Joseph Ratzinger, la música y sus diez compositores preferidos
Para el Papa más melómano de los últimos tiempos, la música se convirtió, junto a la teología, en la gran pasión de su vida. Repasamos sus diez compositores preferidos
«Al echar una mirada hacia mi vida pasada, doy gracias a Dios porque puso a mi lado la música casi como una compañera de viaje, que siempre me ha dado consuelo y alegría», confesaba Benedicto XVI el 16 de abril de 2007, al final de un concierto ofrecido con motivo de su 80 cumpleaños en el Aula Pablo VI.
Benedicto XVI fue a la vez un gran amante de la música y un buen músico. Reputado pianista y conocedor de la música sacra y profana, de Giovanni Pierluigi da Palestrina a Arvo Pärt, le gustaba recordar su primer encuentro con la música, cuando en 1941, con trece años, acudió al Festival de Salzburgo con su hermano Georg para escuchar la Misa en do menor de Mozart.
Desde entonces, su pasión por la música clásica, y en particular por el compositor austriaco, le guiaría constantemente. Mientras que su hermano dedicó toda su carrera a la música, llegando a ser maestro del famoso coro de voces blancas de la catedral de Ratisbona (Alemania), Joseph Ratzinger, que se dedicó a la teología y a las tareas pastorales, no abandonaría nunca su pasión musical.
Estos son, por orden cronológico, los diez compositores preferidos de Joseph Ratzinger, de quienes comentó sus obras en numerosas intervenciones públicas.
Giovanni Pierluigi da Palestrina
El 24 de junio de 2006, Benedicto XVI definió a Palestrina como el «‘Príncipe’ de la música sagrada polifónica», dedicando sus esfuerzos como pontífice a preservar la «escuela romana» polifónica, creada por el músico, como un patrimonio de la Iglesia y la humanidad.
Antonio Vivaldi
Del compositor italiano, a Benedicto XVI le encantaba El Magnificat, al que dedicó dos comentarios públicos. En 11 de mayo de 2012, al concluir un concierto en el Vaticano dirigido por Riccardo Muti, Ratzinger confesaba que al escuchar esa obra de Vivaldi era capaz de sentir «alabanza, exultación, acción de gracias e incluso asombro ante la obra de Dios».
Johann Sebastian Bach
Para Benedicto XVI, Bach era el «maestro de maestros». Un músico que tenía una concepción profundamente religiosa del arte: honrar a Dios y recrear el espíritu del hombre. Ratzinger se identificaba profundamente con la frase que aparece como estribillo en los manuscritos de Bach: «Solo a Dios gloria» («Soli Deo gloria»).
Wolfgang Amadeus Mozart
«Un afecto especial me une, podría decir que desde siempre, a este músico supremo», confesó Benedicto XVI el 8 septiembre 2010, en Castel Gandolfo, después de que la Orquesta de Padua y Véneto interpretara el Réquiem, una página que el compositor de Salzburgo, moribundo, dejó inacabada. Las notas de Mozart fueron sin duda la partitura de la vida de Ratzinger.
Ludwig van Beethoven
Benedicto XVI, podía escuchar y escuchar la Novena Sinfonía, a la que definía como «imponente obra maestra, perteneciente al patrimonio universal de la humanidad», pues, como confesó públicamente el 31 de octubre de 2007, «despierta siempre de nuevo mi asombro».
Gioachino Rossini
De Rossini al Papa le encantaba el Stabat Mater y la Petite Messe Solennelle, pues en esas composiciones el músico italiano, según explicaba, es capaz de expresar una rica gama de sentimientos ante los misterios de Cristo, con una fuerte tensión emocional.
Félix Mendelssohn
Benedicto XVI citaba el lema que Mendelssohn escribió en la partitura del Lobgesang: «Quisiera ver todas las artes, especialmente la música, al servicio de Aquel que las infundió y creó». Ratzinger admiraba a Mendelssohn precisamente porque estaba inspirado por «una fe sólida y convencida, profundamente alimentada por la Sagrada Escritura».
Giuseppe Verdi
Reflexionando sobre Giuseppe Verdi, el Papa Ratzinger explicaba cómo «en sus óperas resulta siempre sorprendente la manera en que supo captar y esbozar musicalmente las situaciones de la vida, especialmente los dramas del alma humana, de un modo tan inmediato, incisivo y esencial como raramente se encuentra en el panorama musical». Del compositor italiano amaba en particular el Stabat Mater y el Te Deum.
Anton Bruckner
«Hay un aspecto que subyace en la producción de Bruckner, tanto sinfónica como sacra --decía en uno de sus discursos Benedicto XVI--: Su fe, sencilla, sólida y auténtica, que conservó durante toda su vida, hasta el punto de que quiso ser enterrado en la iglesia de la Abadía de Sankt Florian, en la cripta, bajo el poderoso órgano, que había tocado tantas veces».
Arvo Pärt
Enre los compositores contemporáneos, Arvo Pärt fue sin duda su preferido. Comentando en una ocasión Cecilia, virgen romana, obra para coro y orquesta, el Papa Ratzinger afirmaba: «La obra de Pärt quiere dar voz a otra realidad, que no pertenece al mundo natural: da voz al testimonio de la fe en Cristo, que en una palabra se llama 'martirio'. Es interesante que este testimonio sea personificado precisamente por Santa Cecilia: una mártir que es también la patrona de la música y del bel canto».
Recogemos algunas de las sorprendentes reflexiones de Joseph Ratzinger sobre la música:
«El arte musical está llamado, de modo singular, a infundir esperanza en el corazón humano, tan marcado y a veces herido por la condición terrena. Existe un misterioso y profundo nexo entre música y esperanza, entre canto y vida eterna: con razón, la tradición cristiana representa a las almas bienaventuradas cantando en coro, arrebatadas y extasiadas por la belleza de Dios».
Discurso, 24 de abril de 2008
«Es difícil encontrar palabras para transmitir la auténtica alegría del encuentro amoroso con Dios, sin embargo, la música es capaz de expresar algo del misterio del amor de Dios por nosotros y el nuestro por Él».
Discurso, 30 de diciembre de 2010
«La música, la gran música, tranquiliza el espíritu, suscita sentimientos profundos y nos invita casi naturalmente a elevar la mente y el corazón hacia Dios en toda situación, alegre o triste, de la existencia humana. La música puede convertirse en oración».
Discurso, 16 de octubre de 2010
«La música es capaz de abrir las mentes y los corazones a la dimensión del espíritu y lleva a las personas a elevar la mirada, a abrirse al Bien y a la Belleza absolutos, que tienen su fuente última en Dios».
Discurso, 29 de abril de 2010
«La música, al elevar el alma a la contemplación, nos ayuda a captar los matices más íntimos del genio humano, en el que se refleja algo de la belleza incomparable del Creador del universo».
Discurso, 21 de abril de 2006
«La música y el canto, gracias a su hábil unión con la fe, pueden revestir un elevado valor pedagógico en el ámbito religioso. La música como arte puede ser una manera particularmente adecuada de anunciar a Cristo, porque logra hacer perceptible el misterio con una elocuencia muy suya».
Discurso, 12 de febrero de 2009
«El canto, en sí mismo, es casi un vuelo, una elevación hacia Dios, una anticipación en cierto modo de la eternidad, cuando podremos ‘cantar continuamente las alabanzas de Dios’».
Discurso, 22 de octubre de 2005
«El aire festivo del canto y de la música son también una invitación constante para los creyentes y para todos los hombres de buena voluntad a comprometerse a fin de dar a la humanidad un futuro rico de esperanza».