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El Papa Benedicto XVI, en una Misa en 2006GTRES

Una entrevista inédita con Ratzinger refleja su lamento por «el cansancio de la fe» en Occidente

Vivimos tan obsesionados por el éxito económico y político que necesariamente la dimensión espiritual languidece, constataba Joseph Ratzinger, en una entrevista hasta ahora inédita. En medio de la crisis, lamentaba, la Iglesia corre el riesgo de pensar solo en ella misma. El Papa emérito sigue sorprendiendo…

«Cansancio», así definía Joseph Ratzinger la situación de la fe en la vieja Europa y, más en general, en Occidente. Y ante esta crisis, lamentaba que la Iglesia corre el riesgo de ser irrelevante, «demasiado ocupada consigo misma».

Es el mensaje central que arrojaba el entonces prefecto de la Congregación vaticana para la Doctrina de la Fe, en una entrevista concedida en 1998 a Manfred Schell, del diario alemán Die Welt, que será publicada en primavera en el próximo volumen de la Opera Omnia de Joseph Ratzinger, por parte de la casa editorial del Vaticano.

«Cansancio» de la fe

Para el profesor de teología, sacerdote, obispo, y cardenal, la crisis de fe de Occidente era uno de los motores de su investigación y de su producción editorial. Pero más que crisis, él hablaba de «cansancio».

«Creo que se trata de un cansancio que, en general, es provocado por una saturación de conocimientos y capacidades técnicas, de la que surgen dudas sobre el propio ser humano –reconocía–. Estamos tan centrados en la autoafirmación económica y política que la fe aparece como algo por así decir postizo, que no sabemos cómo integrar. Las dudas sobre nosotros mismos llevan a la huida, a querer dejarla. Pero, en esto, reside también la posibilidad de un renacimiento de la fe, si aporta respuestas a las preguntas del propio tiempo».

La crisis de la Iglesia

Ante esta situación, Ratzinger hacía un examen de conciencia sincero y crítico sobre la respuesta que está ofreciendo la Iglesia. Según él, la Iglesia debería desempeñar, «sin duda, un papel más crítico. En los últimos años, la Iglesia ha estado demasiado ocupada consigo misma».

En las últimas décadas, la Iglesia ha hecho oír con fuerza –y con razón– su voz en la arena política a favor de los valores fundamentales, constataba Ratzinger. «Esto es importante –reconocía–, pero no debe darse la impresión de que la fe se agota en una especie de moralina política. Hay que volver a percibir el mensaje central de Dios, de Jesucristo, de la salvación temporal y eterna, porque la Iglesia no es una organización para ‘mejorar el mundo’».

Ahora bien, esto no significa que la Iglesia debe hacer política, alertaba el entonces purpurado alemán. «Es muy importante que la Iglesia no se convierta en un actor del juego de las fuerzas políticas y sucumba en él –advertía–. Más bien debe preocuparse por el alma de la política, por su fundamento ético».

Una nueva relación Iglesia-ciencia

La superación de esta crisis de fe pasa, según Ratzinger, por una nueva relación entre la Iglesia y las ciencias naturales, que en ocasiones han vivido tiempos de distanciamiento o de prejuicios mutuos.

«La Iglesia busca la verdad y solo por eso respeta todos los métodos de conocimiento. Por eso, es importante tener en cuenta cada método individual, reconocer su legitimidad. Esto no significa que la Iglesia asuma el papel de oyente pasiva. Es precisamente el respeto por las ciencias naturales lo que debería obligarnos a mantener con ellas un diálogo constante y vigilante».

De hecho, el teólogo constataba que hoy día se plantea la cuestión de la responsabilidad moral ante todo lo que el hombre puede hacer gracias a las ciencias naturales.

«Desde la bomba atómica a la ecología, pasando por la manipulación genética –aclaraba–. Por un lado, no hay que bloquear el conocimiento; por otro, debemos oponernos a una aplicación del conocimiento con la que el hombre se destruiría a sí mismo y al mundo. Esto requiere un diálogo muy cuidadoso por ambas partes».

La relación entre la ciencia y la Iglesia era sin duda la gran preocupación de Ratzinger. De hecho, su breve testamento espiritual, publicado por el Vaticano a su muerte, habla únicamente de este desafío.

«A menudo parece como si la ciencia –las ciencias naturales, por un lado, y la investigación histórica (especialmente la exégesis de la Sagrada Escritura), por otro– fuera capaz de ofrecer resultados irrefutables en desacuerdo con la fe católica», constata en su testamento.

Sin embargo, en sus 60 años de diálogo fe y ciencia, Benedicto XVI asegura que he visto derrumbarse tesis que parecían inamovibles y resultar meras hipótesis: la generación liberal, la generación existencialista, la generación marxista…

«He visto y veo cómo de la confusión de hipótesis ha surgido y vuelve a surgir lo razonable de la fe. Jesucristo es verdaderamente el camino, la verdad y la vida, y la Iglesia, con todas sus insuficiencias, es verdaderamente su cuerpo», concluye su testamento espiritual.