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Benedicto XVI fue un gran aficionado a la música clásicaGTRES

Benedicto XVI: siete notas musicales del Papa amante de los gatos

«Soy muy consciente de que este ministerio, por su naturaleza espiritual, debe ser llevado a cabo no únicamente con obras y palabras, sino también y en no menor grado sufriendo y rezando», declaró el Papa emérito Benedicto XVI

Amante de la música, del pensamiento claro y sencillo, Benedicto XVI ofrece a todos un temperamento enamorado de la belleza, como signo de Dios.

Después de Adriano VI —cuyo nombre de pila era, precisamente, Adriano—, muerto en 1523 y nacido en Utrecht, todos los papas, hasta san Juan Pablo II, fueron italianos. Adriano ocupó la sede petrina poco más de veinte meses, tras haber estado un lustro ejerciendo la regencia de Castilla. Antes de Ratzinger, sólo media docena de alemanes habían sido papas; todos ellos en torno al siglo XI. La tempestad del nacionalsocialismo —fieramente racista, pagano, totalitario— fue el contexto de su infancia y adolescencia: cuando Ratzinger tenía seis años, Hitler alcanzó la Cancillería. La violencia del nuevo régimen contra la Iglesia la contempló con sus propios ojos; fue testigo de cómo los nazis pegaban al párroco antes de celebrar misa. Sin embargo, el jovencito Joseph se refugió en la fe y en la belleza de la liturgia, y decidió ser sacerdote.

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Intérprete del Concilio

Durante tres años (de 1962 a 1965) ejerció como consultor teológico del cardenal Joseph Frings (arzobispo de Colonia) en el Concilio Vaticano II. Como ha comentado recientemente para El Debate el cardenal Gerhard Müller, «Juan Pablo II y Benedicto XVI son los dos papas posteriores al Concilio Vaticano II. De modo que, son los personajes adecuados para la interpretación del Concilio». Tal como señala Müller, ambos habían participado directamente en este acontecimiento eclesial, y, por su experiencia, estaban en disposición de aportar una «interpretación fundamental y real del Concilio». La tesis de Ratzinger es bien conocida: el Concilio Vaticano II no contradice nada de la tradición, ni de la doctrina anterior, sino que ha de comprenderse en lo que se denomina «una hermenéutica de la continuidad». En vez de «hermenéutica de la discontinuidad y de la ruptura», Benedicto apostaba por la «renovación dentro de la continuidad».

A la sombra de Wojtyła

Durante casi todo el pontificado de Juan Pablo II, Ratzinger estuvo a su lado, encargado de las tareas que el pontífice polaco le encomendaba. Hay que tener en cuenta que Ratzinger fue consagrado obispo un año antes de la muerte de Pablo VI, y al cabo de menos de un mes ya era cardenal. Participó en los dos cónclaves de 1978, y en 1980 fue relator en la V Asamblea general ordinaria del Sínodo de los obispos. A finales de 1981, Juan Pablo II lo nombró prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, y presidente de la Pontificia Comisión bíblica. A comienzos de 1982 tuvo que renunciar a su sede episcopal de Múnich, para dedicarse por completo a la procelosa existencia de los pasillos vaticanos. En el año 2000 ofreció una explicación oficial sobre la Tercera Parte del Secreto de Fátima. Su contribución al largo periodo de Wojtyła resulta tan evidente como difícil de calibrar. En todo caso, la elección de Ratzinger durante el cónclave de 2005 manifestaba una necesidad continuista, sobre todo en hondura de contenidos doctrinales.

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La música y los gatos

Benedicto XVI es un enamorado de la música clásica. Admirador de Mozart y de los grandes maestros de la música de cámara. El recuerdo de su pontificado está repleto de estampas sencillas: el papa alemán, con un gato al lado, rodeado de libros, toca el piano en un ambiente de recogimiento y calidez. En 2007, con motivo de su cumpleaños, dijo: «Al echar una mirada hacia mi vida pasada, doy gracias a Dios, porque puso a mi lado la música casi como una compañera de viaje, que siempre me ha dado consuelo y alegría. También doy las gracias a las personas que, desde los primeros años de mi infancia, me acercaron a esta fuente de inspiración y de serenidad. Doy las gracias a los que unen música y oración en la alabanza armoniosa de Dios y de sus obras: nos ayudan a glorificar al Creador y Redentor del mundo, que es obra maravillosa de sus manos. Y expreso el deseo de que la grandeza y la belleza de la música os den también a vosotros, queridos amigos, nueva y continua inspiración para construir un mundo de amor, de solidaridad y de paz».

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Profesor de catecismo

Intelectual fino, de expresión tersa y hondura humana, sus libros —en especial, Jesús de Nazaret e Informe sobre la Fe— son referente teológico para comprender la fe cristiana. De él, y aludiendo a Introducción al cristianismo, el profesor Guillermo Gómez Ferrer ha dicho: «Yo me convertí, de nuevo, o volví al cristianismo por dos razones. La primera fue por la experiencia de salvación frente al dolor a la que me introdujo mi mujer tras la muerte de nuestros hijos antes de nacer. La segunda fue este libro. Nadie nunca intelectualmente me sedujo más. A Benedicto XVI le debo casi todo lo que soy en el uso de la razón. Este libro fue para mí todo. Y, como complemento, sus tres encíclicas que lo desarrollan (una ya firmada por Francisco) Caritas in veritate, Spe salvi, Lumen fidei. Si alguien quiere entender en qué consiste la fe cristiana no necesita nada más.»

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Apreciado por todos los pensadores

Todos cuantos lo han tratado se admiran por su delicadeza y su privilegiada mente. Antes de ser obispo, Ratzinger, aunque parecía enfrascado en libros, indagaba en la verdad de Cristo, hecho carne, hecho hombre. Esa sabiduría inefable fue su gran conquista, y se percibía en su finura. El filósofo francés Robert Redeker acaba de escribir: «Todos mis pensamientos lo acompañan a usted, cardenal Ratzinger, en este trance de traspasar la frontera. ¡Ojalá le ayuden a ser acogido como se merece al otro lado! La comunión de los santos hace palpable y real esta solidaridad. Gracias por todo, monseñor Ratzinger». Desde Paco Umbral o Jürgen Habermas hasta Hans Küng y George Steiner, es difícil encontrar a alguien que se crea el tópico del «papa rottweiler de Dios».

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Renuncia papal y silencio

Quizá el momento más enigmático de su vida sea la renuncia al papado en febrero de 2013. No sólo se trata de un gesto infrecuente; es algo que no se materializaba desde el final del Cisma de Occidente. Ha sido un papado que afrontó con determinación úlceras y cánceres eclesiales de todo tipo, como los abusos sexuales a menores. Pero, como aseguraba en su declaración de renuncia pontificia, no tenía ya fuerzas físicas para seguir gobernando la Iglesia. «Soy muy consciente de que este ministerio, por su naturaleza espiritual, debe ser llevado a cabo no únicamente con obras y palabras, sino también y en no menor grado sufriendo y rezando. Sin embargo, en el mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe, para gobernar la barca de san Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que, en los últimos meses, ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado». Con esas palabras, decía mucho. Porque sus silencios, además de discretos, implican el respeto de la discreción, la humildad ante los propios errores y la complicidad de la inteligencia, la oración y el abandono en Dios. Desde que dejó de ser papa, ha prefirió no hablar, aparte de para dar las gracias.