Según un estudio
El ADN catalán no existe: la ciencia revela la cercanía genética de los españoles
Todos los habitantes de la Península Ibérica descienden de un abuelo común
Actualmente, la genética es capaz de seguir los árboles genealógicos de las personas encontrando los puntos en común que tenemos. La mitocondria posee una cadena de ADN propio bastante reducida. La conserva de los tiempos en los que este orgánulo era en realidad una bacteria que, en un momento de la evolución, entró en simbiosis con una arquea fue fagocitada por esta sin ser destruida y se quedó a vivir dentro de ella. A lo largo del tiempo, no se deshizo de todo su material genético, sino que conservó unos cuantos genes.
La mitocondria es la que se encarga de proporcionar energía a la célula y su maquinaria de producción de energía tiene que funcionar con cierta autonomía y rapidez, por lo que sus procesos son gobernados desde la propia mitocondria. Lo más interesante es que nuestras mitocondrias proceden casi en su totalidad de nuestras madres. Cuando se produce la fecundación, el material genético (del núcleo) procedente del espermatozoide es casi lo único que aporta el padre, mientras que los orgánulos presentes en el óvulo son los que finalmente formarán parte del nuevo embrión. Así pues, las mitocondrias proceden de la madre y, por tanto, su material genético se transmite de madres a hijos sin sufrir un proceso de mezcla, aunque, por supuesto, estando sujeto a la evolución darwiniana habitual.
En 1987, Rebeca Cann, Mark Stoneking y Alan Wilson, de la Universidad de California, encontraron una relación genética mitocondrial que alcanzaba a todos los seres humanos actualmente vivos. Descubrieron un ancestro común, una mujer cuya genética mitocondrial llevamos todos en nuestras células, si bien obviamente modificado por la evolución. Esta mujer vivió en África hace unos 200.000 años, aunque algunos estudios han acortado un poco esta cifra y la sitúan más en el entorno de los 160.000 años. No debe pensarse que en aquel momento ella fuera la única representante viva de homo sapiens. Se calcula que habría unas decenas de miles de seres humanos primitivos que vivían en aquellos tiempos. Sin embargo, la línea descendiente femenina de las demás mujeres que estuvieran vivas se cortó en algún momento. Es un proceso que se conoce como convergencia genética y que, cuando la población es muy reducida, ocurre con cierta rapidez. Así pues, los demás genes mitocondriales se perdieron y todos tenemos la misma filiación.
El Adán cromosómico
Se estudió la genética del cromosoma Y, que es aportado siempre por el padre y, por tanto, se transmite de padres a hijos varones de una manera similar a como lo hace el ADN mitocondrial. Realizando un estudio parecido se llegó hasta un varón que trasmitió su cromosoma. Y de forma que su estirpe fue la única en sobrevivir al cabo de unas generaciones. Este Adán cromosómico. Y también vivió en África y, aunque al principio las fechas que se le suponían eran más recientes que las de la Eva mitocondrial (unos 60.000 años), los estudios más recientes lo sitúan más atrás en el tiempo (unos 200 o 300.000 años). Las probabilidades de que Adán cromosómico Y y Eva mitocondrial coincidieran son casi nulas, pero lo cierto es que todos somos primos.
A partir del cromosoma Y original se ha estudiado su evolución y la distribución espacial de las distintas variantes. Se estudian partes del cromosoma constituidas por genes relacionados entre sí denominadas haplogrupos. Así, el haplogrupo original de Adán evolucionó hacia distintas variantes, generando nuevos haplogrupos, que se subdividieron sucesivamente, definiendo todos los grupos poblacionales actuales. Por ejemplo, hace unos 70.000 años surge un haplogrupo separado del original que es el que portan los pigmeos, nuestros primos más lejanos. Los europeos venimos todos del haplogrupo P, desde el cual aparecieron el Q y el R, y de este último, los R1 y R2. A partir de R1 y tras dos pasos evolutivos más, llegamos al R1b-L11, que caracteriza al europeo occidental. Entre los subtipos de este último, tenemos el DF27 denominado vasco-ibérico.
Un amplio conglomerado de grupos de investigación liderados por el profesor Calafell, de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, ha publicado un estudio que demuestra que este grupo se generó en la propia Península Ibérica y no procede de otro lugar por migración. La mutación ocurrió hace unos 4.500 años y el primer hombre ibérico que la tuvo fue enormemente exitoso en la trasmisión de sus genes. Hoy día, el haplogrupo R1-DF27 lo portan la mayoría de españoles y portugueses, así como grandes grupos de población en Colombia, Puerto Rico y Méjico. La huella genética cruzó los Pirineos unos 600 años después, apareciendo actualmente en un 20% de la población del sur de Francia.
A pesar de los movimientos migratorios ocurridos durante el tiempo transcurrido desde que apareció, aproximadamente el 50 % de los hombres de España y Portugal (más del 70% en el caso de los vascos) lo portan. Los autores del estudio consideran que el abuelo que compartimos tantos españoles, portugueses y americanos, vivió en algún lugar del noroeste de la Península hace unos 4.500 años. Parece que los habitantes de la Península somos primos bastante cercanos, descendientes de un abuelo que lo mismo era catalán.