Entrevista con Mariano Fazio, vicario auxiliar del Opus Dei
«Un gran desafío de la pastoral de la Iglesia es dar muy buena formación en la preparación del matrimonio»
El vicario auxiliar de Opus Dei comenta: «En un mundo tan secularizado, los cristianos estamos llamados a vivir la unidad de vida, la coherencia entre lo que creemos y lo que vivimos; tenemos que hacer un llamado a vivir con más radicalidad el cristianismo»
Nació en Buenos Aires el mismo año que Maradona. Pero, al contrario que el Pelusa, lo suyo es la literatura, las grandes tendencias del pensamiento y la filosofía. Y el sacerdocio. Vive en Roma, donde imparte docencia en la Pontificia Universidad de la Santa Cruz. Ha publicado en Rialp casi una veintena de libros, como De Benedicto XV a Benedicto XVI, Historia de las ideas contemporáneas, El Siglo de Oro español, Cinco clásicos italianos, Al César lo que es del César o Libertad para amar a través de los clásicos. Es Mariano Fazio, y ahora presenta una edición revisada y mejorada de Kierkegaard, un volumen bastante fácil de leer y que sirve para comprender quién era aquel filósofo danés y por qué es actual.
–¿Pesa mucho en Kierkegaard la herencia luterana?
–Lo sorprendente de Kierkegaard es que, a pesar de una tradición luterana muy fuerte en su familia, de vivir en un ambiente absolutamente luterano en la Dinamarca del siglo XIX, logra acercarse a una visión más católica de la vida. Si bien, su apertura a lo católico no le lleva a la conversión, y hay un punto donde se aleja profundamente de la visión católica, que es la relación entre fe y razón. Porque sigue siendo fideísta, el «credo quia absurdum». Pero hay muchos elementos que le acercan a una mentalidad católica; su Diario es un tesoro donde uno puede sacar sin parar monedas de oro, y ahí está continuamente citando a los Padres de la Iglesia, y a santos católicos modernos, posteriores a la Reforma protestante. Hay una crítica profunda a la «sola fe» de Lutero, porque lo considera una deformación del cristianismo.
–Kierkegaard se compromete en matrimonio y al poco tiempo rompe ese compromiso. ¿Por qué?
–En Kierkegaard se da una serie de misterios; y en una nota dejó escrito: «Hay un punto en mi vida que explicaría todo mi pensamiento, y ese es un secreto que me llevo a la tumba». No tenemos ningún dato fehaciente para ver cuál es el secreto que lo explicaría todo, pero Kierkegaard tiene muy claro que todas las personas tenemos una vocación. Dios, cuando nos crea, nos llama a algo. Y él, en un momento determinado, tras su compromiso con Regina Olsen, considera que Dios le pide una vida célibe, dedicarse totalmente a su labor literaria, que es una labor para despertar las conciencias.
–El celibato es algo inexistente en el mundo luterano. ¿Kierkegaard expresa alguna valoración positiva de la vida monástica?
–Sí, considera que el monacato es una vivencia cristiana mucho más profunda que la «sola fe» de Lutero. En su caso, él siente que no es como los demás, y eso le lleva a no poder tener una vida «normal»: ser un esposo, ser padre de familia… Se dedica a su labor intelectual, al servicio de despertar las conciencias y demostrar cómo en Dinamarca todo el mundo se llama cristiano, pero ninguno es verdaderamente cristiano. Porque la vida que llevan de lunes a sábado nada tiene que ver con lo que oyen en la iglesia el domingo. Eso es lo más aplicable a las circunstancias culturales actuales. En un mundo tan secularizado, los cristianos estamos llamados a vivir la unidad de vida, la coherencia entre lo que creemos y lo que vivimos, la imitación de Cristo. Y es la gran denuncia que hace Kierkegaard. Hoy, en una cultura dominante de individualismo, de consumismo, de materialismo, muchos bautizados se consideran católicos, pero en realidad ni con la cabeza ni el corazón lo son. Por eso, un desafío de la Iglesia no es tanto llegar a los lejanos, sino que dentro de la Iglesia tenemos que hacer un llamado a vivir con más radicalidad el cristianismo. Kierkegaard se puede llamar un cristiano radical, no en el sentido de exagerado, o extremo o fundamentalista, sino que procura sacar todas las consecuencias del hecho de ser cristiano.
–¿Qué dos cosas concretas podemos hacer cada día, para cambiar esta actitud a partir de ahora mismo?
–Un consejo que el Papa Francisco ha dado muchas veces es dedicar cinco minutos a la lectura del Evangelio. Si dedicamos cinco minutos diarios a leer los cuatro evangelios, recordaremos muchas cosas que quizá hemos aprendido cuando éramos niños y que tenemos olvidadas. Otra idea consiste en reflexionar en la clave de la antropología cristiana, que está en una frase del Concilio Vaticano II, en Gaudium et Spes: «La persona humana se realiza en el don sincero de sí». Si todos viviéramos pendientes no de nosotros mismos, sino de los demás, nuestra vida cambiaría radicalmente, y cambiaría este mundo. El darme a los demás es lo que me llena de alegría y da sentido a mi vida. Es lo que hizo Jesucristo: morir en la Cruz por los demás.
–Donarse a los demás. El matrimonio es la gran donación. ¿Nos estamos tomando en serio el matrimonio?
–En el camino hacia el centenario del Opus Dei, que será en 2028, en todos los países donde hay labor apostólica de la Obra, se han celebrado unas asambleas, en las cuales todo el mundo ha tenido la oportunidad de expresarse y hablar sobre los desafíos que tenemos por delante. Y en prácticamente todos los países del mundo, en los cinco continentes, lo primero que sale es ayudar a la familia, ayudar al matrimonio, pensar cómo podemos ser más eficaces para que la familia se mantenga unida. Que los matrimonios no solo duren, sino que sean verdaderamente una historia de amor, de entrega. Hay una alta tasa de divorcios en el mundo occidental. Conozco algunos datos, no sé si exactos, de España y de Argentina: siete de cada diez matrimonios —canónicos o meramente civiles— terminan mal. Me da la impresión de que tiene mucho que ver con el olvido del don de sí, provocado por el ambiente de individualismo radical. Si lo prioritario es mi proyecto personal —y no me doy cuenta de que estoy en el matrimonio para entregarme a mi esposa o a mi marido, y que tenemos que poner todos nuestros proyectos en común, y que el gran proyecto es sacar adelante ese matrimonio—, entonces la consecuencia lógica es el divorcio. Si en un matrimonio joven uno quiere hacer el máster en Alemania y el otro en Estados Unidos, y si nadie cede, llega un momento en que uno dice: «Bueno, ha sido muy bonita esta experiencia, pero vete a Estados Unidos, yo me voy a Alemania». Por eso tenemos que formarnos bien, y esto es un gran desafío de la Iglesia, de la pastoral de la Iglesia, dar muy buena formación en la preparación del matrimonio para saber cómo enfrentar los obstáculos que necesariamente van a venir. San Josemaría, en una carta que escribió en el año 74, si mal no recuerdo, en torno a Navidad, ponía de ejemplo la Sagrada Familia y decía que ahí nadie se reserva nada, que cada uno piensa totalmente en el otro. María piensa solamente en el Niño y José; José, en María y el Niño; el Niño, en sus padres y en toda la humanidad. Ese es el modelo de toda familia cristiana, y yo me atrevería a decir de toda familia humana.
– ¿Alguna frase de Kierkegaard que pueda ayudar en la vida espiritual?
– «El héroe no es quien conquista países, sino quien se domina a sí mismo». Es decir, hay que ser un héroe en la vida ordinaria, en la vida cotidiana. San Josemaría decía: «No podemos escaparnos de la realidad; ahí es donde nos espera Dios». Como todo el mundo tiene una vocación —y esa vocación habitualmente se manifiesta en la vida ordinaria a través de las relaciones profesionales, del cumplimiento de las obligaciones cívicas—, aquel que todos los días procura ser fiel a esas obligaciones es un auténtico héroe.