El secreto de la alegría, según el Papa Francisco: «Un cristiano rencoroso no es creíble»
La exhortación apostólica Evangelii Gaudium celebra su décimo aniversario, ofreciendo una métrica para la alegría y la auténtica felicidad, fundamentada en una Iglesia en constante misión y apertura hacia todos, sin excepción
La alegría y la felicidad pueden parecer quimeras en un mundo donde todos enfrentan sufrimientos de formas diversas. No obstante, el Papa Francisco ha defendido incansablemente la alegría como un componente fundamental del mensaje cristiano. Desde el principio de su pontificado, ha destacado este aspecto, evidenciado en su primera exhortación apostólica, Evangelii Gaudium, la cual cumple diez años este 24 de noviembre. El texto es el segundo documento oficial de su pontificado, pero primero en autoría plena, ya que la encíclica Lumen fidei fue escrita en colaboración con su predecesor, el Papa Benedicto XVI.
La exhortación se publicó con motivo del cierre del año de la fe y como un reflejo de una visión evangelizadora esperanzadora y adecuada a los tiempos actuales. En este documento, el Pontífice expone la reforma central deseada para la Iglesia: la reforma del corazón de cada hombre y mujer que forma parte del cuerpo eclesial y que da valor a sus estructuras. Sin embargo, lo más significativo es la promoción de una actitud misionera alegre y proactiva, destinada a acercarse a aquellos más distantes. Esta alegría conduce al diálogo con Dios y con los demás, abarcando el diálogo ecuménico e interreligioso.
Según el Santo Padre, el otro aspecto que impulsó la redacción del documento es la cultura del consumo, que conduce a una tristeza individualista que surge de un corazón cómodo y avaro, y la búsqueda obsesiva de placeres superficiales. Por ende, insta a los cristianos a comprender que la verdadera alegría se experimenta en las pequeñas cosas y en la relación con Dios. Es una invitación divina, como recuerda el Pontífice citando la Biblia: «No te prives de pasar un buen día». Así, exhorta a «mantener un corazón creyente, desprendido y sencillo».
No a un cristiano rencoroso
La reciente celebración del aniversario de Evangelii Gaudium llevó al Papa a resaltar puntos clave de esta exhortación apostólica durante sus audiencias generales. En la plaza de San Pedro, el 15 de noviembre, Francisco explicó que sin alegría no se puede ser cristiano y menos anunciar a Jesús. «Un cristiano infeliz, un cristiano triste, un cristiano insatisfecho o, peor todavía, resentido y rencoroso no es creíble. ¡Este hablará de Jesús, pero nadie le creerá!», insistió.
El Pontífice también señaló la urgencia de proclamar el Evangelio en medio de una «civilización de la incredulidad programada y de la secularidad institucionalizada».
El Papa Francisco bromeó sobre cómo una vez le habían hablado de esos cristianos «con cara de bacalao» que no expresan la alegría del Evangelio. «El Evangelio no es una ideología: el Evangelio es un anuncio, un anuncio de alegría. Las ideologías son frías, todas. El Evangelio tiene el calor de la alegría. Las ideologías no saben sonreír», insistió. Para el Papa, «los primeros que deben ser evangelizados son los discípulos, los primeros que deben ser evangelizados somos nosotros, cristianos».
El Evangelio es para todos
En la audiencia general del 22 de noviembre, el Papa reafirmó que el Evangelio es para todos, exhortando a dejar de lado el egoísmo siguiendo el ejemplo de Jesús, quien vino por toda la humanidad, sin excepción. Hizo referencia a Evangelii Gaudium, subrayando que todos tienen derecho a recibir el Evangelio y que los cristianos tienen el deber de anunciarlo sin excluir a nadie, compartiendo una alegría, mostrando un horizonte bello y ofreciendo un banquete deseable. Insistió en que la Iglesia crece no por proselitismo, sino por la atracción que genera.
El Papa advirtió sobre la tentación de considerar la llamada recibida como un privilegio, destacando que no es un servicio exclusivo o elitista, sino un compromiso de amor hacia todos. Enfatizó que los cristianos deben ser abiertos, expansivos y «extrovertidos», encontrándose más en el «atrio» que en la «sacristía», y yendo a los espacios públicos para compartir el amor de Dios con todos.
A continuación, proponemos una síntesis de la métrica del Papa Francisco para la alegría en una Iglesia en constante salida y con un espíritu misionero, basada en Evangelii Gaudium:
1. la Alegría del encuentro con Jesús
La alegría del Evangelio llena la vida de aquellos que se encuentran con Jesús. «La alegría del Evangelio –escribe el Papa– llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús».
2. Invitación a una nueva etapa evangelizadora
Se invita a una renovación misionera marcada por la alegría, para llevar el amor de Jesús en una misión permanente. El Pontífice invita a «recuperar la frescura original del Evangelio»: Jesús no debe quedar apresado en «esquemas aburridos». Hace falta «una conversión pastoral y misionera, que no puede dejar las cosas como están» y una reforma de las estructuras eclesiales para que «se vuelvan todas más misioneras». En este sentido, el Santo Padre indica también «una conversión del papado» para que sea «más fiel al sentido que Jesucristo quiso darle y a las necesidades actuales de la evangelización».
3. Evitar la tristeza Individualista
Avisa sobre el riesgo de caer en una tristeza individualista y propone superar este estado a través de una actitud misionera alegre. Es un llamamiento a todos los bautizados, sin distinciones de papel, para que lleven a los demás el amor de Jesús en un «estado permanente de misión», venciendo «el gran riesgo del mundo actual»: el de caer en «una tristeza individualista». «Muchos caen en él y se convierten en seres resentidos, quejosos, sin vida».
4. Desarrollo de una actitud misionera y dinámica
Se destaca la importancia de un fervor y dinamismo nuevos para llevar el mensaje de Jesús a los demás. «Recobremos y acrecentemos el fervor, «la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas […] Y ojalá el mundo actual –que busca a veces con angustia, a veces con esperanza– pueda así recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo».
5. La alegría como signo de la acogida de Dios
La auténtica acogida de Dios se manifiesta en una Iglesia acogedora, con templos de puertas abiertas y sacramentos accesibles para todos. «Esto vale sobre todo cuando se trata de ese sacramento que es «la puerta», el Bautismo. La Eucaristía, si bien constituye la plenitud de la vida sacramental, no es un premio para los perfectos sino un generoso remedio y un alimento para los débiles…».
6. Preferencia por una iglesia «herida y manchada»
Se prefiere una Iglesia que se compromete en las calles a una que se preocupa por ser el centro y se encierra en obsesiones y procedimientos internos. El Santo Padre insiste en la desaprobación de los que «se sienten superiores a los demás» y «en lugar de evangelizar lo que se hace es analizar y clasificar a los demás». También es claro el juicio negativo hacia los que tienen «un cuidado ostentoso de la liturgia, de la doctrina y del prestigio de la Iglesia, pero sin que les preocupe la real inserción del Evangelio» en las necesidades de la gente. Esta es «tremenda corrupción con apariencia de bien. Hay que evitarla poniendo a la Iglesia en movimiento de salida de sí, de misión centrada en Jesucristo, de entrega a los pobres… ¡Dios nos libre de una Iglesia mundana bajo ropajes espirituales o pastorales!».
7. Evitar el clericalismo y la mundanidad espiritual:
Advierte sobre el peligro del clericalismo y la mundanidad espiritual, instando a la Iglesia a mantenerse fiel al Evangelio. Que las comunidades eclesiales se guarden de las envidias y celos y se evite un espíritu de «internas» y hasta «persecuciones que parecen una implacable caza de brujas». «¿A quién vamos a evangelizar con esos comportamientos?».
De fundamental importancia es aumentar la responsabilidad de los laicos, mantenidos «al margen de las decisiones» a causa de «un excesivo clericalismo». Vital es, también, «ampliar los espacios para una presencia femenina más incisiva en la Iglesia», en especial «en los diversos lugares donde se toman las decisiones importantes, tanto en la Iglesia como en las estructuras sociales». Frente a la escasez de las vocaciones, «no se pueden llenar los seminarios con cualquier tipo de motivaciones».
8. Fomento del compromiso fraterno y la esperanza
Se llama a promover compromisos fraternos, evitando la espiritualidad del bienestar y procurando una esperanza que no encierre en la negatividad. La predicación tiene un papel fundamental. Que las homilías sean breves y que no tengan el tono de lección. Que quien predique hable a los corazones, evitando el moralismo y el adoctrinamiento. El predicador que no se prepara «es deshonesto e irresponsable». Que la predicación ofrezca «siempre esperanza» y no nos deje «prisioneros de la negatividad».
9. Inclusión y cuidado de los más débiles:
Subraya la importancia de cuidar a los más débiles, incluyendo a los marginados, los sin techo, los migrantes y las víctimas de la trata de personas. Además de ser pobre para los pobres, la Iglesia querida por Francisco es valiente a la hora de denunciar el actual sistema económico «injusto desde la raíz». «A veces se trata de escuchar el clamor de pueblos enteros, de los pueblos más pobres de la tierra, porque «la paz se funda no sólo en el respeto de los derechos del hombre, sino también en el de los derechos de los pueblos».
10. La alegría como motor de la evangelización
Propone que la alegría sea un elemento central en la predicación del Evangelio, con un enfoque positivo y cercano que atraiga a las personas hacia la fe. En la relación con el mundo que el cristiano dé siempre razón de su propia esperanza, no como un enemigo que señala con el dedo y condena. «Para compartir la vida con la gente y entregarnos generosamente, necesitamos reconocer también que cada persona es digna de nuestra entrega. No por su aspecto físico, por sus capacidades, por su lenguaje, por su mentalidad o por las satisfacciones que nos brinde, sino porque es obra de Dios, criatura suya».