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Entrevista de Juan Ignacio Arrieta

El español al mando de la legislación del Vaticano: «Los tribunales de la Iglesia no hacen divorcios»

Arrieta concede una entrevista para El Debate en la que conversa sobre el proceso de nulidad matrimonial, las situaciones en las que la Iglesia considera que un matrimonio no ha sido verdadero, las reformas que humanizan el proceso y de las otras tareas del dicasterio del que es secretario

Juan Ignacio Arrieta es sacerdote desde 1977, tras haber pasado por la facultad de Derecho de Navarra y el seminario de la prelatura del Opus Dei en Roma. Allí conoció a san Josemaría Escrivá. Ha sido profesor de Derecho Canónico en Pamplona, en Roma y en Venecia, pero desde 2007 forma parte de la curia romana como secretario del dicasterio para los Textos Legislativos.

Tras haber participado en unas jornadas en la Universidad Eclesiástica San Dámaso, Arrieta concede una entrevista para El Debate en la que conversa sobre el proceso de nulidad matrimonial, las situaciones en las que la Iglesia considera que un matrimonio no ha sido verdadero, las reformas que humanizan el proceso y de las otras tareas del dicasterio del que es secretario.

–La nulidad es un proceso traumático, mucho más que un divorcio. ¿La Iglesia acompaña a las familias, sobre todo, cuando hay hijos de por medio?

–En la archidiócesis de Valencia, hace varios años se inició lo que llaman el SAMIC. En este tiempo he apoyado mucho al sacerdote Jorge García Montagud, su director; es un centro que está en apoyo del Tribunal Eclesiástico Metropolitano de Valencia, aunque con plena independencia de él, es que ha generado un sistema de acompañamiento a las familias en los procesos de nulidad y que, con independencia de lo que salga del Tribunal, busca entre otras cosas sostener que la unión natural que se ha generado a lo largo de un tiempo, que ha podido tener hijos, no se quiebre.

Puede haber una situación en la que con verdadera justicia se diga que el matrimonio era nulo. Por ejemplo, si se declara una nulidad después de 10 años de matrimonio, y de esa unión han nacido hijos, entonces es necesario el acompañamiento. El proceso de nulidad que se realiza en los tribunales de la Iglesia busca esclarecer, ver la verdad objetiva: ver si allí no hubo o no consentimiento, si hubo o no verdadero matrimonio. Pero, por otra parte, en esos casos ha habido durante años una unión, ante Dios y además que ha generado hijos que llaman a uno padre y a otra madre.

Juan Ignacio ArrietaV.N.

La Iglesia considera que en estos casos no ha habido verdadero matrimonio entre bautizados, una verdadera unión, pero los hijos son inevitablemente de ese padre y de esa madre, por eso la Iglesia siente el deber de hacer lo que pueda para mantener la verdad de las dos cosas: la verdad de que no ha habido unión, pero se han generado hijos que le llaman a este padre y esta madre, aunque ellos no puedan llamarse entre sí verdaderamente esposos.

El Papa, en el discurso a la Rota Romana de hace unos años, y ha vuelto a decirlo en el del pasado mes de enero, habló explícitamente de este deber que tienen especialmente los tribunales de la Iglesia. Precisamente porque en esos tribunales no es suficiente el consenso de las partes de romper la unión, sino que buscan la verdad ante Dios de lo que sucedió en el momento de celebrarse el matrimonio, la investigación puede resultar más traumática, porque toca más el alma y la intimidad de las personas. No es como en un divorcio civil consensuado, en el cual manifiestas tu voluntad ante el juez y no pregunta más. En cambio, la Iglesia tiene que preguntar, porque debe buscar la verdad ante Dios, y al buscar la verdad pueden salir a la luz, con la debida reserva, cosas o sucesos, que hieren, y que generalmente no afloran en un divorcio civil.

–¿Las reformas en el ámbito de la nulidad han humanizado el proceso?

–Humanizar es acompañar, la Iglesia no puede renunciar a la verdad, los tribunales de la Iglesia no hacen divorcios, sino que, tras indagar en la situación concreta, se limitan a declarar que en una determinada situación nunca hubo un verdadero matrimonio, o sea, que no hubo verdadero consentimiento por una parte o por, o declara que hubo un vicio, un impedimento o lo que sea, que no permitió que hubiese verdadero matrimonio, y por eso la unión es nula. Eso es lo que declara el tribunal de la Iglesia: la verdad sobre una situación concreta. La Iglesia no puede renunciar a la verdad, porque el matrimonio no es sin más un contrato entre dos partes, como es visto por la legislación civil, sino que, aunque tenga forma consensual, es una unión estable ante Dios y ante la Iglesia, entre dos personas que querían darse y aceptarse recíprocamente para todo, para siempre.

Juan Ignacio ArrietaPUSC

–En los juicios de nulidad matrimonial pueden salir por parte de los testigos o por parte de los cónyuges, otro tipo de delitos, como por ejemplo malos tratos. Los tribunales eclesiásticos, ¿están obligados a ponerlo en conocimiento de las autoridades?

–Depende de los países. Siempre están obligados a tomar cartas en el asunto, de un modo o de otro, no estar pasivos y a actuar. Hay países en los que según la legislación civil es obligatoria la denuncia a la autoridad, según el tipo de delitos que se trate. Hay otros países en los que se protege mucho más la intimidad de la familia, y solamente la familia tienen derecho de poder para denunciar, y otros países en que prevalece un enfoque. Todo depende de eso. Pero sí, por desgracia, en causas matrimoniales surgen a veces informaciones sobre anomalías de las partes causadas en su origen por un episodio de abuso.

–En su Dicasterio hay estadísticas por países, tanto de mujeres como de hombres. ¿Dónde se solicita más la nulidad?

–Mi dicasterio se dedica a hacer las leyes, no a aplicarlas y, por lo tanto, tenemos mucha información de un país y otro. El dicasterio para los Textos Legislativos se ocupa también de hacer de gabinete legislativo del Papa. Hacemos las leyes, informamos las leyes de las conferencias episcopales, aconsejamos de cuestiones jurídicas.