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El volcán Etna, durante una de sus erupciones este añoGTRES

Sociedad

De Hawái a Sicilia: los otros volcanes bombardeados

La propuesta del Cabildo de La Gomera cuenta con varios antecedentes que han cosechado resultados desiguales

El presidente del Cabildo de La Gomera, Casimiro Curbelo, planteó esta semana la posibilidad de bombardear los flujos de lava del volcán de La Palma como método para contener su avance. Una sugerencia que fue acogida con escepticismo por parte de la comunidad científica pero que, sin embargo, cuenta con varios antecedentes de resultados dispares.

Mauna Loa (Hawái)

El Mauna Loa, de 4.169 metros de altura y temido por su intensa y frecuente actividad, es uno de los cinco volcanes que jalonan la isla de Hawái. En una de sus múltiples erupciones, en 1935, las autoridades de la isla pidieron al ejército estadounidense que bombardeara los flujos para desviar la colada. No les faltaban motivos: la lava estaba a punto de alcanzar una cercana población de 45.000 habitantes y al río que la abastecía, por lo que los expertos manejaban la hipótesis de que algunas explosiones conseguirían, al menos, desviar el flujo hacia otra dirección menos dañina.

Dicho y hecho. Cuatro días después de la petición, el 27 de diciembre, diez biplanos norteamericanos sobrevolaron el volcán y descargaron varias bombas de demolición MK I de 270 kilos sobre dos zonas del objetivo. A los cinco días el flujo se detuvo, pero los expertos lo atribuyeron más a una coincidencia que a la acción en sí, ya que muchas de las bombas no dieron en el blanco y las que sí lo hicieron no parecieron provocar el tipo de cambios topográficos que las autoridades esperaban.

Aún así, los expertos no se dieron por vencidos y, algunos años más tarde, volvieron a intentarlo. En 1942, en plena II Guerra Mundial, el ejército llevó a cabo una operación similar durante otra emisión que tampoco tuvo un impacto significativo: los explosivos, a pesar de su potencia, no resultaron suficientes para aplacar una roca fundida capaz de abrir canales subterráneos que dificultaban considerablemente su contención y la hacían mucho más amenazante.

Etna (Sicilia)

El otro volcán en el que se ha probado la detonación de explosivos ha sido el imponente Etna. Medio siglo más tarde que el Mauna Loa, y con la experiencia del cráter hawaiano sobre el papel, los expertos volvieron a probar suerte para comprobar su efectividad.

En la primera de las dos ocasiones (año 1983), los ingenieros cavaron túneles junto a los canales de lava e hicieron volar los explosivos que enterraron. No funcionó: la lava fundió los tubos en los que se habían introducido las cargas y, tras varios contratiempos, la abertura provocada por la explosión se acabó sellando sola sin mucha dificultad. No obstante, el experimento sirvió de lección para la siguiente.

Ocho años más tarde, en 1991, el Etna volvió a entrar en erupción. Para intentar frenarla, en esta ocasión se optó por levantar primero barreras de tierra y, después, soltar bloques de hormigón desde el aire, dos operaciones que cayeron en saco roto. Con estos mimbres, y tras el ensayo-error del 83, en mayo de 1992 los expertos dieron luz verde a una maniobra perfeccionada respecto al intento anterior: un camión abrió camino hacia la montaña y los equipos de artificieros hicieron hendiduras en uno de los tubos de lava. La diferencia respecto al intento del 83 residió en que, esta vez, los expertos sabían el punto exacto en el que colocar las cargas para obtener los resultados deseados.

Y así fue: con la explosión, el material fundido se diversificó en varios canales artificiales en los que se acabó enfriando y, finalmente, solidificando. Casi 60 años después del primer intento en Hawái, los partidarios de esta estrategia pudieron declarar, orgullosos, lo que llevaban medio siglo esperando: misión cumplida.