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Testimonio de un matrimonio argentino que realiza un programa de acompañamiento académico para jóvenes que han pasado por la cárcel

El centro para expresos que hizo patrona a la Medalla Milagrosa: «Los problemas de convivencia disminuyeron»

Andrea y Eduardo son un matrimonio argentino que, desde hace 15 años, trabaja para cambiar la realidad de jóvenes que han pasado por la cárcel

«Todos merecemos una segunda oportunidad». Esta afirmación es el motor que impulsa a Andrea y Eduardo, un matrimonio argentino que, desde hace 15 años, trabaja para cambiar la realidad de jóvenes que han pasado por la cárcel. A través de un innovador programa de acompañamiento académico y laboral, han conseguido que más de 30 chicos no solo obtengan títulos universitarios y aprendan oficios, sino que también transformen su vida por completo.

«Entran con un número de causa [entrar en el sistema judicial como parte de un proceso legal o penal], y salen con un título de grado y un oficio aprendido», cuenta Andrea para un video de la prelatura del Opus Dei, señalando que todo comenzó bajo la inspiración de san Josemaría. Con el lema «Más trabajo, menos reincidencia», este proyecto busca algo más que logros académicos: fomenta la integración social, el sentido de propósito y la autoestima, disminuyendo los factores que pueden llevar a conductas delictivas.

«No se trata solo de dar clases»

Uno de los ejemplos más significativos de su impacto es el taller de lectura en Braille. Allí, los jóvenes producen materiales para una escuela de personas con discapacidad visual en Gonnet (La Plata). «Nos ocupamos no solo de su rendimiento académico, sino también de su formación integral, en valores, virtudes y el reconocimiento de sus derechos y también de sus familias», reflexiona Andrea. Esta experiencia les ha enseñado que la formación técnica debe ir de la mano con el desarrollo emocional.

Un claro ejemplo fue el caso de un estudiante que abandonó el programa debido a problemas de alcoholismo, lo que les llevó a replantearse su enfoque. «Me pasó que veníamos haciendo un trabajo técnico muy bueno para uno de los chicos, pero de un día para otro dejó de venir», comenta Eduardo. «Indagando, me enteré de que tenía problemas con el alcohol». A lo que añade: «Uno va aprendiendo a escuchar, no solo a dar una clase como me pasaba al principio». La idea, como explica, es trabajar en la parte técnica, «integrándola con el desarrollo emocional y personal, ayudando a cada participante a construir su propio proyecto de vida

Los frutos de este trabajo son evidentes en testimonios como el de un joven que comparte con orgullo su logro: «Estoy a una materia de graduarme como profesor de comunicación. Hoy puedo ser un ejemplo para mi hija, para demostrarle que cuando uno comete errores no hay que venirse abajo, sino buscar una alternativa para encontrar el camino correcto y continuar con la vida».

Detrás de cada historia hay un proceso de transformación interior. Aprender a trabajar bien, ser responsable, terminar lo que se empieza y prepararse para los desafíos de la vida diaria son las bases que se siembran en este programa. «Aquí hay muchos chicos buenos, inteligentes que se equivocaron y están pagando a la sociedad», reflexiona uno de los chicos del programa. «Me devolvieron la realidad existente del día a día, que perdí de vista cuando me sepultaron vivo en este mundo de muertos vivos, valga la redundancia», comenta otro.

La Virgen de la Medalla Milagrosa y un crecimiento inesperado

Es un proyecto en el que Dios tiene el protagonismo. «Tomar conciencia de que el Señor está en todos lados se nos ha grabado a sangre a Edu y a mí a través de san Josemaría». Un joven propuso que la Virgen de la Medalla Milagrosa fuera la patrona del centro universitario, y desde entonces «todo cambió»: «Los problemas de convivencia disminuyeron, más estudiantes se titularon, y el programa creció en alcance y resultados», cuenta Andrea.

Para Andrea y Eduardo esta misión es mucho más que un proyecto social; es una vocación de vida. «Creemos que es nuestro camino al Cielo y que el Señor nos quiere en este camino», afirma convencida Andrea. «Que nos esté pasando esto después de 31 años felizmente casados, es una bendición», dice su marido.