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Mañana es domingoJesús Higueras

¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?

El Señor, un año más, con motivo de la fiesta de Navidad, nos invita a estar abiertos a un suceso imprevisto, a una aproximación a Él que nos saque de nuestras rutinas y nos llene completamente el corazón

Santa Isabel sin duda era una mujer que, aun siendo de edad avanzada, no perdía la capacidad de sorprenderse. Pues si mucha fue la sorpresa de su embarazo, mayor lo fue la visita de su pariente María de Nazaret, a quien llama la madre de su Señor. Y es que nuestro Dios es alguien que no deja de sorprendernos, pues todo es posible gracias a su poder, cumpliendo con creces las expectativas de todos los hombres.

También nosotros podemos recuperar nuestra capacidad de asombrarnos en nuestra relación con Dios, pues para muchos creyentes esta se reduce a cumplir con la misa del domingo, evitar el pecado grave y esperar que nos lleve al Cielo. Es una relación rutinaria que no cambia con el pasar de los años y de la que nada nuevo podemos esperar.

Pero el Señor, un año más, con motivo de la fiesta de Navidad, nos invita a estar abiertos a un suceso imprevisto, a una aproximación a Él que nos saque de nuestras rutinas y nos llene completamente el corazón.

Solo hay un inconveniente: que no nos creamos capaces o dignos de una gracia extraordinaria como la que recibió Santa Isabel, pues pensamos que la santidad es solo para unos pocos que han elegido el camino de lo extraordinario o lo extravagante en su relación con Dios. Olvidan que la grandeza de Dios se manifiesta sobre todo en los pequeños, en los sencillos y los que han sido capaces de conservar un corazón humilde.

Es esta la razón por la que la santa anciana se extraña de la visita, pues se consideraba a sí misma una persona normal y anónima, poco importante a los ojos de los hombres e incluso a los ojos de Dios. Olvidaba que para el Señor nadie es poco importante y que toda vida humana tiene para Él un valor infinito, pues precisamente quiso tomar la carne humana para unirla a su Divinidad y darle así un valor eterno.

¿No podría sucederme a mí lo mismo, de tal modo que el Señor este año venga en la fiesta de Navidad y sorprenda mi corazón con su cercanía y su cariño? Dice la sabiduría que tanto se alcanza cuanto se desea, de tal modo que solo los corazones que están llenos de deseo podrán alcanzar la gracia divina. Seamos niños otra vez, a pesar de los años, y deseemos una Navidad llena de riquezas espirituales.