Salud
La mujer a la que un implante le curó la depresión: «El cielo ya no se mueve»
Un estudio publicado en la revista 'Nature Medicine' de la Universidad de California relata cómo un implante cerebral cura la depresión severa de Sarah, que prefirió identificarse solo con el nombre
Tres millones de personas en España padecen depresión. El coronavirus y las medidas de confinamiento pusieron en jaque a la salud mental, disparando una cifra de casos que hoy no deja de ascender. Pero este escenario apocalíptico empieza a ver algo de luz gracias a Katherine Scangos, psiquiatra, neurocientífica y especialista en la depresión, que junto a su equipo de la Universidad de California ha abierto un nuevo camino para controlar la depresión severa gracias a un implante cerebral.
Si volviera la vista atrás –cinco años atrás–, Sarah estaría conduciendo de vuelta a su casa en California sin poder parar de llorar. «No era una vida que valiera la pena vivir», confiesa la paciente a la que le atormentaba que el cielo diera vueltas debido a su enfermedad. Tiene 38 años y hasta hace unos meses ningún tratamiento le hacía efecto contra su depresión severa. No es la única. Junto a ella, el 30% de pacientes depresivos tampoco responde a las terapias, según lo estima la revista Nature.
Primero: los termómetros mentales
Todo cambió cuando Scangos le propuso empezar una terapia experimental que hoy Sarah denomina una «maravillosa bendición». El dispositivo implantado en el cerebro está compuesto por dos alambres: uno recibe las señales y otro genera impulsos. De esta forma, los científicos consiguieron dar con el quid de la investigación: los biomarcadores.
Los biomarcadores se asemejan a termómetros atentos a cualquier cambio de temperatura. En este caso, indican las variaciones en el estado físico o patológico de cada paciente y los científicos llevan un tiempo usando estos termómetros en el campo de la psiquiatría: «Puede ayudarnos a identificar nuevos tratamientos y realizar un seguimiento de los síntomas», explica Scangos. De esta forma, localizaron las zonas del cerebro de Sarah que le acentuaban la depresión.
Sin embargo, se necesita una extensa batida para encontrar los biomarcadores del cerebro. «Hay pistas por dónde buscar», concede Juan Lerma, director del Centro Internacional de Neurociencia Cajal, «los diversos ritmos cerebrales son una de ellas».
Segundo: rastrear de manera personalizada las siestas del cerebro
Para que esto resulte, se requiere de una atención personalizada del paciente. «Es algo que ha tenido éxito y ha avanzado en otros campos de la medicina, pero aún no lo había hecho en psiquiatría», aclara Scangos. La personalización es lo que determinó el tratamiento adecuado de Sarah y especificó cuándo y dónde se activaban las regiones de su cerebro.
Una vez señaladas las zonas de activación comienza la estimulación cerebral. Por lo general, esta se suele utilizar para activar determinadas funciones del cerebro que estaban dormidas y así mejorar enfermedades como el Parkinson o evitar la epilepsia. En este caso, «lo que hace es modificar la actividad de zonas del cerebro mediante su activación o su bloqueo», explica Lerma, y así se aprovechan de ese estado de «siesta» del cerebro para reparar los fallos.
El producto final consiste en una especie de desfibrilador cardiaco que «aplica estimulación cuando se detecta el mal funcionamiento del sistema a través del denominado biomarcador y cesa la estimulación cuando el defecto está corregido», concluye Lerma.
A pesar de que aún queda un largo camino por delante, estos primeros pasos sirven de guía para «dar esperanza», afirma Scangos. «El cerebro es un órgano muy complejo sobre el que hay que reforzar la investigación», remata Lerma y añade que estos estudios solo pueden desarrollarse en hospitales, por lo que, para avanzar más en la prevención, diagnóstico y tratamiento de las enfermedades, el sistema sanitario se debe involucrar más en la investigación.
Después de la pandemia, es indiscutible que un foco de las preocupaciones de los países se destine a la Sanidad. Por eso en España, a finales de julio de este año, el Instituto de Salud Carlos III (ISCIII) destinó 15 millones de euros a financiar infraestructuras para el Sistema Nacional de Salud. Aún falta mucho recorrido, pero, entre tanto, pacientes como Sarah por fin podrán respirar algo más tranquilos ahora que «el cielo ya no se mueve».