Museos Vaticanos
La capilla que volvió a Roma fresco a fresco gracias al Museo del Prado
Los frescos de Annibale Carracci estuvieron divididos entre Madrid y Barcelona. Ahora vuelven a Roma y estarán expuestos en el Palazzo Barberini hasta el 5 de febrero de 2023
«Esta era una historia muy triste hasta casi el capítulo final en el que estamos ahora, que es muy alegre», cuenta Andrés Úbeda a un grupo de periodistas en Roma. El director adjunto de Conservación e Investigación del Museo del Prado señala las pinturas expuestas sobre la réplica de una capilla instalada en el Palazzo Barberini.
Las obras más grandes vienen del Museo Nacional de Arte de Cataluña, las más pequeñas del Prado. «Estas dos colecciones no se vieron la cara la una a la otra hasta marzo de 2022. Llevaban separadas desde 1830». Son los frescos de Annibale Carracci, un pintor romano-boloñés considerado el principal adversario de Caravaggio, que antaño abrigaron los muros de la Capilla Herrera y que han vuelto a Roma pieza por pieza hasta el 5 de febrero de 2023.
Andrés Úbeda se desplaza por la réplica de la capilla dedicada en 1602 por el noble Juan Enríquez de Herrera al santo franciscano Diego de Alcalá como si estuviera en la original. «Esta capilla corresponde a una iglesia de la Corona de Castilla, Santiago de los Españoles, que estaba en Piazza Navona». Actualmente, el edificio sigue en pie, pero tras ser desconsagrada, reconsagrada y confiada a los franceses Misioneros del Sagrado Corazón de Jesús, ahora lleva como nombre Nuestra Señora del Sagrado Corazón. Según Úbeda, es un ejemplo claro de «la pérdida de la importancia de la nación española en Italia» durante el siglo XVII. «Llegó un punto en el que la iglesia casi se abandona por completo y las autoridades españolas, sobre todo la embajada, se preocuparon por la capilla».
Tratando de conservar la obra de Annibale Carracci y sus aprendices, el personal diplomático español de la época finalmente arrancó la pintura de los muros. Debido a la reacción de la cal con el aire, los frescos se carbonataron y se mantuvieron de una pieza. Después fueron enviados a las dos mayores ciudades. «No he encontrado el documento que justifique la razón absurda por la que las pinturas grandes se quedaron en Barcelona y las pequeñas en Madrid», confiesa Andrés Úbeda. «La correspondencia de la embajada durante este siglo habla de la necesidad de llevar todas estas pinturas a España para hacer ver a los españoles, sobre todo a los artistas, la belleza de la escuela boloñesa», contextualiza.
Olvidada en un almacén
Tras dar vueltas por varios puntos de Madrid, las obras de menor tamaño de esta colección llegaron al Museo del Prado entre 1850 y 1860. «Fue un momento en el que la pintura boloñesa comenzó su absoluta decadencia hasta la Segunda Guerra Mundial, tras la cual se volvió a valorar esta escuela», explica Andrés Úbeda. Según el director adjunto de Conservación e Investigación del Museo del Prado, «los cuadros se expusieron en Madrid como si fueran lienzos y fueron maltratados. Se barnizaron una y otra vez y se volvieron amarillos. Y llegó un momento en 1970 donde se consideró que estas pinturas no merecían una restauración y que jamás se las podría hacer lucir como se ven ahora». A la luz de los hechos, los restauradores de la época se equivocaban.
Andrés Úbeda cuenta que, a raíz de aquel veredicto, los frescos permanecieron ocultos en un almacén de una salida auxiliar del Prado «hasta que en 2011 comenzamos a restaurarlos». «Hasta que tú comenzaste a restaurarlos», le corrige Flaminia Gennari Santori, directora de la Galería Nacional de Arte Antiguo del Palazzo Barberini, quien le agradece haber rescatado una joya perdida.