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Israel Zolli fue Gran Rabino de Roma y rector del seminario rabínico durante los tensos años de la II Guerra Mundial

Israel Zolli, el Gran Rabino de Roma que escuchó a Cristo en la sinagoga: «Estás aquí por última vez»

La obra humanitaria del Papa Pío XII a favor de los judíos fue un factor clave en la conversión de este judío, quien, en su bautismo, adoptó el nombre del Pontífice, convirtiéndose en Eugenio Zolli

Se llamaba Israel Zolli, pero más tarde sería conocido como Italo Zolli y, finalmente, como Eugenio Zolli. Entre estos tres nombres transcurrieron 63 años, dos guerras mundiales, persecución y un lento y profundo recorrido hacia la comprensión de una paz que, para él, parecía guardar un judío llamado Jesús que yacía muerto en un crucifijo. Así, en el Yom Kippur de 1944, el Día de la Expiación y del arrepentimiento para los judíos, Zolli se encontraba en la sinagoga de Roma cuando su corazón escuchó nítidamente las palabras de Cristo: «Estás aquí por última vez». Su respuesta fue clara: «Así sea, así será, así debe ser».

Israel Zolli, nacido en 1881 en Brody, en el corazón del Imperio Austrohúngaro, creció en una región multicultural y compleja: la Galicia polaca, hoy parte de Ucrania. Fue el menor de cinco hermanos en una familia judía de gran tradición, con un padre ligado a la industria de la seda y una madre de linaje rabínico, cuya fe profunda dejó una huella imborrable en él. Desde joven, Zolli se encontró intrigado por el cristianismo, aunque en su hogar era un tema prácticamente prohibido.

«De Cristo no se habla ni se pregunta. Interesa a los cristianos, pero no a nosotros», le decían en casa, tal como cuenta Zolli en su autobiografía Antes del alba. Sin embargo, su interés creció en parte debido a un amigo cristiano, en cuya casa observó por primera vez un crucifijo, donde se preguntó si no sería aquel hombre del que hablaba el profeta Isaías. Fue una imagen que le dejó preguntas difíciles de apartar y, aunque aún tardaría años en llegar a las respuestas, el germen de aquella búsqueda ya estaba plantado.

Israel Zolli llegó a afirmar que el judaísmo «tiene una gran deuda de reconocimiento con su santidad Pío XII»

Viena, Florencia, Trieste y, finalmente, Roma

En 1904, a los 23 años, Zolli perdió a su madre, lo cual marcó profundamente su vida. Aquel mismo año, dejó su ciudad natal y su familia, «a quienes jamás volvería a ver», como describe Judith Cabaud en su obra El rabino que se rindió a Cristo. Esta partida lo llevó primero a Viena y luego a Florencia, donde pasó casi una década sumergido en sus estudios rabínicos, consolidando su perfil académico y religioso.

Su siguiente destino fue Trieste, una ciudad con una rica herencia cultural, donde se instaló en 1913 como vice-rabino. Fue allí donde el joven rabino contrajo matrimonio con Adela y nació su hija, Dora. Sin embargo, la Primera Guerra Mundial cambió el escenario: el Imperio Austrohúngaro desapareció, y Trieste pasó a formar parte de Italia. Zolli, ya convertido en Gran Rabino de la ciudad, se nacionalizó italiano, sintiéndose profundamente unido a su nueva patria.

Con el tiempo, sus inquietudes espirituales se intensificaron. Al regresar de un viaje a Tierra Santa y Egipto en 1924, escribió que sentía una «inquietud religiosa interior cada vez más aguda». Sin embargo, su vida en Italia dio un giro cuando Mussolini proclamó las leyes raciales de 1938, donde Zolli perdió la ciudadanía y tuvo que italianizar su nombre y apellido y pasar de Israel Zoller a Ítalo Zolli. Ese mismo año, Zolli enviudó y abandonó Trieste para asumir el cargo de Gran Rabino de Roma, en un momento que marcaría el punto culminante de su transformación espiritual.

Gran Rabino en medio de tensiones de guerra

En Roma, hacia 1940, Israel Zolli era ya Gran Rabino y rector del seminario rabínico, aunque este último estaba cerrado desde el año anterior. Con el ambiente cada vez más tenso, Zolli anticipó que la situación podría empeorar: solicitó que se destruyeran las listas con los nombres y direcciones de los miembros de la comunidad judía y sugirió retirar fondos del banco para adelantar sueldos a los trabajadores de la sinagoga. Aunque él no tenía control directo sobre el gobierno comunitario, conocía bien las amenazas que se cernían sobre los judíos en Europa y preveía lo que podría suceder si los nazis llegaban a Roma.

En 1943, tras la caída de Mussolini y la firma del armisticio con los aliados, los alemanes ocuparon Roma y lanzaron un ultimátum a la comunidad judía: debían reunir cincuenta kilos de oro en 24 horas para evitar la deportación masiva a los campos de concentración. La comunidad consiguió reunir 35 kilos, y Zolli acudió al Vaticano para pedir ayuda con el resto.

A pesar de lograr el total de oro exigido, en octubre se produjo una redada en el gueto de Roma. Zolli, consciente del peligro para su vida, se vio obligado a pasar a la clandestinidad durante la ocupación alemana. A raíz de este suceso, la comunidad judía lo consideró «dimisionario», retirándole sus cargos y responsabilizándolo por varias decisiones tomadas durante su liderazgo. Tras la liberación de Roma en junio de 1944, las fuerzas aliadas lo restablecieron como Gran Rabino. Aunque aceptó el cargo, declinó retomar su puesto como rector del seminario.

La influencia de Stein y Ratisbona

Relato autobiográfico de su conversión en 'Antes del alba'

Era el Día de la Expiación del otoño de 1944 y estaba presidiendo las liturgias religiosas en el templo...el día estaba acercándose a su fin, y estaba completamente solo en medio de un gran número de personas. Empecé a sentir como si una niebla estuviese insinuándose en medio de mi alma; se hizo más densa…por la tarde se celebraba la última función litúrgica…no sentía ninguna alegría ni dolor, estaba vacío de pensamientos y sensaciones. Mi corazón yacía como muerto en mi pecho. Y rápidamente vi a Jesucristo vestido con un manto blanco…experimenté la mayor de las paces interiores…dentro mi corazón encontró las palabras: estás aquí por última vez. Las tomé en consideración con la mayor serenidad de espíritu y sin ninguna emoción en particular. La contestación de mi corazón fue: así sea, así será, así debe ser.

En su relato de conversión, Zolli transmite una calma profunda, restando importancia a lo extraordinario que pudo haber vivido. Tras escuchar la frase «estás aquí por última vez», menciona con una tranquilidad asombrosa que, poco después, cenaba en casa con su familia. Con humildad, insiste en su obra que, aunque algunos momentos puedan parecer trascendentales, lo fundamental de su conversión fue «el amor de Jesucristo, un amor que derivó de mis meditaciones sobre las Escrituras».

Alfonso de Ratisbona, un conocido banquero judío, también vivió una profunda conversión en Roma que lo llevaría más tarde a hacerse sacerdote. Sin embargo, su transformación fue más espontánea e impulsiva, a diferencia de la de Zolli, que fue el resultado de años de reflexión, maduración y una intensa búsqueda de sentido. Zolli mismo recordaba que, mientras «Ratisbona se convirtió luego de una aparición», su propio camino fue «una búsqueda guiada por las Escrituras, una reflexión y una profundización propias del empeño de un erudito universitario». Los escritos de otra hebrea convertida, Edith Stein, quien más tarde pasaría a ser Teresa Benedicta de la Cruz y moriría mártir en Auschwitz, lo influenciarían.

El 13 de febrero de 1945, Zolli se bautizó en una ceremonia sencilla en la iglesia de Santa María de los Ángeles, tomando el nombre de Eugenio en homenaje a Eugenio Pacelli, quien fue el Papa Pío XII, y a quien siempre elogió por su compasión hacia los judíos de Roma. «El judaísmo tiene una gran deuda de reconocimiento con su santidad Pío XII por sus llamamientos, presiones e insistencias formuladas en su favor [...] merecerá siempre nuestra profunda gratitud [...] Y esta deuda implica sobre todo a los judíos de Roma, porque siendo los más cercanos al Vaticano, fueron objeto de solicitudes particulares», escribiría Zolli más adelante.

A pesar de las dificultades y críticas que enfrentó tras su bautismo, Zolli nunca abandonó su misión académica ni su paz interior. Se instaló en una cátedra en el Pontificio Instituto Bíblico y rechazó incluso una prestigiosa oferta para enseñar en Suiza, prefiriendo permanecer en Roma.

En sus últimos años, Zolli continuó escribiendo y compartiendo sus reflexiones. Cuando enfermó, mencionó que «moriré el primer viernes de mes a las tres de la tarde como Nuestro Señor», y así fue: el 2 de marzo de 1956, murió en Roma. En su lápida, una inscripción resumía su vida y su fe: Domino morimur, domini sumus («morimos en el Señor, somos del Señor»).