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El Papa Francisco ante los fieles en la Plaza de san Pedro, durante la bendición Urbi et Orbe.GTRES

La conversación inédita del Papa Francisco con su psicoterapeuta

El miedo como don es el título del libro del psicoterapeuta italiano Salvo Noè, en el que presenta una entrevista con el Papa Francisco sobre algunos de los temas que más le intrigan como profesional

El miedo como don es el título del libro del psicoterapeuta italiano Salvo Noè, en el que presenta una entrevista con el Papa Francisco sobre algunos de los temas que más le intrigan como profesional. El volumen, editado por la Librería Editorial Vaticana y Edizioni San Paolo, saldrá a librerías italianas el 25 de enero. Publicamos un avance de la primera parte, dedicada a una conversación entre el autor y el Papa Francisco que será publicada en una fecha aún por anunciar en español.

En la entrevista, el pontífice confiesa sus pensamientos, temores y sensaciones durante estos años de pontificado. Y revela: «Yo también tengo a veces miedo de equivocarme, pero el miedo excesivo no es cristiano».

El miedo excesivo es una actitud que nos hace daño, nos debilita, nos encogePapa Francisco

¿Qué es para usted el miedo?

–El miedo es un sentimiento, no es una idea, no es algo alejado de mí; es un sentimiento que entra en mí, que nace de mí, es un sentimiento con el que tengo una relación. Puede ser una alarma: cuidado, hay peligro; también puede ser un compañero del sentido común que te haga ver la dimensión de las cosas. Para ser claros, si me convierto en esclavo del miedo, este puede convertirse en una limitación que me bloquee y no me permita avanzar en la vida. De hecho, la persona temerosa es como si se dirigiera hacia un muro. En cambio, si puedo utilizar el miedo para comprender el mensaje que quiere darme, entonces será una ayuda para mí. Suele surgir de un sentimiento de defensa y sirve para protegerse.

Incluso los niños pequeños tienen miedo cuando miran algo que no entienden y lo experimentan como una amenaza, y piden ayuda.

El miedo excesivo es una actitud que nos hace daño, nos debilita, nos encoge, nos paraliza. Tanto es así que una persona esclavizada por el miedo no se mueve, no sabe qué hacer: queda temerosa, centrada en sí misma, esperando que ocurra algo malo. De este modo el miedo lleva a una actitud que paraliza. El miedo excesivo, de hecho, no es una actitud cristiana, sino que es una actitud, podríamos decir, de un alma aprisionada, sin libertad, que no tiene libertad para mirar hacia delante, para crear algo, para hacer el bien. Y así, quien tiene miedo sigue repitiendo: «No, está este peligro, y ese otro, y ese otro…», y así sucesivamente. «¡Es una pena, el miedo hace daño!».

Cuando fue elegido, todos nos quedamos con su saludo: «¡Hermanos y hermanas, buenas noches!».

–Pero, ¿qué pasa? ¿No saludaron los demás Papas?

–Sus modales eran desde un primer momento acogedores y sencillos, lo que conquistó el corazón de muchos. ¿Tuvo miedo cuando fue elegido?

–No esperaba ser elegido, pero nunca perdí la paz. Había traído una maleta pequeña, convencido de que volvería a Buenos Aires para el Domingo de Ramos. Había dejado allí preparadas las homilías.

Y, sin embargo, me quedé en Roma.

Nada más ser elegido, dentro de la Capilla Sixtina, un cardenal brasileño que estaba cerca vio mi sorpresa y me dijo: «No te preocupes, eso es lo que hace el Espíritu Santo». Y luego otra frase: «No te olvides de los pobres».

Sentí paz y tranquilidad, incluso en las elecciones decisivas, por ejemplo, no quería llevar nada, solo el vestido blanco. No quería ponerme los zapatos. Yo ya tenía mis zapatos y solo quería ser normal.

Entonces salí y le di las buenas noches.

–Quizá lo más difícil hoy en día sea ser sencillo, ¿verdad?

–Dios siempre actúa en la sencillez. Todos podemos vivir dos cosas sencillas. Una es la humildad y la otra es la oración. Estos dos pasos sencillos pueden ayudarnos a tener menos miedo.

Intenté salir unas cuantas veces sin avisar, y creé serios problemasPapa Francisco

–Hay tanto miedo hoy en día: pandemias, guerras, crisis políticas y daños medioambientales... Usted habló de la ecología integral, destacándola como un nuevo paradigma de justicia, porque la naturaleza no es un «mero marco» de la vida humana.

–Debemos adoptar un estilo de vida respetuoso con el medio ambiente para salvaguardar el patrimonio de la creación y proteger la vida de quienes habitan el planeta. Nuestra tierra está enferma. Esta situación ha puesto de manifiesto los riesgos y las consecuencias de un modo de vida dominado por el egoísmo y la cultura del despilfarro, y nos ha planteado una alternativa: continuar por el camino que hemos seguido hasta ahora o emprender una nueva senda. Para mí, una ecología integral abarca la preocupación por la naturaleza, la justicia con los pobres, el compromiso con la sociedad, pero también la alegría y la paz interior que son inseparables. Nuestra tierra está maltratada y expoliada, exige una «conversión ecológica», un «cambio de rumbo» para que el hombre se responsabilice de un compromiso de cuidado de la casa común. Un compromiso que incluye también la erradicación de la miseria, la atención a los pobres, la igualdad de acceso de todos a los recursos del planeta. Este es un mensaje para creyentes y no creyentes, Dios camina al lado de todos.

Debemos actuar en una dirección que nos permita custodiar los dones de la creación y proteger la vida humana. Esto debe ser una prioridad en los procesos económicos y políticos, y aún más en las relaciones humanas. Esto siempre ha sido una prioridad para mí, incluso cuando en Buenos Aires, iba de una parroquia a otra.

De hecho, si hay algo que echo mucho de menos ahora es no poder pasear por las calles como hacía en Argentina.

–Comprendo que lo eche de menos. A mí me gustaría pasear con usted tranquilamente por la columnata de la plaza de San Pedro, pero sé que no es posible.

–Lo haría, pero tengo que atenerme a los protocolos de seguridad. Aquí tienen miedo de que me pase algo. Aquí también surge el miedo. Y tienen razón. Las primeras veces, nada más ser elegido, intenté salir unas cuantas veces sin avisar, y creé serios problemas a las personas que trabajaban para garantizar mi seguridad.

Me acordaba de Buenos Aires. Por aquel entonces conocía todos los números de los autobuses que me llevaban a las distintas parroquias. También era una forma de conocer a la gente, de hablar con ellos y compartir historias, dificultades y estados de ánimo.

Por eso elegí la Casa Santa Marta. Quería romper este hábito del Papa aisladoPapa Francisco

–Estar cerca de la gente, dialogar, hacer cosas juntos es el verdadero antídoto contra el miedo. Muchas veces, el aislamiento, sentirse mal, tener problemas y no encontrar ayuda, puede conducir a crisis que se convierten en angustia mental. Mi trabajo está lleno de personas que se sienten solas y terriblemente lejos de «casa». La soledad es el verdadero mal de nuestra sociedad. Todos estamos conectados con teléfonos móviles, pero desconectados de la realidad.

–¡Es cierto! Con frecuencia hago una invitación a apagar los teléfonos móviles y a encender nuestras miradas, a mirarnos a los ojos y a hablar de las cosas importantes, de nuestras elecciones y preocupaciones. En la mesa, mientras comemos, apaguemos los teléfonos, apaguemos la televisión y conozcámonos hablando. El cristianismo es convivencia.

Debemos reanudar la comunicación en familia para redescubrir el poder del diálogo. Hablemos también de nuestros miedos y de cómo podemos superarlos, incluso mediante la oración, acercándonos a Jesús. Él siempre nos ayuda, incluso cuando nos sentimos solos.

–Hablando de la mesa, aquí en Santa Marta se come en un comedor comunitario y se comparte la mesa con otras personas. ¿La elección de vivir en Santa Marta estuvo influida por el miedo?

–Sí. Elegí vivir en la Casa Santa Marta, en vez de en el histórico piso papal del Palacio Apostólico, porque, como comprenderá, necesito reunirme con la gente, hablar, y aquí me siento más libre. Allí me sentía blindado y eso me asustó. Cada uno de nosotros tiene que conocerse para encontrar las mejores soluciones a su malestar. Cuando me llevaron al Palacio Apostólico nada más ser elegido, vi un dormitorio muy grande, un cuarto de baño grande (demasiado lujoso) y un efecto embudo [el Papa se refiere a cómo están estructuradas las habitaciones del Palacio Apostólico: grandes salas con una entrada pequeña, donde solo puede entrar un número muy reducido de personal]. Salas grandes pero entrada pequeña, donde solo pueden entrar muy pocos colaboradores. Así que pensé: paciencia, si no puedo salir a pasear fuera del Vaticano, al menos quiero ver a la gente. Por eso elegí la Casa Santa Marta. Quería romper este hábito del Papa aislado.

Aquí tomo mi café en la máquina, como en el comedor con los demás, celebro misa todos los días y bromeo con los guardias suizos. En mi piso siempre hay un guardia suizo. Un día le ofrecí un bocadillo, no quiso aceptarlo, diciéndome que eran órdenes del comandante. Le respondí: «¡Yo soy el comandante!».

–Sentimos un gran temor por el futuro. La mayoría de la gente ve el futuro como una amenaza y no como una esperanza. ¡Necesitamos que nos tranquilice, Papa Francisco!

–No debemos dejarnos paralizar por el miedo al futuro, porque Jesús con amor está siempre a nuestro lado, en los buenos ratos y en los difíciles.

Nos ama siempre, hasta el final, sin límite y sin medida.

La única manera de no tener miedo al futuro es hacer el bien ahora, renunciando a los remordimientos y a los remordimientos que aprisionan el corazón. Lo que hacemos ahora crea nuestro futuro. Por eso no debemos caer en la trampa del diablo que solo genera miedo.

Hay una frase de Dostoievski que dice: «El diablo lucha contra Dios y el campo de batalla es el corazón del hombre». Dentro del ser humano pueden chocar dos voces: la del maligno y la de Dios. Es importante discernir y comprender qué voz se quiere seguir.

La voz del enemigo nos distrae del presente y quiere que nos centremos en los temores del futuro o en las penas del pasado.

Ahora puedes hacer el bien, ahora puedes vivir la creatividad del amor no solo para ti mismo, sino también para tu familia y tu comunidad.

«Dios es Padre y no reniega de ninguno de sus hijos. El estilo de Dios es la cercanía, la misericordia y la ternura; no el juicio y la marginación. Dios se acerca con amor a todos y cada uno de sus hijos. Su corazón está abierto a todos y cada uno. Él es Padre. El amor no divide, sino que une».