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Pilar jiménez

Último Domingo de Ramos con el Papa Francisco

Actualizada 13:57

El domingo, 13 de abril, Roma amaneció con nubes y claros. Miles de fieles esperaban poder asistir a la Misa del Domingo de Ramos en el Vaticano. En la Plaza de San Pedro las ramas de olivos dispuestas en pequeños montículos se mojaban con una tímida lluvia que no empañó en absoluto la celebración.

Desde primera hora de la mañana, los medios de comunicación habían anunciado que el Papa no asistiría a esta celebración crucial para todos los cristianos. La misa transcurrió en la explanada que da acceso a la Basílica de San Pedro mientras la mayoría de las 20.000 personas que estábamos allí congregadas la seguíamos desde las enormes pantallas de televisión dispuestas a ambos lados de la Columnata de Bernini.

Nosotros estábamos al lado de una de las fuentes y el aire hacía que nos salpicasen las gotas de agua como si de una bendición adicional se tratase. Con emoción y nuestros ramos de olivo en la mano seguimos la eucaristía con atención. Y rezamos por Jorge Bergoglio, el único sucesor de San Pedro que decidió llamarse Francisco, como el más humilde de todos los santos. El llamado «poverello de Asís» renunció a toda riqueza para entregarse a Dios con la misión de renovar la iglesia desde la pobreza material para llegar a la grandeza espiritual.

Para dar comienzo a la Semana Santa que quizá él intuía que sería la última de su vida terrenal, Francisco encargó al cardenal argentino Leonardo Sandri transmitir un mensaje: tender la mano al que ya no puede más, levantar al que está caído, abrazar al que está desconsolado.

Bergoglio nunca dio puntada sin hilo.

A punto de finalizar la misa, decidimos ir dando unos pasos atrás para que nos resultase más rápida la salida de la plaza que estaba custodiada por las fuerzas y cuerpos de seguridad. Con los ojos ya puestos en la Vía de la Conziliacione para salir en dirección al Río Tíber, escuchamos un murmullo de sorpresa que se fue convirtiendo en aplausos.

Plaza de San Pedro en el Domingo de Ramos 2025

Plaza de San Pedro en el Domingo de Ramos 2025

Al mirar las pantallas vimos al Papa Francisco, grande en su fragilidad, que había llegado en silla de ruedas. Él encarnaba en ese momento al que ya no puede más, al que está caído, al que hacía referencia su mensaje. Pero no parecía desconsolado. Sonrió al escuchar los aplausos, las palabras de aliento de tantas personas, cristianas o no, que se sorprendieron con su presencia.

Sólo dijo dos frases: «Buen Domingo de Ramos, buena Semana Santa».

Habló con dificultad, alejada ya su voz de la de aquel cardenal argentino que sorprendió al mundo en su primer discurso en esa misma plaza en la que, por primera vez, un hispanoamericano se situaba al frente de la Iglesia Católica.

Sabíamos que nuestro viaje a la Ciudad Santa en pleno Jubileo 2025 sería emocionante. No éramos sólo turistas, sino también peregrinos que rezábamos por las intenciones del Papa. No esperábamos verle y le vimos. No esperábamos oírle y le escuchamos.

Unidas a su mensaje inicial, esas siete palabras que fueron suficientes para despertar la emoción y el agradecimiento de quienes tuvimos la oportunidad de compartir el último Domingo de Ramos con el Papa Francisco.

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