mitad del desierto de Judea, próxima al mar Muerto, la fortaleza de Masada fue un prodigio arquitectónico erigido por Herodes el Grande, el impío monarca que reinaba en toda Judea cuando Jesús nació en Belén.

Los desniveles de la orografía servían de terrazas al impresionante palacio, y las habitaciones, escaleras, pasillos y estancias estaban excavadas directamente en la roca. El propio Herodes lo había dispuesto así, como una suerte de madriguera inexpugnable, con almacenes ocultos donde guarecerse ante posibles revueltas internas o ataques de los pueblos vecinos. Y allí no sólo recibía a los líderes extranjeros, sino que también se alojaba con su familia… incluido su hijo Herodes Antipas cuando éste volvía de su formación en Roma.

Un símbolo del poder

Famosa en todo Israel, la «madriguera» fortificada de Masada representaba el poder, la soberbia y la opresión de la dinastía herodiana, que estaba al servicio de los intereses romanos y daba la espalda no sólo al pueblo judío, sino también a Yaveh.

Así, cuando, al comenzar su predicación sobre el rigor de su discipulado, unos fariseos advierten a Jesús de que Herodes (Antipas) lo está buscando para matarlo, Él responde: «Id y decidle a ese zorro…». Un apelativo que Jesús no utiliza para referirse a nadie más en ninguno de los Evangelios.

Cabe señalar que en la cultura hebrea los zorros eran tenidos por peligrosos y astutos, pero también por insignificantes y arteros en comparación con otras poderosas bestias salvajes, como los lobos o los leones (y el Mesías de Israel era también llamado León de la tribu de Judá).

Así, con una sola palabra, Jesús subrayaba la astucia del gobernante de Galilea y Perea, conocido por sus políticas calculadoras, pero también su insignificancia moral y su soberbia hipócrita.

Las extrañas palabras de Jesús

Con esa referencia a Herodes y ambos escenarios geográficos como telón de fondo, se comprenden mejor unas enigmáticas palabras de Jesús, cuyo significado literal resulta más bien anómalo.

Tanto san Mateo (8, 20) como san Lucas (9, 58) citan cómo Cristo, mientras recorre Galilea al inicio de su ministerio público, responde a una persona que quiere ser su seguidor: «los zorros tienen madriguera y los pájaros tienen nido, pero el hijo del Hombre no tiene dónde reposar la cabeza».

Aunque Jesús solía emplear ejemplos de la vida cotidiana, esta referencia a «zorros» y «pájaros» y a «madrigueras» y «nidos» parecen fuera de lugar en un pasaje que se centra en quién puede ser su discípulo. Sin embargo, cobra una luz nueva si se entiende el contexto galileo en el que las dijo, donde a los habitantes de la próspera Séforis, afanados con las cuestiones mundanas, se les llamaba «pajarillos», y al poderoso y soberbio heredero de Herodes Él mismo le llamó «zorro».

De modo que esos extemporáneos «nidos» y «madrigueras» serían fácilmente entendidos como espacios mundanos, centrados en la prosperidad material y en el poder económico e incluso violento, por su audiencia galilea.

Cabe incluso conjeturar si el anónimo personaje al que se las dirigió no sería alguien a quien hubiese conocido en Séforis, como tantos otros de los alrededores que comenzaron a seguirle cuando empezó a hacer milagros… y terminaron por abandonarle al ver que su reinado y la salvación que prometía eran todo lo contrario a las seducciones del mundo.

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