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Monseñor Vicente Jiménez ZamoraDIÓCESIS DE HUESCA

Entrevista a Vicente Jiménez Zamora, arzobispo emérito de Zaragoza

Un obispo español en el sínodo: «El desafío no es cambiar estructuras sino impregnarlas con alma sinodal»

Este domingo concluyen los intensos trabajos del Sínodo de la Sinodalidad. Vicente Jiménez Zamora, coordinador del equipo sinodal de la Conferencia Episcopal Española, afirma que «las semillas surgidas de este Sínodo deben germinar y dar fruto»

desde que el pasado 2 de octubre dio comienzo la segunda y última sesión de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, el Papa quiso dejar claro a los 368 participantes cómo debía ser el espíritu de trabajo durante el mes de octubre: acercarse «con respeto y atención a cada una de las aportaciones recogidas en estos tres años de intenso trabajo, de diálogo mutuo, de debates y de un esfuerzo paciente por purificar mente y corazón». El Papa advirtió que no debían transformar estas contribuciones en «agendas para imponer», sino presentarlas ante Dios como «dones para compartir».

Y así ha sido. La segunda sesión del Sínodo, en su estructura de trabajo y enfoque, ha marcado un cambio notable respecto al año pasado. Aunque ambas han sido maratónicas jornadas de reflexión y debate, en esta ocasión, el ambiente ha sido más focalizado: las discusiones se han centrado en desentrañar el significado y las implicaciones prácticas de la sinodalidad, un concepto que busca redefinir la vida interna y la misión de la Iglesia en el mundo. A diferencia de años anteriores, donde se tocaron multiplicidad de temas y la conversación a veces se dispersaba, este año los participantes han hallado en el «Instrumentum laboris» una guía más precisa, acotando las sesiones en torno a los principios fundamentales de la sinodalidad y sus desafíos concretos.

El núcleo del debate ha girado en torno a tres ejes clave: la consulta más amplia a los laicos, la responsabilidad compartida y una mayor transparencia en el liderazgo eclesiástico. Estos tres pilares son, en el fondo, una apuesta por escuchar y reconocer la voz del pueblo de Dios en sus diversas expresiones, asegurando que el gobierno de la Iglesia responda realmente a las experiencias y necesidades de su comunidad. Esta reflexión, sin embargo, se ha centrado principalmente en el gobierno interno de la Iglesia y en cómo los laicos pueden influir en sus estructuras organizativas, no tanto en ofrecer un enfoque hacia la misión evangelizadora de los laicos en el mundo.

Desde los briefings, lo que más se destacó fue la atmósfera de escucha activa que impregnó cada discusión. En medio de intensas sesiones de trabajo, se resaltó cómo cada intervención se ha desarrollado con un sentido de respeto y una conexión genuina, dejando de lado divisiones culturales o ideológicas para centrarse en la búsqueda de una comunión real. Este ambiente ha permitido una dinámica de diálogo enriquecedora, donde el simple hecho de escuchar y ser escuchado parece convertirse en el primer fruto de esta sinodalidad en acción. Don Vicente Jiménez Zamora, arzobispo emérito de Zaragoza y coordinador del equipo sinodal de la Conferencia Episcopal Española, destaca como en este sínodo «nos hemos reunido personas de diversas razas, lenguas y culturas, pero todos unidos en una misma fe».

—Si la sinodalidad implica caminar juntos, ¿cómo se distingue de la unidad propia de la Iglesia?

—El sínodo, como su nombre indica, significa «caminar juntos». Es una gran sinfonía donde Jesucristo, a través del Espíritu Santo, actúa como el director, mientras que las diversas voces se unen para formar un todo, un concierto armonioso. El Papa a menudo se refiere a esta idea como «armonía en la diversidad», enfatizando que la unidad no implica uniformidad, sino que es una riqueza que se enriquece con la variedad de expresiones distintas de la misma fe.

La Iglesia, que es una y única, se nutre de diversas expresiones culturales, sociales e históricas en los distintos contextos de las diócesis y las iglesias particulares. Por ello, existe una tensión bipolar entre unidad y pluralidad, pero siempre buscando una unidad que se manifiesta como armonía en las diferencias. Esto es lo que refleja el Sínodo. En el aula de Pablo VI hemos estado reunidos en 36 mesas, con personas de todas las razas, lenguas, pueblos y naciones, pero todos compartimos la misma fe y esa unidad armoniosa.

— ¿Qué cambios significativos ha implementado el Papa en la estructura y enfoque del sínodo en su forma actual?

— La gran novedad de este sínodo es que no se centra en un tema concreto, como la familia, los jóvenes, los religiosos o los obispos, sino en la naturaleza y el significado mismo de la Iglesia. Por ello, el título se expresa como «una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión». Además, el Papa ha querido que no sea solo un Sínodo de obispos, sino que incluya a personas que no son prelados. De hecho, en este Sínodo han participado 368 personas: 272 son prelados y 96 no lo son, entre los cuales hay 53 mujeres y 43 hombres.

En el proceso han participado todas las vocaciones de la Iglesia: el pueblo de Dios, laicos, miembros de vida consagrada y obispos. Una vez que se apruebe el documento final, se entregará al Papa, quien es el encargado de sancionar y rubricar todo este camino del pueblo de Dios. Se ha conjugado lo que se llama sinodalidad, donde todos participan junto a los obispos, y hay uno que es el sucesor de Pedro, el Papa, quien ratifica y autentifica todo el proceso.

El objetivo es introducir un nuevo estilo, una forma de ser y vivir la Iglesia

— Advirtiendo sobre el peligro de confundir su dinámica participativa, el Papa ha insistido en que el sínodo no debe entenderse como un parlamento, ¿Cómo se puede evitar esta comparación y comprender mejor su naturaleza eclesial?

— En la Iglesia, no se procede mediante votaciones en el sentido de mayorías y minorías, ni se trata de ver quién tiene la razón o quién gana. Se llega a las decisiones a través del discernimiento, en el cual se valora todo el sentido de la fe del pueblo fiel de Dios, ya que todos, ungidos por el Espíritu Santo, compartimos una inspiración de fe.

Este proceso lleva a un consenso moral que tiene una gran fuerza, aunque no se base en una mayoría de votos. Su fortaleza radica en que representa el consenso de muchas voces, experiencias y perspectivas de la fe del pueblo de Dios. Por tanto, no es un parlamento ni una votación convencional; es una concurrencia y convergencia de todos aquellos que comparten la misma fe y que discernimos lo que el Espíritu quiere comunicar hoy a la Iglesia.

— ¿Cuál considera que es el desafío más relevante que el proceso sinodal debe enfrentar en su implementación a nivel nacional?

— Una vez que entreguemos el documento al Papa, comenzará una nueva fase, ya que este Sínodo no es un punto final, sino el inicio de algo nuevo a partir de la entrega del documento. Se trata de cómo se implementará o aplicará en todos los ámbitos de la Iglesia: en las parroquias, en las diócesis, en los continentes y en todas las estructuras eclesiales.

El objetivo es introducir un nuevo estilo, una forma de ser y vivir la Iglesia, así como una espiritualidad que impregne todo el tejido de la misma. Este es el gran desafío. Algunas iglesias avanzan a un ritmo acompasado, mientras que otras pueden estar más rezagadas y aún no han entrado en este proceso. Sin embargo, el propósito es que este espíritu sinodal, que representa el «caminar juntos», se expanda por todos los espacios y ámbitos donde se encuentran los fieles, es decir, en toda la Iglesia y el pueblo de Dios.

Este es el gran reto: que este espíritu sinodal, que hemos experimentado en un grupo reducido de 368 personas, se convierta en algo más amplio. Ahora tenemos que ser un poco «profetas», enviados y heraldos de este estilo sinodal. El desafío no consiste tanto en cambiar estructuras, sino en impregnarlas con esta alma sinodal.

«Es fundamental que el Sínodo no genere frustraciones»

— ¿Qué estrategias podrían adoptarse para asegurar que el proceso sinodal responda a las expectativas del Pueblo de Dios y evite generar frustración?

— Se trata de transmitir con entusiasmo y esperanza, como una nueva primavera para la Iglesia. Así como el Concilio Vaticano II creó una atmósfera de ilusión y esperanza en el pueblo de Dios, es fundamental que este Sínodo no genere frustraciones; al contrario, debe promover un nuevo dinamismo. Aunque no se pretende resolver problemas concretos, algunos de los cuales han sido reservados por el Papa y requieren maduración, sí es importante transmitir un aire y un estilo nuevos, así como una forma de participación que permita apreciar la belleza de la Iglesia en marcha.

Es esencial que no decaiga el dinamismo sinodal; más bien, debe impregnar a la Iglesia con un aire fresco. Yo lo compararía con las estaciones. Actualmente, estamos en otoño, una época de recolección de frutos. Hemos cosechado ahora los resultados de un camino recorrido desde 2021 hasta 2024, tres años de trabajo. Sin embargo, después del otoño y el invierno, llega la primavera, que siempre hace brotar las semillas que han germinado. Por lo tanto, las semillas que han surgido de este Sínodo deben germinar y dar frutos, frutos sinodales que se expresen de diversas maneras. Este es el desafío: que este espíritu no decaiga, sino que, por el contrario, fecunde y dinamice todas las expresiones de la Iglesia.

— Algunos perciben el sínodo como un intento de cambiar las estructuras o la doctrina de la Iglesia. ¿Es el sínodo un instrumento de reforma o más bien un medio para restaurar la cohesión en la Iglesia?

— El Sínodo nos convoca a todos a la conversión y a la reforma, siguiendo la senda marcada por el Concilio Vaticano II. Este Sínodo, como otros, representa la mejor reflexión y aplicación de los principios del Concilio. Es cierto que esto provocará algunas reformas en determinadas actuaciones, e incluso cambios en algunos cánones del Código de Derecho Canónico, pero estas serán el resultado de una maduración y una conciencia cada vez más auténtica de los miembros del pueblo de Dios.

Primero debe priorizarse la vida, y luego las normas y disposiciones. Este Sínodo busca generar un estilo nuevo, una vida nueva y un espíritu renovado, y posteriormente vendrán las decisiones del Papa sobre las reformas necesarias en diferentes aspectos.