Con la bata puestaIsabel Rojas Estapé

¿Eres obsesivo?

Persona cuya cabeza no para. Su marea interior es tal, que entra con facilidad en pensamientos bucle, en el que no hay un final

En cientos de ocasiones me he encontrado con pacientes en mi consulta que no son conscientes de la cantidad de pensamientos que generan por minuto. Otros, por el contrario, dicen que no pueden controlar ese flujo de pensamientos.

A esto en psicología se le llama personalidad obsesiva. Persona cuya cabeza no para. Su marea interior es tal, que entra con facilidad en pensamientos bucle, en el que no hay un final. Se empieza por una idea cotidiana, más o menos banal, y se termina analizando y desmenuzando todo aquello que pueda estar mínimamente relacionado con lo anterior.

Esta personalidad obsesiva puede desembocar en dos formas de ser diferentes. Una personalidad que le da vueltas a todo (el pasado, el presente, el futuro, lo hecho y lo no hecho, lo que se tendría que haber hecho…) o una personalidad con pensamientos obsesivos más específicos. A estos últimos se les denomina obsesiones patológicas.

El primer tipo de obsesividad no tiene un rumbo fijo. Son pensamientos que saltan de un lado a otro y que en ocasiones generan sufrimiento. No sucede lo mismo con las obsesiones patológicas. Estas suelen ser más específicas, con un protagonista que deambula por el pensamiento. Estas atrapan, hacen sufrir y por regla general tienen un inicio lógico pero un final incierto. El individuo intenta rechazarlas, pero son tan invasivas que es casi imposible vencerlas. De ahí que se le llame pensamiento tiránico o prisionero: la persona se ve cautiva y termina esclava de su pensamiento.

Esta cantidad de pensamientos, sean o no patológicos, van acompañados de respuestas. En aquellas personas que le dan vueltas a todo, la conducta responde con una bulimia de actividades. No obstante, en ocasiones se empiezan a desarrollar pequeñas (y no tan pequeñas) manías que, bajo el halo de comodidad o de bienestar, hacen a esa persona muy rígida. De esta forma aparecen las manías, que si no se gestionan se convierten en ritos obsesivos que pueden llegar a desembocar en compulsiones.

Las compulsiones son conductas repetitivas que no tienen fin ni objetivo. La persona las realiza para relajarse en un principio, pero luego necesita repetirlas por si ocurre algo negativo en el futuro. Es una especie de necesidad el realizar esa comprobación, que lleva a la persona a levantarse por la noche para cerciorarse de si la puerta de la casa está cerrada, o si las luces están apagadas. Una vez que ha visto que la puerta está cerrada, el sujeto vuelve a la cama, pero le asalta la duda: «¿Estaba realmente cerrada la llave, o es que a mí me ha dado la impresión?». Y vuelta a levantarse para revisarlo.

Todo es ilógico, trágico y terrible a la vez. Padece un estado de ansiedad generalizada que acompaña las 24 horas del día a la persona. Ese estado de estrés produce en la persona querer evitar los actos compulsivos, pero a su vez si no lo hace (si no lo comprueba) ocasiona tal cantidad de pensamientos que la ansiedad crece aún más. Este estado solo puede ser calmado, aunque solo momentáneamente, si se realiza la comprobación. Y así se entra en un círculo sin fin que acaba en un trastorno obsesivo compulsivo, TOC.

Las obsesiones se pueden clasificar de muchas formas: según el comienzo, el contenido, el número, el tipo de compulsiones... Pero quizás más importante es que la personalidad obsesiva tiene una parte genética, heredada y otra adquirida del ambiente o el entorno en el que se ha desarrollado la persona. También se sabe que la adolescencia es un momento de enorme vulnerabilidad neuronal, y muchos de estos pensamientos emergen durante ese periodo.

Los distintos tipos de obsesiones pueden estar referidos a, entre otros:

  • La pureza corporal: limpieza, temor a contaminarse, a contraer una infección; las personas hipocondriacas suelen englobarse en este tipo de personalidades obsesivas.

  • Al perfeccionismo: son personas con una gran necesidad de que todo esté en orden e incluso con cierta simetría: la habitación organizada de un modo preciso, la ropa guardada en el armario de una forma concreta… siempre con la excusa de que es más cómodo, o es «obvio», pero lo que subyace es una necesidad de control excesiva.

  • A una moral excesivamente estricta: personas que tienen sentimientos de culpa y/o condenación sobre cosas que han hecho mal.

  • Al pasado: personas que están repetidamente trayendo a su pensamiento acciones desafortunadas que realizaron en el pasado y se castigan constantemente por ello.

  • Medir constantemente el peligro: puede ser interior o exterior… Estos van de la mano de «y si pasa…». Ven en cualquier situación un peligro o daño inminente.

  • Comprobaciones inútiles. Aquellas personas que comprueban una y otra vez cosas más o menos infundadas del día a día: luces, puertas, llaves…

Si en algún momento se quieren combatir estos pensamientos, hay que ir a la raíz que suele estar vinculado a un miedo (al qué pensarán, a no ser suficiente, a no hacerlo bien, etc.). Es con ese miedo cuando se reproduce con más intensidad la voz interior que tanto nos afecta. Una voz que, mal gestionada, es la que nos lleva a tener que lidiar con tantos pensamientos que tanto sufrimiento producen.