¿Por qué hay que congelar el pan antes de consumirlo?
No solo evita el desperdicio alimentario sino que ayuda al organismo
El pan es un alimento fundamental en la dieta y ocupa un lugar destacado como fuente de nutrientes, acompaña a otros alimentos y juega un papel central en los desayunos, comidas y cenas de todo el mundo.
Aunque lo normal es comprarlo recién horneado, los expertos aconsejan tomarlo después de descongelarlo. El sencillo gesto de congelar el pan puede ayudar, no solo a evitar el desperdicio alimentario sino para ayudar a tu organismo. Diferentes estudios han corroborado los beneficios de congelar el pan blanco para reducir su índice glucémico, especialmente cuando el pan se tuesta después de descongelarlo.
Según explica Beatriz González, dietista-nutricionista y ex-atleta de alto rendimiento, «esta práctica convierte parte del almidón –hidrato de carbono– en fibra, lo que mejora la digestión y alimenta tus bacterias intestinales».
En un vídeo publicado en sus redes sociales, la experta explica que comer el pan después de descongelarlo es una forma muy sana de alimentar las bacterias de tu intestino: «La harina de trigo está compuesta en torno a un 80 % de almidón y cuando tú congelas el pan ese almidón se retrograda, es decir, cambia de estructura, se convierte en una especie de fibra que tu intestino no es capaz de absorber por completo» y añade: «Cuando llega al colon, las bacterias que viven ahí sí son capaces de digerirlo y lo utilizan como alimento, fabricando butirato, qué es un compuesto esencial para la salud digestiva». La dietista concluye: «Si encima el pan es integral, lo acompañas de aguacate, aceite de oliva, tomate o hummus, ya haces pleno».
Qué pasa si comemos mucho pan
Por su parte, la nutricionista Sandra Moñino explica que es lo que sucede cuando comemos más pan del que se debería: «La población general consume muchos alimentos ricos en omega seis como cereales, harinas o aceites. Si se analiza la alimentación de una persona desde el desayuno —tostada con un poco de aceite y un zumo de naranja—; la comida y la merienda con un trocito de pan, o por la noche con un tazón de copos de avena, al final lo que estamos haciendo es añadir un extra de omega seis a nuestra alimentación» y añade: «Esto da como resultado unos índices de omega seis muy altos, mientras que el omega tres está muy bajo, lo que genera un efecto inflamatorio a nuestro organismo».
La nutricionista aconseja intentar equilibrar y aumentar los alimentos ricos en omega tres, ingiriendo pescados azules pequeños, semillas de forma vegetal y mantener ese omega seis, que también es interesante en algunos casos, pero más bajo.