Fundado en 1910

Pixabay

Con la bata puesta

Si te analizas, encuentras un dolor

Su enfermedad siempre tiene un matiz, mueren nonagenarios, sufren y hacen sufrir: así son los hipocondriacos

Que levante la mano quien pueda tener la cabeza sin pensar en nada…

Probablemente no seas de esos. Cada vez nos cuesta más parar nuestra cabeza. El flujo de pensamientos que generamos es mayor y esto nos genera más ansiedad. Por desgracia hoy en día son más las personas que tienen una personalidad obsesiva. Su cabeza no para. La cantidad de pensamientos que tienen es tal que, aun no haciendo nada, terminan agotados. Y esto es lo que les pasa a los hipocondriacos.

El hipocondriaco se obsesiona con alguna enfermedad o parte de su cuerpo, llegando a tener la creencia, el temor o incluso el pavor a padecer una enfermedad. Esto les lleva a la observación atenta y minuciosa de sus sensaciones físicas, además de a una preocupación excesiva y permanente. Dicha preocupación cada día va a más porque vivimos en una sociedad donde necesitamos tenerlo todo controlado, sin embargo si algo nos hemos dado cuenta con la covid es que no hay nada más perjudicial que la necesidad de control de todo, incluso del físico. Irónicamente, las hipocondrías más comunes son las que menos podemos controlar: la cancerofobia, la cardiofobia y la fobia a la covid.

En todos estos y otros casos, la persona sobreanaliza su parte del cuerpo que le molesta. En un principio la observación de dicha parte se puede dar o bien porque ha padecido algún síntoma, o bien porque alguien a su alrededor tiene una enfermedad. Esa mínima molestia (imperceptible en muchos casos) al ser analizada, se maximiza, llegando a sentirla de forma muy intensa. ¿Qué ocurre? Que se analiza más la sensación, y por tanto se observa más y se siente más… y se entra así en una espiral sin sentido pero muy molesta física y psicológicamente que hace sufrir enormemente y bloquea a la persona.

Por otro lado, nuestro cerebro tras un estado persistente de ansiedad, produce un gran bajón anímico fruto de un agotamiento psicológico. Este binomio emocional es donde se encuentra el hipocondriaco: entre la ansiedad y la depresión. Sentirse irritable, nervioso, con arrebatos y explosiones de humor que le hacen perder el control ante estímulos de poca importancia, decaimiento, tristeza… son algunos de los síntomas por los que el hipocondriaco se mueve.

Síntomas que van acompañados siempre de una necesidad de ser comprendidos. En ellos existen y conviven el deseo y el temor por padecer la enfermedad. Necesitan que les confirmen su enfermedad, pero viven con pavor a tenerla. Quieren el diagnóstico con la etiqueta clara y concreta pero al mismo tiempo esto les bloquea. Asimismo, para sentirse comprendidos, utilizan un lenguaje extenso y minucioso en donde explicar qué sienten se convierte en el único tema de conversación. Esto les lleva a querer hablar y estar con médicos. Sin embargo cuando el profesional les dice algo que no les convence, se enfadan y van a otro y así empiezan la «peregrinación de médicos».

Por tanto una de las claves es no preguntar ni ir a tantos médicos, ni siquiera para pedir una tercera opinión. Evitar el análisis del padecimiento y al mismo tiempo no hablar de dicha dolencia. Y finalmente aprender a esculpir nuestro cerebro enfocándonos en las cosas positivas que ocurren a nuestro alrededor.

Aunque a priori pueda generar cierto humor, si no se trata, e hipocondriaco llega a nonagenario pero habiendo sufrido y habiendo hecho sufrir de forma atroz a los de su alrededor. Y estos, a la larga, tienden a alejarse dejando aislado y con sus pensamientos al sufridor que termina siendo como decía Molière un malade imaginaire. Y si no que nos los digan en consulta… último punto de ese Camino de Santiago médico.