En su primer mensaje como papa, emitido por radio, comenzaba diciendo: «Llamado por la misteriosa y paterna bondad de Dios a la gravísima responsabilidad del Supremo Pontificado, os damos nuestro saludo; e inmediatamente lo extendemos a todos los hombres del mundo, que nos escuchan en este momento, y a los cuales, según las enseñanzas del Evangelio, nos place considerar únicamente como amigos y hermanos». Unas palabras con las que se dirige en tono cordial a toda persona, con independencia de su fe, y anclando su mirada en la común dignidad del ser humano. Por eso, al final de esta alocución, añadía: «¡Hombres, hermanos de todo el mundo! Todos estamos empeñados en la tarea de lograr que el mundo alcance una justicia mayor, una paz más estable, una cooperación más sincera; y por eso invitamos y suplicamos a todos, desde las clases sociales más humildes que forman la urdimbre de las naciones, hasta los jefes responsables de cada uno de los pueblos, a hacerse instrumentos eficaces y responsables de un orden nuevo, más justo y más sincero».